Excelente análisis de J. Benegas y J. Blanco sobre la corrección política, sin duda, una ideología opresora y discriminatoria.
Artículo de Disidentia:
Contaba Camille Paglia un suceso que, aunque parezca extraído de una hilarante comedia televisiva, sucedió en la vida real. Fue en 1991, en la Universidad Estatal de Pensilvania. Una profesora de Cultura inglesa y Estudios de la Mujer se escandalizó por la presencia en el aula del retrato de Francisco de Goya: La maja desnuda. Profundamente indignada, protestó airadamente porque la presencia de la pintura constituía “acoso sexual” e infringía las leyes federales orientadas a evitar la “hostilidad en los lugares de trabajo”.
Fotografía: Clem Onojeghuo
La universidad le ofreció primero impartir sus clases en un aula distinta: dijo que no. Después mover el cuadro a un lugar menos visible del aula, incluso cubrirlo cuando ella impartiera sus clases. Tampoco, su postura era inflexible: las imágenes de mujeres desnudas no podían exhibirse, estuviera ella presente o no. Que la pintura fuera un hito de la historia del arte no disculpaba la ofensa de exhibir a una mujer desnuda.
Finalmente, se acordó una solución de compromiso que permitía a la universidad disimular una capitulación bochornosa: se trasladó el cuadro a una sala de usos generales… no sin antes colocar en la entrada un cartel advirtiendo la presencia del ofensivo cuadro. Había que salvaguardar a los espíritus sensibles evitándoles tamaña agresión. A pesar de lo rocambolesco del episodio, que mereció la sátira de cierta parte de la prensa, la respuesta del mundo académico fue increíblemente comprensiva con la profesora.
Fuera del mundo universitario, Anthony Browne fue censurado en 2002 por publicar un artículo en el que cuestionaba la causa del fuerte incremento del SIDA en Gran Bretaña. Según Browne, no se debía a la creciente promiscuidad de los jóvenes, tal como sostenían las autoridades, sino a la inmigración de países africanos donde la enfermedad mantenía una elevada prevalencia. Pero el gobierno decidió ocultar este hecho: si ponía el foco en los inmigrantes podía ser acusado de racista. Lamentablemente, cerrar los ojos ante la realidad impedía aplicar la política sanitaria correcta. Muchas personas podían morir pero, al menos, lo harían en silencio, sin importunar a los gobernantes.
España tampoco se libra de curiosos ejemplos como el de un profesor universitario que, ante la irrupción de un grupo de jabalíes correteando por el campus, bromeó con sus colegas en un chat privado proponiéndoles organizar unas jornadas de caza. El comentario se filtró y ciertas organizaciones estudiantiles exigieron que fuera sancionado por incitar a la violencia contra los animales.
Y qué decir del caso de Joan Higgins, de 75 años de edad, propietaria de una modesta tienda de animales que, según la nueva Ley de Bienestar Animal británica, resultó condenada a pagar una multa de 1.000 libras y a un arresto domiciliario de siete semanas por vender un pez de colores a un menor sin instruirle convenientemente sobre cómo cuidarlo.
Estos casos, y otros muchos, muestran que la sociedad occidental ha sido infectada por un terrible virus de puritanismo, intolerancia y censura. Una nueva ideología, la corrección política, se ha impuesto de forma silenciosa pero implacable. Pero ¿qué es exactamente y cuál es su objetivo?
Grupos frente a personas
La corrección política es una ideología que clasifica a la humanidad en colectivos bien diferenciados. Unos serían víctimas (“grupos débiles”) y, por tanto, buenos, siempre en posesión de la razón. Otros, por el contrario, verdugos, (“grupos fuertes”) y, por ello, malvados y mentirosos. De esta forma, que un acto esté justificado, o no, no depende de su propia naturaleza, sino del colectivo al que pertenezca quien lo cometa y del grupo en el que se incluya quien lo sufra. La corrección política pretende eliminar cualquier expresión que pudiera ofender, aunque sea de forma no intencionada, a algún grupo calificado como débil… pero permite insultar y ofender a quien forma parte de los malos, de un grupo fuerte.
Fotografía: Andy Omvik
Resulta muy ilustrativa la experiencia de Star Parker, una activista americana de raza negra que, en su juventud, fue detenida por robar. Su tutor escolar, un profesor de raza blanca, lejos de reprenderla, la eximió: “no debes preocuparse, tú no eres más que una víctima del racismo”. Para esta ideología, los delincuentes son víctimas de la sociedad… si pertenecen a los llamados “grupos débiles”. Como era mujer, negra y pobre, Parker podía cometer cualquier tropelía: siempre estaría justificada.
Sin embargo, años después, Star comenzó a cuestionar estos argumentos. Entendió que el victimismo, la queja constante, la transferencia de la responsabilidad a otros creaban un círculo vicioso que debía romper. Así, decidió abandonar las drogas y reconducir su vida siguiendo el consejo de otra persona: “deja de vivir de ayudas sociales, busca trabajo, esfuérzate y asume tu responsabilidad”. Al principio tuvo que aceptar empleos mal remunerados pero no desistió. Hoy es una figura destacada en la opinión americana, una activista que denuncia la corrección política, y el exceso de ayudas sociales, como principales problemas de la comunidad negra: muchos caen en la trampa de un entorno paternalista que les impide tomar las riendas de su vida.
Antidemocracia
La ideología de la corrección política es contraria a la racionalidad porque no define las verdades por la calidad de los argumentos, o por su objetividad, sino por criterios meramente subjetivos, dependiendo del colectivo al que favorecen. Debe, para ello, establecer verdades incuestionables conectadas a la emoción, tabúes que no pueden romperse sin un castigo. Por no mencionar el criterio absolutamente arbitrario con el que divide a la sociedad en víctimas y verdugos, en grupos débiles y grupos fuertes.
Pero la corrección política también es incompatible con la democracia, con la sociedad abierta, porque niega la libertad de pensamiento, expresión y debate, imponiendo un conjunto de prohibiciones, códigos y tabúes lingüísticos. Su excusa es que sólo prohíbe lo que pudiera resultar ofensivo para las “víctimas”. Pero la ofensa suele ser subjetiva, no se encuentra en el emisor sino en el receptor. Por ello, la frontera entre lo permitido y lo prohibido es arbitraria y, demasiadas veces, interesada y cambiante en tiempo.
Hay quienes frivolizan con el fenómeno de la corrección política, argumentando que advertir del peligro es exagerado: ¿cómo puede llamarse inquisición a algo que no ejecuta en la plaza pública? Y ¿qué hay de malo en evitar las agresiones verbales o ideológicas? Pero esta ideología no tiene nada que ver con la buena educación, con ese acertado consejo que nos daban nuestros mayores de ser respetuosos con los demás. De hecho, es antagónica al respeto a los demás porque anima a denigrar, a denostar, a linchar a quienes no se pliegan a sus dictados. Y, al mismo tiempo, muestra una exquisitez tan extrema y exagerada con otros, que prohíbe muchas expresiones que ni por asomo tienen ánimo de injuriar. ¿Acaso Goya pretendía ofender cuando pintó la Maja Desnuda?
No hay que tomar la corrección política como una broma o exageración sino como un verdadero peligro para la libertad, la igualdad ante la ley y la responsabilidad individual. Una corriente que desnaturaliza el lenguaje, impide el pensamiento crítico, transforma a muchos en neuróticos tiranos y genera problemas de convivencia donde no los hay.
Fe, emociones y, sobre todo, dinero
La corrección política surgió en las universidades de Estados Unidos pero se extendió como mancha de aceite al resto de los países occidentales. En ciertos países, como España, el secular vacío intelectual permitió que se contagiara con rapidez, sin apenas oposición. De hecho, hemos adaptado reglas “made in USA” a nuestro propio ideario, como los llamados “micromachismos”, evidente traslación del término de lengua inglesa microaggression ideado en la década de 1970 y que hacía referencia a las conductas racistas o sexistas extremadamente sutiles, casi siempre inconscientes.
En muchos países, la expansión de la corrección política fue primero consentida y después alentada por las élites porque políticos y burócratas cayeron en la cuenta de que podían utilizarla en su favor. Clasificar a la sociedad en rebaños dificulta el control que la sociedad debe ejercer sobre los gobernantes. Además, ciertos políticos podían suplir su mala gestión y ganar notoriedad sumándose a las nuevas “causas sociales”, incluso llegando a ser sus ideólogos. Y por último, la súbita eclosión de “discriminaciones” justificaba una ingeniería social que, como es lógico, lleva aparejada más gasto público y más poder para burócratas y expertos. Claro que… una cosa es resolver problemas y otra muy distinta favorecer a unos cuantos grupos de activistas bien organizados. Con demasiada frecuencia, las nuevas medidas no sólo agravan los problemas sino que crean otros nuevos. Y la solución es, cómo no, la creación de más organismos, más observatorios, más burocracia, más presupuesto…
Sea de un modo u otro, en EEUU, Europa y América Latina se va instaurando un nuevo puritanismo que se escandaliza con un inocente retrato dieciochesco, una suerte de religión laica, obligatoria, que no busca soluciones; sólo culpables y víctimas, que supedita las cualidades y la conciencia de cada persona a la pertenencia a un determinado grupo. Pero juzgar a los individuos por el colectivo al que pertenecen, y no por sus hechos y cualidades personales, desemboca finalmente en aquello que la corrección política dice combatir: la injusta discriminación.
Miedos, traumas y realidad
Error sobre error, la ingeniería social no cambia la naturaleza humana, no puede erradicar la maldad, mucho menos construir un mundo feliz. Incluso con buena intención, muchas veces consigue lo contrario. De hecho, la corrección política, como herramienta de transformación social, se ha convertido en un factor determinante de la alarmante polarización política que hoy aflora en muchos países. Porque esta ideología convierte a muchas personas en personajes dogmáticos, quejumbrosos y neuróticos, que en todas partes ven agresiones, conflictos, agravios contra su propio colectivo. Ya se sabe: a un martillo todo le parecen clavos.
Aun sin saberlo, podemos estar convirtiendo el mundo en un sufrido espejo de nuestros miedos y traumas personales. Quizá deberíamos tomar ejemplo de Star Parker, cuando decidió que era una persona con capacidad de decidir su futuro, que su condición de mujer negra no iba a determinar su vida. Y, cuando algunos intenten censurar el lenguaje o el pensamiento recordar aquella frase que sintetiza el valor de la sociedad abierta: “Estoy en desacuerdo con tus ideas, pero defiendo tu sagrado derecho a expresarlas”.
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