martes, 23 de enero de 2018

La “violencia estructural”: cómo ser violento sin saberlo

Excelente análisis de J. Benegas y J.M. Blanco sobre la "violencia estructural", la utilización política que se hace de ello, y las nefastas y peligrosas consecuencias. 

Artículo de Disidentia: 
Desde que salieron a la luz acusaciones de acoso y abuso sexual por parte del poderoso productor de cine Harvey Weinstein, la igualdad de género y el llamado “empoderamiento de la mujer” se han convertido en reivindicaciones ya inapelables. Como suele suceder cuando se desencadena un pánico moral, nadie se atrevió a disentir; un sentimiento de culpa colectivo actuó como mordaza ante cualquier discrepancia, ante cualquier matiz que pudiera cuestionar, aun levemente, esa nueva verdad revelada.
Una vez la apisonadora políticamente correcta se pone en marcha, nadie está a salvo. Ni siquiera Woody Allen, hasta ayer incono progresista de Hollywood, se ha salvado de la quema. Denunciado por abusar sexualmente de su hija adoptiva, el director neoyorquino ha sido repudiado públicamente por sus propias musas, que ahora se dan golpes en el pecho y entonan el mea culpa. “¡Lo siento, Dylan! No puedo ni imaginar cómo te sentiste todos estos años mientras veías cómo todos —incluyéndome a mí e incontables personalidades de Hollywood— alababan una y otra vez a quien te había lastimado de niña”, ha declarado atormentada Mira Sorvino. Un sentimiento de culpa compartido por Evan Rachel Wood, que pidió perdón a su vez por haber trabajado con Allen durante años y juró no volver a hacerlo; o el actor Dave Krumholtz que, quizá por ser hombre, se mostró aún más tajante al afirmar que “trabajar con Woody Allen ha sido un error descorazonador”.
En todo el universo de estrellas de Hollywood sólo hubo una voz disonante: la del actor Matt Damon, quien se atrevió a declarar: “estamos en un punto de inflexión, y es genial, pero creo que hay algo de lo que no se habla, de que muchísimos hombres ­­­­­­­—la mayoría con los que he trabajado—  no hacen este tipo de cosas […]. Hay una diferencia entre una palmadita en el trasero y el abuso sexual o la violación. Ambos comportamientos deben erradicarse, pero no mezclarse”.

Un Hollywood de “infinitas” violencias

Como era de esperar, las matizaciones de Damon sólo sirvieron para exacerbar los ánimos. Inmediatamente su antigua pareja, Minnie Driver, respondió escandalizada: “Dios mío, con su distinción entre conducta inapropiada, agresión y violación, los hombres demuestran que están completamente sordos y, por tanto, que son parte del problema”.
Pero fue la actriz y activista Alyssa Milano quien proporcionó, aun sin querer, una de las claves fundamentales. Señaló que, en efecto, hay distintos tipos de cáncer, algunos más tratables que otros; pero todos son cáncer. Para Milano, una violación, una palmada en el trasero o una simple insinuación, son igualmente agresiones; la violencia está presente en todos los casos con independencia de su gravedad. Es más, no es necesaria la acción para que esa violencia exista: basta con la predisposición a determinadas acciones, con mantener un supuesto prejuicio o con tener pensamientos impuros. En consecuencia, el mundo de Hollywood es básicamente un entorno de violencia, de agresiones infinitas que adoptan mil y una formas, algunas evidentes, otras intangibles e indemostrables, pero aún así incuestionables.
La violencia estructural: cómo ser violento sin saberlo
El concepto violencia cambia de significado
Desgraciadamente, esta argumentación, esta manera de pensar, no se limita al mundo de las estrellas del cine: está presente en los más recónditos rincones de nuestra sociedad. Según el criterio dominante en muchos intelectuales, políticos y medios de comunicación, existe una violencia oculta, que no es fácil ver, que no es patente sino latente. Que sólo sale a la luz gracias a ciertos especialistas que, con su proverbial sagacidad, son capaces de identificarla. Y también por la labor de políticos y medios de comunicación que se dedican a denunciarla con gran insistencia y reiteración.
Así, determinados “colectivos”, como las mujeres, sufrirían esa violencia silenciosa por el mero hecho de serlo y, consiguientemente, adquirirían el estatus de víctimas, aunque no hayan sido objeto de ningún acto de fuerza. Es lo que estos expertos denominan “violencia estructural”, uno de los conceptos más burdos y manipuladores de todos los tiempos.
Hasta hace sólo unas décadas, el concepto “violencia” resultaba inequívoco para todo el mundo. Constituía violencia cualquier uso de la fuerza para dominar o imponer algo. Pero el contexto comenzó a enturbiarse en los años 70 del pasado siglo, cuando el noruego Johan Galtung publica su famoso artículo Violence, Peace, and Peace Research (1969) en el que propone cambiar nada menos que el significado de la palabra paz y, en consecuencia, el significado del concepto violencia. El objetivo de Galtung no era científico sino político: como todo el mundo está a favor de la paz, el término podría utilizarse como banderín de enganche para lograr múltiples objetivos sociales.
Galtung descubre que muchas situaciones pacíficas no son aceptables… para sus criterios y, por tanto, piensa que la idea de violencia debe ampliarse radicalmente. Propone definirla como “cualquier situación que reduzca el rendimiento físico o mental de los seres humanos por debajo de su potencial máximo”. La violencia puede ser entonces directa o personal, si alguien la comete, pero también estructural, cuando no puede identificarse a nadie que la ejerzael responsable sería el sistema o algún grupo amplio.
De esta forma, una distribución injusta de los ingresos, el desempleo, una crisis económica, la dificultad para acceder a la mejor sanidad o educación… constituirían violencia estructural. El propio Galtung reconoce que su definición de violencia crea más problemas de los que resuelve… pero quizá de eso se trataba.

Tratan de identificar injusticia con violencia

No hace falta ser muy perspicaz para percatarse de que la nueva definición de violencia es equivalente a la de injusticia, a la violación de cualquier derecho. Como era de esperar, el argumento acaba reducido a una tautología: violencia es todo lo malo e injusto y paz todo lo bueno y justo. Por tanto, la paz positiva, esto es, la ausencia de violencia estructural, debe ser el objetivo que movilice las conciencias y guíe la acción de todos.
Pero la retorcida intención se adivina rápidamente: los conceptos de violencia y paz dejan de ser objetivos para pasar a ser subjetivos y, por tanto, manipulables políticamente. Por ejemplo, la aparición de “nuevos derechos”, cada vez más artificiales, torna en violentas situaciones que antes no lo eran. Si, por ejemplo, se reconoce un “derecho a la vivienda”, quien no disponga de casa será víctima de violencia, eso sí, de violencia estructural: la culpa la tiene el sistema o, en su defecto, determinados grupos sociales.
El concepto permite ir creando grupos víctimas, a los que el sistema conculca supuestamente algún derecho, y grupos verdugos, a los que se acusa de violar este derecho, de ejercer violencia. Por ello, la violencia estructural es un término de neolengua orwelliana, instrumento imprescindible para dotar de sustrato a la ideología de la corrección política.
Pero el enfoque resulta muy discutible e inconsistente porque, en realidad, ni la mayor parte de las injusticias son violentas, ni toda violencia implica quebranto de derechos. La corrupción política es por naturaleza injusta pero no suele ser violenta. Por el contrario, un jugador de rugby que resulta placado y cae al suelo con cuatro contrarios encima, está siendo objeto de evidente violencia; pero nadie viola sus derechos pues eso entra dentro de las reglas de juego.

La ruptura del principio de responsabilidad individual

Más graves son todavía las consecuencias de este cambio de significado. Se trata de una ruptura de los principios fundamentales de responsabilidad individual por los propios actos y de intencionalidad. Alguien, especialmente un grupo social, puede ser culpable de violencia estructural sin haber cometido ningún acto de fuerza, sin intención e, incluso, sin ser consciente de ello. Si, por ejemplo, se considera que las mujeres han ocupado en la sociedad una posición subordinada, entonces, el simple hecho de ser hombre implica ser culpable de violencia latente, algo así como estar contaminado por un pecado original. El nuevo enfoque de la violencia conduce al totalitario concepto de culpa colectiva, sea de un grupo determinado o de toda una sociedad. Ya es sencillo y automático obtener el título de violento… gratis y sin esfuerzo.
Una cosa es aceptar que existen injusticias y que debemos hacer lo posible por corregirlas; otra distinta es señalar con el dedo a determinados grupos como malos y violentos por definición. Si se trivializa el concepto de violencia, cualquier cosa acaba siéndolo. Y tal como señalan los famosos actores y actrices de Hollywood, matar o violar entraría en el mismo saco que una mala mirada, un comentario soez, una palabra despectiva, un menosprecio o esas “microagresiones, que, según nos dicen, todos cometemos incluso sin ser conscientes de ellas.
En esencia, seríamos igual de culpables por negarnos a colaborar con una ONG que matando a los niños que esa ONG pretende ayudar. La manipulación consiste en extender el sentido de culpa incluso a actitudes completamente involuntarias o a la propia pertenencia a un grupo; por ejemplo, ser hombre. Dará igual lo que usted diga o haga, sea de pensamiento, palabra, obra u omisión: si usted forma parte de un grupo malo o verdugo… cometerá violencia, quiera o no.
Con todo, lo peor del enfoque de la violencia estructural es que, en sus casos más extremos, puede justificar la violencia terrorista o revolucionaria para derribar cualquier sistema político pues, al fin y al cabo, sea democrático o autoritario siempre podremos encontrar injusticias que justifiquen la contraviolencia. En resume, definir como violencia cualquier injusticia o desigualdad, real o inventada, no sólo otorga excesiva gravedad a ciertos actos que no la tienen: también resta importancia a la auténtica violencia.
Quizá por todo ello, sólo quizá, Matt Damon tenga razón al advertir a sus compañeras de profesión que mezclar todo en un mismo saco no es buena idea. Y también, quizá y sólo quizá, no sea él sino Minnie Driver la que está sorda… y puede que ciega.

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