miércoles, 29 de abril de 2020

No es un Estado fallido, sino un Gobierno fallido

Jorge Vilches analiza el Gobierno fallido que ha puesto de manifiesto la crisis sanitaria. 

Artículo de Voz Pópuli: 
El Gobierno de Pedro Sánchez, al completo.El Gobierno de Pedro Sánchez, al completo. Efe/Gtres
Las comunidades autónomas han funcionado como corrección a la negligencia y retraso del Gobierno de España, ese engendro socialcomunista de Sánchez e Iglesias. Es la primera vez que nos podemos alegrar de no tener un Estado con las competencias centralizadas en un Gobierno nacional. Sin los gobiernos autonómicos hubiéramos quedado en manos en un Ejecutivo pensado para la pasarela progre y pasear del brazo de los golpistas.
Este Gobierno se formó atendiendo a criterios distintos al conocimiento técnico o a la responsabilidad. Sánchez pensó en tener unos ministros que le valieran para la negociación con los independentistas y equilibrar la ambición de Iglesias. Por eso cedió a Unidas Podemos un ministerio de propaganda y transformación social como Igualdad.
Esa fue la razón de que diera otro para corregir el capitalismo en sentido comunista y puritano, el de Consumo. Otro tanto para que dejara Universidades a un catedrático republicano y partidario de la autodeterminación bendecido por Colau. Y por indicación de Miquel Iceta metió a un licenciado en Filosofía en el ministerio que no quería Podemos, el de Sanidad, para favorecer la negociación con ERC en la “mesa bilateral”, y que eso pusiera las bases de un acuerdo de gobierno en Cataluña.
Iglesias fue ganando poder en ese Gobierno. Lógico. Es leninista. El bolchevismo ha teorizado y practicado la infiltración en las estructuras del Estado y del Gobierno, la división del enemigo y la definición del discurso y de los objetivos. Ese rápido avance podemita ha sido posible porque Pedro Sánchez ha ido adoptando el populismo de izquierdas progresivamente desde que fue defenestrado en octubre de 2016.
El resultado no podía ser otro que una deriva autoritaria descarada, encarnada en el ninguneo a las Cortes, el apartamiento de la oposición, el desprecio al poder judicial y el recorte de las libertades. Basaron todo esto en el uso de la posverdad, en mentir porque la gente no desea saber la verdad, sino tener razón. Y la verdad, como ha escrito Michiko Kakutani en “La muerte de la verdad” (2019), es una de las cosas que nos separa del autoritarismo.
El sanchismo quería ser como una religión política, llena de dogmas irrebatibles, con una iglesia de feligreses (y feligresas), con su púlpito mediático, sus cultos colectivos en manifestaciones callejeras, y un mesías que todo lo veía desde su helicóptero. Pero la nueva era quedó truncada por la llegada de las siete plagas en forma de virus, y Sánchez se quedó paralizado.
Tuvieron que ser las comunidades autónomas que no están gobernadas por el partido del Gobierno quienes le despertaran, tomaran las primeras medidas, y obligaran así a enfrentarse a la pandemia. Mientras los ministerios quedaban atolondrados y otros desaparecidos, las consejerías autonómicas se ponían a trabajar a destajo. Pero era tarde. Fue entonces cuando la izquierda política y mediática sacó los dos grandes argumentos para eludir su responsabilidad. El primero era que las competencias de sanidad están todas transferidas y que, en consecuencia, el Gobierno no podía hacer nada.
Falso. El Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, sí, el que dirige Fernando Simón, pertenece al ministerio de Sanidad. Su principal función es detectar y comunicar a las autonomías las alertas sanitarias. Es más; su deber es preparar respuestas a las amenazas para la salud pública. En conclusión: la competencia para conocer y evaluar la alerta por la Covid-19 era del ministerio de Sanidad del Gobierno Sánchez.
El segundo argumento era que los recortes habían provocado el número de muertos. Esto venía a ser el culpar al PP de los fallecimientos, lo que venía a ser otra elusión de responsabilidad y un intento burdo de sacar rendimiento político a una estrategia. Sin embargo, el argumento de los recursos es también falso. La clave de una pandemia es la prevención porque disminuye el número de contagiados y, por tanto, no colapsa la sanidad pública. La atención entonces a los infectados es adecuada y se reduce el número de decesos.

El ejemplo de Grecia

Un buen ejemplo de esto es Grecia. Allí Tsipras, el otrora “hermano” de Pablo Iglesias, recortó la sanidad pública en su país entre 2015 y 2019, dejando a un tercio de sus compatriotas sin asistencia sanitaria. ¿Por qué en Grecia solo hay 132 muertos y en España la cifra puede estar en torno a los 30.000? Es sencillo. El Gobierno griego tomó medidas preventivas con rapidez, evitando así el colapso de su precario sistema sanitario.
Moralejas. Una general: son los malos Gobiernos los que profundizan las crisis, no los Estados. Aquí ha fallado el Gobierno, no el Estado. Otra particular: si en lugar de tener un gobierno de izquierdas hubiera uno de derechas, habríamos pasado del virus a las llamas. Sí. Seguro. Todavía nos acordamos de lo que pasó con la “crisis del ébola”.

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