Luís I. Gómez analiza la etiqueta liberal, que intenta apropiarse tanto la derecha como la izquierda, haciendo hincapié en las diferencias irreconciliables del liberalismo con el conservadurismo (y que se pretende muchas veces meter en el mismo saco), y los puntos de unión (al igual que los puntos de unión del conservadurismo con la izquierda).
Artículo de Disidentia:
No hace muchos años nos sorprendía Miguel Sebastián, director de la Oficina Económica del entonces presidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero afirmando con rotundidad que el Partido Socialista Obrero Español representaba el liberalismo económico. Y nadie dijo nada. Algo más tarde, parece que el Partido Popular estaba lleno de liberales furibundos, hasta el punto que su presidente, Mariano Rajoy, se sintió en la obligación de invitarles a abandonar el partido.
No olvidamos que en el Partido Popular hemos tenido grandes figuras del “liberalismo” patrio: desde Esperanza Aguirre hasta Eduardo Zaplana. Ya más recientemente ha surgido en medio del caos político español Ciudadanos, cuya Asamblea de febrero de 2017 decidió respaldar la propuesta de Albert Rivera para eliminar de su ideario la referencia al socialismo democrático y sustituirla por otra al “liberalismo progresista”. ¡Pero si hasta en Podemos hay quien se define y define al partido como “liberal”!
Pararse a debatir sobre si el PSOE o Podemos son formaciones liberales se me antoja perder el tiempo. Sin embargo, hace ya algunos años venimos leyendo y escuchando multitud de plumas y voces que nos invitan a pensar que el conservadurismo es el aliado natural o, cuando menos, el mejor socio estratégico posible del liberalismo. El motivo del debate es fácil de ver. De hecho, a primera vista, parece que hay superposiciones programáticas entre liberales y (neo) conservadores: ambos abogan por la libertad de expresión, el derecho a la propiedad y se oponen a la tutela del individuo por parte del Estado.
¿Será cierto entonces que ser liberal hoy significa ser conservador? Rotundamente no. La aparente proximidad, en todo caso superficial, de los enfoques liberales y (neo) conservadores resulta de la oposición común a todos los intentos de normalizar y reorientar de forma paternalista a la sociedad en el sentido de ideologías izquierdistas, neomarxistas o ecosocialistas. Se denuncian las políticas de cuotas, la regulación del comportamiento del consumidor o las políticas presupuestarias cuyo único resultado es el aumento de la dependencia de los contribuyentes y la reducción de sus posibilidades para generar prosperidad. Los contribuyentes de hoy y los de mañana, vía deuda.
Diferencias entre liberales y conservadores
Y hasta aquí la proximidad. Porque el conservador no está realmente en contra de un estado grande y fuerte. Él solo está contra un estado grande y fuerte de izquierdas. Mientras el Estado esté en manos de élites burguesas y defienda persistentemente los valores tradicionales contra las tendencias de la modernización, todos los partidos conservadores y sus votantes serán fervientes defensores de un estado omnipresente y autoritario.
Desde la bochornosa desaparición del dictador Franco (bochornosa porque nadie hizo nada antes para que terminase el régimen, esperando paciente y cobardemente al fallecimiento del caudillo) los conservadores españoles no han dejado de darse golpes contra la pared de la realidad: el estado democrático ha ido poco a poco asumiendo en algunos casos, imponiendo en otros, cambios sociales propios de los tiempos que corren y que ellos no dudan en considerar globalmente como “de izquierdas” o “progresistas”. Los conservadores comenzaron a separarse inconscientemente de su querencia por el estado.
El escepticismo estatal de los nuevos conservadores no es, pues, expresión de un principio primigenio de desconfianza hacia el Estado, sino simplemente un reflejo de insatisfacción ante (o frente a) la orientación normativa del estado actual. Así, por ejemplo, las reservas neoconservadoras frente a los conceptos de emancipación sancionados por el estado actual no están dirigidas contra el tutelaje paternalista que los pudieran fundamentar, sino esencialmente contra la misma idea de emancipación y liberación del individuo de los conceptos y roles tradicionales.
Este resentimiento antiemancipatorio es incompatible con el pensamiento liberal. El liberalismo y la emancipación del individuo están inextricablemente unidos. Ello también significa que, desde un punto de vista liberal, debe dejarse a la persona elegir si desea seguir las ideas contemporáneas de emancipación y en qué medida quiere hacerlo. Para los liberales, una vida verdaderamente emancipada también significa libertad frente a las limitaciones “emancipatorias” prescritas políticamente y el derecho a optar individualmente por una forma de vida conforme con las ideas tradicionales.
Para ver con claridad cuán hipócrita es la indignación conservadora ante la locura hiperreglamentista de la izquierda basta con llegar a temas como el aborto, el diagnóstico prenatal o la eutanasia. De repente, no se puede prescribir, prohibir o dirigir lo suficiente. No es una coincidencia que los puntos de vista conservadores y las posiciones de los ecosocialistas más radicales difícilmente puedan distinguirse entre sí en muchos temas bioéticos.
El punto de partida del pensamiento liberal es el individuo, su libertad, su autonomía y su derecho a buscar la propia felicidad. Pero no es el individuo lo que interesa a los conservadores. Por el contrario, para ellos lo que cuenta es la comunidad tradicional, la asociación en la fe, el pueblo, la nación o cualquier otro colectivo formador de identidad. El individualismo es, desde un punto de vista conservador, un modernismo equivocado y fallido, que conduce a la descomposición y la atomización de las comunidades.
Los conservadores y las comunidades tradicionales
Desde un punto de vista conservador, solo desde el mimo a las comunidades tradicionales como los pueblos o la nación es posible recuperar al individuo aislado, víctima de la modernidad. El conservadurismo es antiindividualismo sistemático y por lo tanto es diametralmente lo contrario de aquello en lo que se fundamenta el pensamiento liberal.
Sin embargo, el pesimismo cultural y el repugnante disgusto hacia la cultura popular moderna son ajenos al liberalismo. Ello no sólo se debe a que el liberalismo como concepto está profundamente arraigado en el optimismo de la Ilustración. Antes que nada, el liberalismo se basa en la idea de que las normas y valores estéticos o éticos no son cantidades objetivas o racionalmente reconocibles, sino, en última instancia, expresión de las preferencias personales. Este carácter subjetivo y relativo de las normas y valores no es, desde el punto de vista liberal, un defecto. Por el contrario, le ofrece al individuo la oportunidad de desarrollarse libremente, independientemente de las tradiciones o costumbres.
Con su sobrio racionalismo, el pensamiento liberal es heredero directo y punta de lanza de la Ilustración en su sentido más radical. La racionalidad científica y técnica es vista por los liberales no como evidencia de un racionalismo degenerado, enajenado y destructivo, sino como expresión de la creatividad humana, de su inventiva y su imaginación. Al mismo tiempo, el racionalismo científico es un baluarte contra las ideologías, la superstición y el misticismo, razón por la cual los ideólogos de izquierda y derecha una y otra vez intentan desprestigiarlo, domeñarlo o apropiarse de él para sus propios fines.
Defender el liberalismo significa estar convencido del gigantesco valor de la libertad y la autonomía del individuo, del poder emancipador de la modernidad, del optimismo, la racionalidad científica y el progreso técnico. Todo esto es incompatible con fantasías restauradoras conservadoras de cualquier tipo. También con los esfuerzos “progresistas”para diseñar lo que ellos llaman “un mundo mejor”.
El liberalismo se preocupa principalmente de la limitación del poder coactivo de todos los gobiernos y grupos, sean democráticos o no, sobre cada uno de los individuos, mientras que el demócrata dogmático, conservador o izquierdista, sólo reconoce un límite al gobierno: la opinión mayoritaria. Me temo que hay muy pocos liberales en España.
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