Manuel Llamas muestra punto por punto la brutal hipocresía de Iglesias y Montero.
Artículo de Libre Mercado:
Vaya por delante que Pablo Iglesias e Irene Montero tienen todo el derecho del mundo a comprarse la casa que les venga en gana, faltaría más. Y si el inmueble en cuestión es un chaletazo en Galapagar con piscina y una parcela de 2.000 metros cuadrados por valor de 600.000 euros, mucho mejor para ellos y su futura familia. Siempre y cuando dicha adquisición inmobiliaria sea fruto del dinero ganado honradamente y no exista ninguna irregularidad en la operación, no hay nada que objetar. Más bien todo lo contrario, puesto que es digno de admiración y elogio el querer progresar en la vida y disfrutar del producto de tu trabajo y esfuerzo, posibilitándote a ti y a los tuyos el estilo de vida que consideres idóneo conforme a tus preferencias e intereses individuales.
El problema, por tanto, no es el chalé en sí, sino la profunda contradicción e incoherencia en la que han caído los líderes de Podemos al tratar de llevar el mismo estilo de vida que durante estos últimos años no han dudado en criticar, atacar y denostar de todas las maneras posibles y con una dureza inusitada e impropia de una democracia consolidada y madura. Más allá de su programa concreto, este partido nació y creció con un discurso muy claro, que no es otro que el de denunciar los supuestos privilegios que ostenta una casta política y empresarial enriquecida cuyos intereses, según ellos, no son los de la mayoría de la población. La cúpula podemita, por el contrario, se ha dedicado a blandir, de forma absolutamente maniquea, una imagen de falsa humildad, austeridad y modestia para, de este modo, tratar de identificarse con la "gente" normal y corriente, ya que, según su anquilosado y erróneo argumentario comunistoide, tan sólo "los de de abajo" están capacitados -e incluso legitimados- para representar a la mayoría social.
Los viejos partidos y los ricos, en general, son el origen de todos los males que aquejan a la sociedad, de ahí la necesidad constante de Podemos de distanciarse de ambos imaginarios, insistiendo burda y machaconamente en que sólo ellos son "gente" para construir esa simple, pero habitual, dicotomía política de salvadores (nosotros) versus enemigos (el resto). Este discurso típicamente populista puede funcionar y, de hecho, funciona, siempre y cuando se mantenga claramente esa distinción, puesto que perdería fuerza en caso de que el elector también empiece a identificarte como "casta". Es ahí donde la estrategia de Podemos puede hacer aguas. Y eso es, precisamente, lo que acaba de ocurrir con el famoso casoplón de la sierra.
Lo que no tiene un pase es que Iglesias y los suyos centren el grueso de su acción política en cargar contra ciertos comportamientos ajenos -perfectamente legítimos, por cierto- para, posteriormente, hacer exactamente lo mismo y, encima, pretender que la opinión pública no critique esa pasmosa incoherencia. Por ello, tanto la compra de la casa como la reacción de sus protagonistas al escándalo generado revelan tal nivel de hipocresía que, simplemente, causa sonrojo entre quienes posean un ápice de sentido común. Iglesias y Montero son unos hipócritas, los mayores del Reino de España, y los que han salido en su defensa unos cínicos.
Hipocresía es vanagloriarse de vivir en un "barrio popular" como Vallecas, al tiempo que criticas a los políticos que viven en "chalés" porque se aíslan de la vida real y no saben lo que pasa, pero después comprarse una vivienda de alto standing.
Hipocresía es afirmar que prefieres seguir viviendo en tu pequeño piso de Vallecas si algún día fueras elegido presidente del Gobierno y comprarte un chaletazo a las afueras de Madrid siendo un simple diputado.
Hipocresía es decir que el exministro Luis de Guindos no está capacitado para gobernar por el mero hecho de adquirir un ático de 600.000 euros y luego hacer lo propio.
Hipocresía es criticar que Albert Rivera se pueda comprar una casa de 1 millón de euros, a pesar de que luego se desmintió, y soltar a las jaurías tuiteras de Podemos para azuzar el escarnio, pero, posteriormente, realizar una operación de naturaleza similar, quejándote, además, de las críticas recibidas.
Hipocresía es usar los "orígenes burgueses" como argumento para tratar de desprestigiar a alguien y, sin embargo, vivir como un burgués en una casa con una construcción anexa para el personal de servicio.
Hipocresía en ensalzar tu supuesta humildad exhibiendo una cena de sándwich para, ahora, llevar una vida de nuevo rico.
Hipocresía es criticar a los ricos diciendo que "me ofende mucho que haya gente que lleve trajes que cuesten lo que un trabajador tarda cinco o seis meses en ganar", que poner a un millonario al frente de Economía es como "entregar a un pirómano el Ministerio de Medio Ambiente" o que "si yo le digo a mi madre que me han ofrecido un trabajo en el que me van a pagar 8.000 euros al mes, mi madre me dice: Hijo, eso es ilegal. Eso tiene que venir de las drogas o algo raro", y, sin embargo, embolsarse más de 100.000 euros al año, entrando así en el grupo del 1% de las rentas más altas de España.
Hipocresía es aspirar a eliminar la propiedad privada y convertirse en propietario.
Hipocresía es tildar a los bancos de "criminales" y acudir a una entidad financiera privada para hipotecarse por 540.000 euros a 30 años, la misma entidad en la que, por cierto, depositas parte del dinero de tu propio partido.
Hipocresía es defender la necesidad de disparar los impuestos sobre las herencias y el patrimonio y luego justificar la adquisición del chaletazo en la futura recepción de una "herencia" que les ayudará a pagar la hipoteca.
Hipocresía es afirmar que "hay que comprar viviendas para vivir y no para especular" y que tus padres posean seis inmuebles valorados en 1 millón de euros que pasarán a tus manos en el futuro.
Hipocresía es proponer que los propietarios cedan sus viviendas a morosos y okupas y luego poner el grito en el cielo porque cuelguen el siguiente cartel en la puerta de tu casa -cosa que, desde aquí, condeno rotundamente-.
Hipocresía es aplaudir a la prensa cuando te conviene y señalarla cuando airea tus trapos sucios.
Hipocresía es quejarse de que se sepa la ubicación de la polémica casa y ayudar a difundir la identidad y dirección privada de un tuitero molesto.
Hipocresía es denunciar una irreal persecución por parte de los medios e impulsar escraches a políticos bajo el argumento de que es "jarabe democrático".
En definitiva, hipocresía, Pablo e Irene, sois vosotros y vuestros defensores. No hay nada de malo en comprarse una buena casa si te lo puedes permitir, lo aberrante es condenarlo cuando lo hacen los demás y justificarlo en carne propia sin que se te caiga la cara de vergüenza.
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