Vanesa Vallejo analiza la "tolerancia represiva", la exitosa estrategia de la izquierda que domina el mundo .
Artículo de Panampost:
Tolerante es precisamente aquel que defiende el derecho del otro a ofender, discrepar y llevar la contraria. (PC)
Por estos días la gente, incluso dentro del liberalismo, suele asociar a la izquierda con tolerancia. Tan grave confusión proviene fundamentalmente de un esfuerzo deliberado y una estrategia bien pensada de los izquierdistas para hacerse con la bandera de la tolerancia. En primer lugar, han conseguido cambiar el significado de la palabra.
La mayoría de la gente suele creer que, en general, ser tolerante significa no ofender al otro. De modo que si alguien, por ejemplo, se niega a relacionarse con una persona o grupo, porque no le gusta su modo de vida, es tildado de intolerante. Pero la tolerancia no tiene que ver con no ofender, ni significa no discriminar. Un intolerante es aquel que calla mediante la violencia a quien dice algo que no le agrada.
En ese sentido, tolerante es precisamente aquel que defiende el derecho del otro a ofender, discrepar y llevar la contraria. Después de todo, ¿qué de tolerante hay en escuchar solo a quien dice lo que queremos oir?. De modo que los de Hazte Oír que pusieron a circular un bus en el que se leía “los hombres tienen pene y las mujeres tienen vagina” no son intolerantes por ofender a algunos, pero sí lo son quienes usando el poder coercitivo del Estado los obligaron a sacar de circulación el bus.
Ahora bien, fíjense que el concepto actual de tolerancia, que ha sido completamente diseñado por la izquierda, se refiere a la ofensa pero delimita muy bien contra quién se puede ser ofensivo y contra quién no. ¿Por qué no se tilda de intolerante a quien dice que los creyentes somos seres primitivos e ignorantes? Resulta que ofender a los cristianos, heterosexuales, blancos, hombres, conservadores está bien.
De hecho hemos llegado a un estado asqueroso en el que se llama tolerante a aquel que ofende y calla a lo que hoy se conoce como “políticamente incorrecto”. Parece que ese es el deber de la “buena gente”. Es decir, hoy en día el “tolerante” es el intolerante de izquierda: el izquierdista que calla al de ideas y valores contrarios.
Por ejemplo, aquellos lobbies que presionan para que en todos los colegios se les diga a los niños que no se nace mujer u hombre sino que se debe experimentar, suprimiendo el derecho de los padres a educar como quieran a sus hijos, se hacen con la bandera de la tolerancia.
Pero todo esto que ocurre no es fruto de una degeneración casual del verdadero significado de tolerancia. He dicho que es una estrategia magistral de la izquierda. En 1965 Herbert Marcuse, miembro principal de la escuela de Frankfurt, escribió su ensayo “Tolerancia Represiva”, donde deja escrito el plan de acción para imponer lo que hoy llamamos “corrección política”.
En resumen, Marcuse plantea que no se deben tolerar (permitir) todas las opiniones, sino solo aquellas que él (la izquierda) considera “liberadoras”. De nuevo, la izquierda solo pide tolerancia para quienes dicen lo que a ellos les gusta.
“Pero esta tolerancia no puede ser indiscriminada e idéntica con respecto a los contenidos de expresión, ni de palabra ni de hecho; no puede proteger falsas palabras y acciones erróneas que de manera evidente contradicen y frustran las posibilidades de liberación. …aquí ciertas cosas no pueden decirse, ciertas ideas no pueden expresarse, ciertas orientaciones políticas no pueden sugerirse, cierta conducta no puede permitirse sin hacer de la tolerancia un instrumento para el mantenimiento de la sumisión abyecta”
Abiertamente Marcuse dice que solo se pueden tolerar opiniones “liberadoras” (de izquierda), hay que censurar las opiniones de derecha.
“Entonces la tolerancia liberadora significaría intolerancia hacia los movimientos de la derecha, y tolerancia de movimientos de la izquierda”
La escuela de Frankfurt, y Marcuse, lograron su cometido. Increíblemente consiguieron que se conozca como tolerante a aquel que calla a quien les lleva la contraria.
Legitimaron la persecución y la censura a ideas contrarias a las suyas. Quien, por ejemplo, promueve abiertamente la homosexualidad es tolerante, no importa si ofende o calla a un cristiano. Pero quien promueve la heterosexualidad es intolerante, mala persona, fascista y lo que se les ocurra, aún si lo único que hace es defender sus principios. Incluso parece que entre más agresivo sea alguien a la hora de callar a los “políticamente incorrectos” más tolerante se le considera.
Vivimos en un mundo donde hay que pensar dos veces las cosas para no ser tildado de intolerante o fascista. Pregúntese cuántas cosas se calla usted a diario para no ser señalado o por no meterse en problemas incluso legales. Vivimos en la dictadura moral de la izquierda.
La idea, al final, es callar a todo aquel que se oponga a su plan de acabar con los valores y las instituciones evolutivas que han hecho grande a occidente y que han permitido la libertad y el capitalismo. Nos queda un arduo trabajo en el que debemos ser valientes para aguantar los señalamientos morales si es que queremos que nuestros hijos vivan en un mundo libre.
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