Frank Furedi analiza el miedo a vivir en soledad y cómo también la vida interior de las personas está siendo objeto de medicalización y de una perspectiva solo médica.
Artículo de Disidentia:
La condición humana de la soledad ha interesado a teólogos, filósofos y comentaristas sociales desde el comienzo de los tiempos. La Biblia está llena de referencias a la experiencia de ser y sentirse solo. Según Dios creó a Adán dijo: “No es bueno que el hombre esté solo; crearé un compañero adecuado para él ‘. Aunque creó a Eva para ayudar a Adán a lidiar con su soledad, Dios sabía que esta condición era una dimensión integral de la existencia humana y que el problema no desaparecería.
Teólogos y filósofos dedicaron considerable energía y tiempo tratando de comprender la soledad. A lo largo de la historia, la soledad fue tema de análisis y reflexión filosófica. Por esta razón, ¡todos los grandes pensadores del canon occidental se sorprenderían al descubrir que en el siglo XXI la soledad se considera y se trata cada vez más como un problema médico!
Durante los últimos dos años una enorme cantidad de encuestas y estudios afirman no solo que la soledad es un problema en rápido crecimiento sino también una amenaza para la salud humana. El lenguaje con el que se enmarca la supuesta expansión de la soledad es deliberadamente médico. Utiliza también la retórica del miedo y la alarma hasta el punto de que el término médico, epidemia, se usa con frecuencia para destacar la gravedad de esta amenaza para la vida humana.
Esta retórica de la ansiedad y el miedo es la base de un informe publicado a principios de mayo, que afirma que la soledad alcanza ya la categoría de epidemia en los Estados Unidos. Según este estudio, prácticamente la mitad de los estadounidenses afirman sentirse solos ‘a veces o siempre’ y que no tienen a nadie con quien hablar. El anterior comisionado del Servicio de Salud Pública estadounidense, Dr. Vivek H. Murthy, declaró que es mejor abordar el problema de la soledad como si se tratara de una epidemia “porque afecta a un gran número de personas en nuestro país” y también porque “la soledad de una persona puede tener un impacto en otra persona“.
La afirmación de Murthy de que la soledad es similar a una epidemia contagiosa, que puede propagarse de una persona a otra, evidencia la creciente tendencia a medicalizar lo que desde siempre ha sido una característica integral de la condición humana. Sin embargo, este empeño en retratar la soledad como un problema de salud no es exclusivo de los Estados Unidos.
En el Reino Unido, el Royal College of General Practitioners ha afirmado recientemente que los médicos deberían poder prescribir la realización de actividades, cursos de cocina y grupos de terapia para el creciente número de “pacientes solitarios y desdichados“. Argumentan que los médicos de familia pasan demasiado tiempo con lo que llaman “pacientes con problemas de corazón”, es decir, personas que sufren de soledad en lugar de una afección médica convencional. De hecho, The Royal College estimó que una quinta parte de las citas médicas están relacionadas con problemas sociales y que los médicos se han convertido en el “nuevo clero” que atiende los problemas emocionales de las personas.
Incluso los políticos se han unido a la nueva cruzada contra la abolición de la soledad. A principios de este año, el gobierno del Reino Unido designó a Tracey Crouch para el nuevo cargo de ‘Ministra de la Soledad‘. El nombramiento se produce después de una serie de informes alarmantes sobre la prevalencia de la soledad entre los ancianos.
Lo fascinante de la actual cruzada contra la soledad es que no limita su enfoque a los ancianos. Hasta hace poco, la soledad se asociaba con la vejez. Pero en los últimos años, los expertos han descubierto también la variante de la “soledad en el trabajo” y ahora el problema se ha ampliado para incluir a los jóvenes. La Oficina de Estadísticas Nacionales del Reino Unido informó que “es más probable que se sientan solos los adultos más jóvenes que los de mayor edad“. El mes pasado, otro estudio estableció que los “millennials solitarios” se enfrentaban a una mezcla de problemas sociales y de salud. Esta alarma se repite en Estados Unidos, donde los informes afirman que el impacto de la soledad es mucho mayor en los jóvenes que en las generaciones mayores.
Como sociólogo, soy escéptico con los informes que pretenden cuantificar una condición existencial como la felicidad, el miedo o la soledad. Los seres humanos tienen dificultades para explicar y comprender lo que significa estar solo. Es un sentimiento que tiene significados profundos, complejos y muy personales, que no se pueden reducir a números cuantificables. Así, cuando los investigadores concluyen que la soledad es un “factor de riesgo de muerte prematura comparable a fumar 15 cigarrillos al día y que es peor que factores de riesgo bien conocidos como la obesidad y la inactividad física”, están empleando un lenguaje más propio de la propaganda orwelliana que de la Ciencia.
Cuando se considera que la soledad es un factor de riesgo similar al tabaquismo y la obesidad, es evidente que la vida interior de las personas se ha convertido en objeto de medicalización. La tendencia actual de transformar las dimensiones intangibles de nuestra vida íntima en cantidades calculables es una característica clave del proyecto de medicalización de la experiencia humana.
Desde la década de 1970 ha habido una expansión constante de los límites médicos a medida que más y más experiencias individuales y sociales se enmarcan en términos médicos como enfermedad o trastorno. La promoción y celebración de la salud como el valor primordial de la sociedad occidental ha empujado a las personas a interpretar una gama cada vez mayor de actividades humanas mediante la terminología médica. Las categorías de enfermedades se utilizan para dar sentido a problemas que forman parte de la rutina de la existencia. La timidez, el miedo al fracaso, la incapacidad para concentrarse en una tarea o ser demasiado activo son solo algunas de las formas de comportamiento que ahora se diagnostican como enfermedades.
Por supuesto, no es agradable sentirse solo. La soledad puede ser una fuente de desolación y angustia. Pero lejos de ser un problema de salud, la soledad ofrece a las personas la oportunidad de reflexionar y tratar de comprender su lugar en el mundo.
El teólogo Paul Tillich aporta una visión claramente no medicalizada de la soledad. Afirma que es una condición que debemos asumir porque nos obliga a abordar las dos preguntas más trascendentes de la vida: cuál es el significado de la vida y cómo debemos usar nuestra libre voluntad y subjetividad para comprendernos a nosotros mismos.
Tillich escribió sobre las dos caras de la soledad
“Nuestro idioma ha interpretado hábilmente las dos caras de la soledad del hombre. Ha creado la expresión ‘sentirse solo’, para expresar el dolor de estar solo. Y ha creado el término ‘retiro’ para expresar la gloria de estar solo.”
La filósofa Hannah Arendt también analizó los dos lados de la soledad. Describió la soledad como “esa pesadilla que, como todos sabemos, puede vencernos en medio de una multitud” cuando nos sentimos “abandonados por nuestro yo”. Sin embargo, argumentó que esta pesadilla es un síntoma de la dificultad que tenemos para enfrentarnos a nosotros mismos. Ella creía que la angustia de la soledad se podía manejar a través del hábito de la conversación interior. Ella llamó a este ‘diálogo silencioso de mí mismo’, soledad. Para Arendt, la soledad tenía una connotación positiva. Ella escribió que “aunque esté sola, estoy junto a alguien (yo) que es”. Lo que Arendt, Tillich y otros filósofos entendieron fue que la soledad también tiene un valor: encontrar el sentido de la vida.
Paradójicamente, la soledad es esencial para el desarrollo de la subjetividad humana y de la libertad. Nuestra soledad nos proporciona un espacio donde podemos estar libres de cualquier presión y control externo. Es un espacio valioso que ahora abrimos al escrutinio de los médicos y los expertos en salud, poniendo en peligro nuestro sentido de independencia moral. El pequeño ensayo de Nietzsche, Schopenhauer As Educator (1874), ofrece una advertencia elocuente a este respecto:
“Dondequiera que haya habido sociedades poderosas, gobiernos, religiones u opiniones públicas; en resumen, dondequiera que haya habido algún tipo de tiranía, se ha odiado al filósofo solitario; porque la filosofía abre un refugio para el hombre donde ninguna tiranía puede llegar: la cueva de la interioridad, el laberinto del pecho; y eso molesta a todos los tiranos.”
En el siglo XXI, no son solo los filósofos solitarios los que se enfrentan a expertos entrometidos que se han comprometido a aliviarles la carga de sentirse solos. Todos nosotros estamos sujetos a la tiranía de la medicalización.
A diferencia de los tiranos de la vieja escuela que abiertamente deseaban imponer su voluntad a la sociedad, los cruzados de hoy contra la soledad son personas con buenas intenciones que simplemente están tratando de hacer que la gente se sienta bien. Lo que no entienden es que no solo no hay cura para la soledad, sino que, si los médicos alguna vez idean una píldora contra la soledad, ¡en realidad sería una maldición!
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