Elena Berberena expone los efectos del feminismo radical de tercera ola y los efectos que está empezando a tener en el otro sexo, y en las relaciones entre ambos (y el grado de compromiso)
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Artículo de Libre Mercado:
Manifestación feminista Madrid | Carmelo Jordá
Imagine que está teniendo una cita de lo más romántico, acaban de cenar y comienzan a besarse apasionadamente. Todo es maravilloso, pero, de repente, la chica saca el teléfono móvil y le dice que se dirija a la cámara y diga su nombre y apellidos. Acto seguido, ella misma gira el teléfono, sitúa su cabeza al lado de la suya y pronuncia: "Sí, consiento mantener relaciones sexuales con este hombre". Quizás, el sujeto en cuestión se quede perplejo o, como mínimo, incómodo, pero estas extrañas situaciones ya están ocurriendo, al menos en Estados Unidos.
Las aplicaciones del consentimiento o, lo que es lo mismo, los contratos digitales grabados antes de mantener una relación sexual existen y cuentan con miles de descargas. Su origen estuvo en el Instituto para el Estudio de la Coherencia y la Emergencia (ISCE), una organización sin ánimo de lucro con sede en Boston. Fue fundado en 1999 para "facilitar la conversación entre académicos y profesionales sobre las implicaciones del pensamiento de complejidad para la gestión de las organizaciones". Y por si alguien no se enteraba bien de cuál era su labor, comenzaron a desarrollar una serie de eventos en las que, a través de charlas, se discutía sobre feminismo actual, planteando nuevas formas de relacionarse entre hombres y mujeres.
En este sentido, el ISCE creó recientemente la División del Consentimiento Afirmativo para comenzar con un experimento social que ni a Orwell se le hubiera pasado por la cabeza. El Instituto explicó que "los miembros de la División del Consentimiento Afirmativo recibirían una aplicación móvil cuyo objetivo era cambiar el contexto en el que se suceden estas interacciones sexuales". ¿Resultado? Nace la app We Consent y sus variantes.
Este conjunto de aplicaciones pretende, en palabras de sus creadores, "simplificar los informes de agresiones sexuales y alentar una filosofía de consentimiento "solo sí, sí". Las aplicaciones se implementaron en tres campus de Chicago y ahora ya las tenemos disponibles en Google Play.
El director ejecutivo del ICSE, Michael Lissack, deja claro que su objetivo no es sólo ayudar a proteger a los estudiantes contra la violencia sexual, sino también proteger a las escuelas, universidades y colegios de las denuncias sobre agresión sexual. Así, al igual que We Consent, Lissack ha creado la aplicación He sido violada (I've-Been-Violated).
Tal y como señala Lissack, I,ve-Been-Violated ha recibido cientos de vídeos de estudiantes. Sin embargo, la policía americana no ha solicitado ninguno de estos vídeos, ya que, según Lissack "las autoridades no abren una investigación sobre agresión sexual cuando la víctima no está cooperando y tampoco ha denunciado en alguna comisaria esa violación".
La supuesta mujer violada debería, según esta app, "grabarse un vídeo tras la agresión sexual y denunciar lo que le ha pasado a cámara para después reportarlo a la policía". Sin embargo, ninguna de estas filmaciones han trascendido a nivel judicial, puesto que la línea de denuncia no es la correcta para acusar de un delito sin acudir a dependencias policiales... Al menos, de momento.
Los campus universitarios de Chicago o Nueva York ya están llevando a cabo movilizaciones para que la declaración de las chicas "sea suficiente" para meter a su supuesto agresor entre rejas y, para ello, defienden estos vídeos postviolación.
Dentro del paquete del ISCE también encontramos otro tipo de aplicaciones para, tal y como ellos mismo describen en su web, "ayudar a decir no a los futuros socios románticos que son demasiado persistentes, pero no maliciosos". Es decir, se pretende dejar constancia de que, "si a alguna chica le molesta que su pretendiente le pida salir más de una vez, pueda grabarse en vídeo citando el nombre del supuesto pesado". Asimismo, también mostrará "su rechazo a consentir que este chico tenga una relación del tipo que sea con ella". Se sigue así la línea del movimiento estadounidense #Metoo, (en España #Cuéntalo), en el que se abre una lista negra privada y pública de "supuestos acosadores hombres".
Sin embargo, este tipo de acciones no está haciendo aún que los acusados a través de las redes sociales o aplicaciones tecnológicas den con sus huesos en la cárcel. ¿Por qué? Básicamente, porque los tribunales americanos no están teniendo en cuenta los testimonios videográficos o denuncias tuiteras contra el sexismo que no han sido puestas en conocimiento policial.
Pero, aunque no sean vinculantes para la Justicia, el problema es que este tipo de denuncias en la red sí terminan a priori por destrozar la reputación social del acusado. Buen ejemplo de ello es el caso del cantante Mikel Izal y el humorista Castelo. Ambos artistas defendían a capa y espada este tipo de movimientos sociales importados de Norteamérica que incitan a la Caza de Brujos hasta que, finalmente, ellos fueron los cazados, de modo que ahora están viviendo en sus carnes las duras consecuencias de los linchamientos públicos a través de las redes. Así lo han reflejado en sus recientes comunicados.
MGTOW, "los hombres antiamor"
La oleada de denuncias por acoso y agresión sexual en EEUU, tanto en los campus universitarios como en el ámbito laboral, ha provocado que muchos hombres tengan auténtico pavor a la hora de relacionarse con mujeres. El añadido de las aplicaciones digitales que regulan los consentimientos ha provocado una respuesta radical en un gran porcentaje de hombres, surgiendo así los llamados MGTOW, "hombres que pasan de relacionarse con mujeres".
Los Men Going Their Own Way (varones que deciden ir por su cuenta) están sumando cada vez más adeptos. Su lema es pasar de las féminas porque "son la causa de las humillaciones por las que han tenido que pasar en la vida y renuncian a ellas para no verse más pertrechados ni vilipendiados".
Los MGTOW dicen que "la sociedad, ante las exigencias del feminismo, ha condenado a los hombres a trabajar por una familia que les pueden a arrebatar en cualquier momento". Estos varones "se niegan a arriesgar sus vidas y recursos por mujeres que después se pueden convertir en su peor enemiga". En su propia web definen el matrimonio "como un fraude". Pero, ¿renunciar también a las relaciones sexuales? No. Según sus portavoces, "mantienen encuentros, ya sea ocasionales o bien pagando a prostitutas en su mayoría". Pese a todo cabe destacar que es una asociación minoritaria y, de hecho, muchos los tildan de ser "hombres despechados" debido a su escaso éxito entre las féminas a la hora de ligar.
Esta filosofía de vida de los MGTOW no es sino otra cara radicalizada de esta particular guerra de sexos que se ha instalado en EEUU -al tiempo que crece en otros países- y que, en esta ocasión, surge como elemento defensivo ante las consecuencias del feminismo de tercera ola. Hombres que ya no se relacionan de forma romántica con mujeres y han dicho adiós al amor definitivamente.
Los miembros de este club de hombres antiamor apuntan al ginocentrismo, haciendo un llamamiento a la "insurrección masculina". En el comunicado de Varones Unidos, una asociación hispana, describen su hartazgo de ser calificados como "machistas siempre que se objete la prerrogativa del dominio de la hembra".
Están en pie de guerra y con consignas que no parecen llamar a la concordia entre sexos. Pero, ¿es esto sólo el comienzo o un hecho aislado? Por ahora, ya cuentan con su propio merchandising antimujeres y venden numerosos posters donde "se vengan de las hembras" Las muestran como opresoras de su masculinidad, siguiendo así el mismo discurso que las feministas actuales.
De una forma u otra, la politización de las relaciones naturales humanas parece estar provocando una ruptura en el entendimiento entre hombres y mujeres. Escritoras como Elvira Lindo o María Blanco apuntan hacia un feminismo disidente que "no busque la supremacía de la hembra por encima del varón". De igual modo, abogadas penalistas como Antonia Alba, especialista en violencia doméstica, aconseja a los hombres "no seguir la misma deriva que el feminismo radical, ya que de lo que se trata es de tener una igualdad real de hombres y mujeres ante la ley y no la de un género por encima del otro, sea cual sea".
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