José Carlos Rodríguez analiza la diferencia entre memoria e historia, así como de la importancia de la libertad y la búsqueda de la verdad en una verdadera democracia, a raíz de la aberrante ley de memoria histórica que propone el PSOE.
Artículo de Disidentia:
¿Cuál es el valor de la verdad? ¿Cómo contribuye la verdad a que una sociedad sea más libre y menos propensa a los conflictos? La verdad es uno de esos bienes que parecen no necesitar defensa; su beneficio es tan obvio que sólo con mencionarla toda oposición debería remitir de inmediato. Pero los enemigos de la verdad ni la necesitan ni la quieren, la combaten y se disfrazan para vencerla. De modo que es necesario defender activamente la verdad.
Es necesario defender la verdad, buscarla. Porque para expresar con palabras la realidad, para decir la verdad, antes hay que encontrarla. Y la realidad es muy compleja, no se muestra accesible a nuestros ojos; sólo podemos verla, en ocasiones tan sólo atisbarla, tras un penoso esfuerzo intelectual, tras muchos intentos previos por acercarnos a ella. Puesto que el acceso a la verdad no es inmediato, es necesario transitar un camino (método), salir a su encuentro, defender la verdad es buscarla.
Detengámonos un momento aquí de la mano del filósofo Friedrich A. Hayek, que describe una prelación de los fenómenos en función de su complejidad. Los más sencillos son los fenómenos físicos. Por encima los que estudia la química. Muchos grados de complejidad por encima de estos están los fenómenos biológicos. El siguiente grado lo formaría la mente humana. Hayek afirma que un orden no puede comprenderse a sí mismo y que, por tanto, no seremos capaces de comprender del todo la mente humana.
Pero sigamos: el orden más complejo de todos es la sociedad, porque consiste en una interacción entre mentes humanas. Intentar comprender un fenómeno de una complejidad tan apabullante exige un trabajo ímprobo, desde la mayor humildad.
La historia es el estudio de la huella de la vasta experiencia humana en sus diferentes organizaciones sociales, es un camino para conocernos mejor a nosotros y a nuestras formas de vivir en común. La historia, por tanto, es una forma de acercarnos a la verdad sobre nosotros mismos. Y si para defender la verdad hay que buscarla, también es necesario defender la labor de la historia.
Volvemos así a la pregunta inicial. Por un lado, lo que permite que seamos una sociedad ordenada es la libertad. La intelectual y la de expresión nos enseñan que es más importante permitir un debate que aferrarnos a un conjunto de ideas preestablecidas: constituyen una escuela de convivencia. La sociedad es plural, y sólo la aceptación de la libre expresión de los que no piensan como nosotros permite que la diversidad no desemboque en enfrentamientos violentos. Siempre habrá conflictos, pero en nuestras manos está limitarlos al terreno de las ideas, evitar que se conviertan en violencia.
Una democracia sin alternancia de programas
Pero hay más. La existencia de un gobierno con un enorme poder induce a una parte de la sociedad a intentar utilizarlo para ahormar la sociedad, inocularle su programa político, “transformar” la sociedad, como dicen sin ambages ni vergüenza. Se trata de una tarea con una ambición desmedida, que debe sobreponerse a resistencias muy poderosas y debe aplastarlas.
En una democracia, la victoria de esta ideología “transformadora” exige formar mayorías permanentes que sostengan todo el programa para, nada menos, construir otra sociedad siguiendo unos nuevos patrones. La lucha por las mayorías permanentes ha arruinado la idea ilustrada de la democracia, en la que una sociedad de hombres libres debate las prioridades del gobierno y sus límites. Y el poder pasa de unas manos a otras en una sucesión ordenada y no violenta. La nueva concepción de la democracia quiere mantener sus formas, evitar la violencia, mantener el orden, pero sin alternancia. Pueden cambiar los partidos, pero el programa siempre se mantiene.
Historia y memoria histórica: dos concepto antagónicos
Crear esas mayorías permanentes se logra formando ideológicamente a la sociedad, una formación pasa por la imposición de la corrección política y por la reconstrucción del pasado. En definitiva, por la neolengua y la reescritura del pasado que previó George Orwell en su novela 1984, escrita en 1949.
En España vemos que el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), desde que se sumió en el zapaterismo, y la izquierda política española en general, intentan una visión de la historia. No lo hacen organizando grandes aportaciones de historiadores de izquierdas, que contribuyan a una mayor relevancia de su visión del pasado. Lo hacen por la vía política: entrando por la puerta falsa de la memoria histórica.
La historia es una ciencia. Falible, como toda obra intelectual humana, y con importantes obstáculos en su sempiterna búsqueda de la reconstrucción veraz del pasado. Pero una ciencia, al fin. La memoria histórica es otra cosa. La historia se construye sobre las aportaciones anteriores, como si su objeto de estudio fuera también su método. Y, por tanto, es una labor social, trabada por aportaciones, contradictorias y complementarias, de muchas personas a lo largo del tiempo. La memoria es un acto individual. La historia se erige sobre las huellas de sujetos, pero quiere escribir un relato que sea objetivo, la principal contradicción de este empeño de Sísifo.
La memoria es puramente subjetiva. La historia quiere establecer un relato que cimiente la sociedad, y la fortalezca, sobre los pilares de la verdad. La memoria es una revindicación parcial, y quiere ahondar la división y avivar los sentimientos de odio y rechazo. La historia es un camino a la verdad, y por tanto una de las mayores contribuciones a la convivencia. La memoria es exactamente todo lo contrario. Y se reviste con el epíteto “histórica” por puro rechazo a la verdadera historia.
Convertir en delito determinados criterios históricos
La reforma de la Ley de Memoria Histórica propuesta por el PSOE prevé tipificar la expresión de opiniones favorables al bando del general Franco como delito, penado con hasta dos años de cárcel. También busca acabar con la carrera profesional de todo profesor cuyas opiniones puedan ser interpretadas como favorables al alzamiento en la Guerra Civil Española.
De aprobarse, lo que hoy son contribuciones genuinas a la historia, como el libro de Manuel Álvarez Tardío y Roberto Villa García 1936. Fraude y violencia, que demuestra con una profusión documental y argumental apabullante cómo se manipularon las elecciones de febrero de ese año, pasarían a ser actos delictivos, como el atraco a un banco.
La proposición es tan inicua que escandaliza la falta de escándalo. Su objetivo es contrario a la convivencia de los españoles, y a la libertad de todos. Es una de las más graves amenazas que se ciernen sobre España. Y avanza casi sigilosa.
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