Hanna Fischer analiza qué fue lo que benefició más a la humanidad, desmitificando diversas creencias más que erróneas sobre la Revolución Industrial.
Artículo de Panampost:
Photo credit: National Archief on Best Running
Es impresionante cómo se ha tergiversado la historia y se repiten sin mayor análisis visiones erróneas. Eso ocurre con respecto a la Revolución Industrial y sus efectos sobre la calidad de vida de la población, especialmente para los pobres.
Las imágenes que ilustran los libros donde se relata ese proceso, suelen ser la de un gordo “capitalista” que explota a sus empleados. Un texto liceal subraya que “los salarios (de los obreros) eran tan bajos que solo permitían la estricta subsistencia“.
A la revolución agrícola – antesala de la Industrial- se la menciona como algo calamitoso para los campesinos porque los “forzó” a concentrarse en las ciudades para beneficio de los capitalistas. Se transmite la idea de una población que vivía feliz en el campo y que por culpa de las revoluciones mencionadas, fueron “expulsados”.
Axel Kaiser expone que se impuso la creencia de un “pasado romántico en el cual los seres humanos vivían felices en los campos hasta que la revolución industrial los obligó a abandonar las hermosas y fértiles tierras para someterlos al castigo insalubre de la vida urbana”.
Además, el enfoque presentado por muchos historiadores y profesores, produce la impresión de que la pobreza de los obreros fue fruto del liberalismo económico—sustrato de la Revolución Industrial—y que gracias a los sindicatos se elevó su nivel de vida.
¿Cuánta verdad hay en dichas afirmaciones? Dilucidarlo es relevante porque las consecuencias de esa impostura se extienden hasta hoy.
Lo primero a observar, es el anacronismo con que se analiza este tópico. No estamos sosteniendo que se miente sobre la situación de los obreros sino que es anacrónica. Es decir, implícitamente se la compara con la actualidad y no con su realidad antes de la Revolución Industrial, que es lo acertado.
Los textos transmiten la impresión de que fue en esa época en que empeoró la situación de los desheredados. La verdad es lo opuesto: la condición natural de los seres humanos es la pobreza. Lo asombroso fue que pudiéramos escapar de ella y que, en diversos grados, el bienestar alcanzara a la humanidad entera.
¿Que permitió tal milagro?
El liberalismo, que es una doctrina humanística integral. En consecuencia, abarca la esfera política, económica, social y cultural. La teoría liberal postula—y la experiencia confirma— que para derrotar a la pobreza se necesitan instituciones, ideas y valores que premien la creatividad.
En lo político, el liberalismo combate la concentración del poder. En lo económico, sostiene que cada quien es el mejor juez para determinar qué es lo que más le conviene. Además, que la riqueza no existe por sí sola sino que se crea; es fruto del esfuerzo individual. Por tanto, la interferencia del Estado es innecesaria y nefasta. En lo social, defiende que se viva de acuerdo a la propia conciencia, sin imposiciones externas. Y en lo cultural, promueve un ambiente donde todos puedan desarrollar libremente su potencial.
Antes de las mencionadas revoluciones, el hambre y las enfermedades diezmaban poblaciones enteras. Yuval Harari en su libro Homo Deus, señala que “antiguamente no era extraño que un cinco o un diez por ciento de la población de un país desapareciera porque una catástrofe natural hubiera exterminado las cosechas”. Menciona que por hambrunas en 1695 murió el 20% de la población de Estonia, y entre el 25% y 33% de la gente de Finlandia en 1696.
Por consiguiente, que en el siglo XIX los salarios de los obreros permitieran la “estricta subsistencia”, fue un gran adelanto con respecto a la situación anterior.
El absolutismo monárquico descubrió que controlar la economía es una de las formas más eficaces de concentrar el poder. En consecuencia, durante el reinado de Luis XIV en Francia, se crearon “empresas estatales”. Y es por eso que el liberalismo no acepta su existencia, porque son instrumentos de injusticia y abuso político.
El liberalismo promovió la creatividad humana. Eso provocó descubrimientos, innovaciones e invenciones, que permitieron avances en medicina y en tecnología, que beneficiaron a todas las clases sociales.
Lo más sorprendente fue, que la revolución liberal modificó la sensibilidad social. Comenzó a conmover la desdicha ajena y surgió la filantropía. Antes, los menesterosos eran el 95% de la población y no eran considerados personas. Cualquier película de reconstrucción de época muestra que vivían casi como animales.
Debido a la concentración de personas en las ciudades, surgió una clase media anteriormente inexistente. Hacia fines del siglo XIX, alrededor del 40% pertenecía a ese sector social. No fue por azar sino por una economía de escala. El éxodo rural es consecuencia de que la vida urbana es preferible a la del campo, porque a pesar de sus inconvenientes, hay mayores oportunidades para progresar.
Por tanto, el liberalismo económico permitió la movilidad social y la constante mejora en la calidad de vida de los pobres. Prueba de ello es que en los países donde no rige, el pueblo sigue chapoteando en la miseria.
Es indudable que ha mejorado la vida de los asalariados. Los sindicatos suelen adjudicarse como mérito propio el alza de los salarios. Pero, ¿es verdad?
Veamos: Ellos empezaron a actuar en las primeras décadas del siglo XX. Ergo, no son la causa de las mejoras producidas durante el siglo XIX.
En rigor, los salarios aumentaron debido a la competencia entre empresas y la acumulación de capital derivada del ánimo de lucro. O sea, mediante el incremento de la riqueza en esa sociedad. Eso no se impone por decreto ni por presión de los sindicatos, sino que deriva de las instituciones e ideas liberales. Como expresa Kaiser, “a mayor capital acumulado mayor productividad, y por tanto mayores salarios y calidad de vida para todos”.
Entonces, ¿cuál ha sido el efecto de la actuación de los sindicatos?
Imponer rigideces legales en el campo laboral y establecer salarios mínimos. Así se aseguran sus privilegios y puestos de trabajo y simultáneamente, obstaculizan la contratación de nuevos trabajadores. Los salarios mínimos dejan fuera del mercado laboral formal a los menos capacitados. Por consiguiente, se perjudica a los más débiles: los pobres, los jóvenes y las mujeres.
La Organización Internacional del Trabajo en su “Panorama Laboral 2017. América Latina y el Caribe” , informa que la tasa de desocupación juvenil prácticamente triplica la de los adultos. Asimismo, es mayor entre las mujeres que entre los hombres.
Los salarios mínimos impiden que los que tienen menos instrucción puedan hacer carrera dentro de una empresa, empezando desde los puestos más bajos y paulatinamente ir ascendiendo. Antes, eso era una vía frecuente de ascenso social.
Ergo, los sindicatos forman un oligopolio en el mercado laboral. Si no presionaran —frecuentemente con violencia—para imponer esas leyes laborales, sería más fácil despedir trabajadores pero también contratarlos. Sería menos frecuente quedar desempleado por largo tiempo. Lo cual demuestra que la “solidaridad” de los sindicatos con todos los trabajadores, no es genuina.
Además, los sindicatos de las empresas públicas estatales monopólicas las utilizan para llenarse los bolsillos a expensas del resto de la sociedad, que deben pagar tarifas excesivas por sus servicios o productos.
En conclusión, reflexionemos sobre los respectivos papeles jugados por el liberalismo económico y los sindicatos con respecto al bienestar de la gente.
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