Juan Rallo analiza la errónea política presupuestaria de Trump, al no acompañar a las bajadas de impuestos de recortes del gasto público, lo que disparará el déficit.
Artículo de El Confidencial:
El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump. (EFE)
Los republicanos gustaban de fustigar a Obama con la acusación de que, bajo su presidencia, la deuda pública estadounidense había aumentado más que con todos los otros presidentes de EEUU juntos —desde George Washington hasta George W. Bush—. La crítica nunca fue del todo rigurosa, tanto porque mezclaban valores reales y nominales de la deuda (no era lo mismo emitir un dólar de deuda en tiempos de Washington que emitirlo en tiempos de Bush) cuanto porque ni siquiera en términos nominales era plenamente cierta: al comienzo de la presidencia de Obama, la deuda pública federal ascendía a 10,6 billones de dólares, mientras que a su cierre se elevaba hasta los 19,9 billones; esto es, un incremento de 9,3 billones (algo menos que los 10,6 emitidos por todos los otros presidentes juntos).
Sin embargo, y pese a la evidente imprecisión, el eslogan cumplía adecuadamente con su propósito: denunciar que, bajo el mandato del demócrata, la deuda del Gobierno federal prácticamente se había duplicado. Ahí es nada. El propio Trump criticó en numerosas ocasiones los excesos de endeudamiento de Obama:
"Hillary Clinton tiene razón en una de las cosas que dice: yo entiendo la deuda y sé cómo manejarla, pues me he hecho rico gracias ella. Sin embargo, la deuda pública es un desastre para este país y Obama no ha hecho otra cosa que incrementarla mientras Clinton se limitaba a mirar sin rechistar".
Esta semana, Donald Trump ha presentado su proyecto de presupuestos para el ejercicio 2019: las cuentas contienen su famosa rebaja impositiva, así como incrementos muy sustanciales en el gasto militar o estímulos para la construcción de infraestructuras. En su momento, y atendiendo a sus promesas electorales, algunos ya pronosticamos que Trump —pese a su fachada antiendeudamiento— terminaría machacando a la ciudadanía estadounidense con nuevas y gravosas emisiones de pasivos estatales. No quedaba otra: por mucho que quisiéramos colocarle todo el inventario nacional de velas a San Laffer, el recorte de impuestos era demasiado grande como para que aumentara netamente la recaudación, de manera que la única forma realista de equilibrar el presupuesto era recortando el gasto… ¡no incrementándolo!
Al final, y como ya tuvimos ocasión de explicar, la rebaja tributaria tuvo que descafeinarse enormemente para poder salir aprobada pero, aun con ello, el incremento programado del gasto durante los próximos ejercicios va a mantener disparado el déficit.
Déficit público federal de EEUU
En concreto, Trump proyecta aumentar la deuda pública estadounidense en 8,1 billones de dólares a lo largo de los próximos ocho años: desde los 19,8 billones de dólares que legó Obama en 2016 hasta los 27,9 billones en 2024. Ciertamente, el presidente republicano sabe cómo gestionar la deuda, pero para dispararla: su renuencia a recortar el gasto público —o, mejor dicho, su renuencia a recortar el gasto militar y el gasto en 'derechos sociales' consolidados— en medio de un generalizado recorte fiscal va a provocar un desequilibrio presupuestario explosivo. A la postre, Trump ha apostado por mantener el tamaño del sector público estadounidense aproximadamente al mismo nivel en que se lo dejó Obama y apreciablemente por encima del nivel en que lo legaron Bill Clinton o incluso George W. Bush: y sin recortes apreciables del gasto, ¿cómo no esperar que el déficit se dispare?
Así las cosas, apenas unos pocos republicanos encabezados por el libertario Rand Paul han sido capaces de mantener su dignidad ante este despropósito fiscal: “Yo voté por recortar los impuestos y por recortar el gasto. Aquellos que votaron por recortar los impuestos y por aumentar el gasto muestran ser unos hipócritas que no se preocupan seriamente por la deuda”. Y es que, en efecto, convencer a los ciudadanos sobre las bondades de las bajadas de impuestos es una misión muy sencilla: ¿quién no quiere tener más dinero en su bolsillo? Lo realmente complicado es convencerles acerca de las bondades de las bajadas de impuestos una vez son conscientes de cuál es el coste de las mismas (menores servicios y transferencias proporcionados por el Estado).
Recortar impuestos con cargo a la deuda supone engañar al ciudadano: mostrarle solo la cara amable de la reducida fiscalidad ocultándole las implicaciones presupuestarias de tal medida: un fraude político en toda regla. Y es que lo crucial para avanzar sosteniblemente hacia una sociedad más libre es convencer a los ciudadanos de que deben tomar las riendas de sus propias vidas: de que debemos reducir el tamaño y la intensidad del intervencionismo del Estado en nuestras sociedades; de que necesitamos menos impuestos 'y también menos gasto público'.
Por desgracia, Trump y el resto del 'establishment' republicano se han negado a librar esta batalla intelectual y política: han preferido instalarse en el populismo fiscal de disminuir los tributos y de aumentar el gasto público mediante el abuso de la emisión de deuda. Prometieron secar el pantano de Washington y, al final, han terminado por consolidarlo conectándolo al grifo de la deuda.
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