Carmelo Jordá muestra la enorme mentira y gravedad de la misma en que se hayan instalado los políticos, que han hecho de la mentira el día a día de su acción, mostrando el ejemplo del tema de las pensiones.
Artículo de Libertad Digital:
En España la mentira ha dejado de ser una herramienta revolucionaria para pasar a ser un elemento más de la política del día a día. No estoy seguro del todo de cuándo empezó a ocurrir esto, pero sí tengo claro que el pronóstico pasó de reservado a grave con la irrupción de Podemos, un partido que no es que mienta, sino que vive tan completamente instalado en la falsedad que hasta sus propios líderes son fraudes con patas que presumen de ser "los de abajo" cuando en realidad son y han sido siempre acomodados hijos de papá.
Lamentablemente, la mentira es un camino fácil –algo así como el lado oscuro de la fuerza, para que ustedes me entiendan–, y cuando no te sustentan unos principios éticos sólidos es tentadora. Así, en lugar de afear a los podemitas su profundo desapego a la verdad, los demás partidos han copiado las formas de los de Iglesias, y ahora un político que te diga algo que no sea rigurosamente falso es casi tan extraordinario como una madre diciendo que su hijo es feo.
Vean por ejemplo el tema de las pensiones: no es sólo que todo el mundo mienta, es que se considera poco menos que escandaloso e intolerable decirle la verdad a la gente. Y la verdad es que el sistema es insostenible tal y como está, y, de no mediar una reforma radical, si ahora nos parecen bajas, en las próximas décadas las pensiones serán de risa.
Al contrario, como en una partida de póquer enloquecida en la que todos van de farol, cada uno quiere proponer un aumento de las pensiones superior al de los demás, por supuesto sin explicar de verdad de dónde va a salir el dinero para eso en una Seguridad Social que está gastando cada año en pensiones 18.800 millones más de lo que ingresa. Repito la cifra: 18.000 millones, y eso que estamos hablando de 2017, año en el que las cotizaciones sociales han roto por fin el récord de ingresos que habían marcado en el lejanísimo 2008.
No hay dinero para subir las pensiones, de hecho, no hay dinero para pagarlas tal y como están. El que dice lo contrario miente y, peor aún, juega con las esperanzas de nuestros mayores por rapiñar un puñado de votos. En el país en el que hemos crucificado a algunos políticos por un traje o un bolso, o por haber tenido una cuenta legal en Panamá, yo les tengo que confesar que este comportamiento me parece mucho más repugnante que el 99% de los casos de corrupción.
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