Antonio Escohotado analiza la última decisión analfabeta y clientelista de Ada Colau: la retirada de la placa dedicada al almirante Pascual Cervera, poniendo en su lugar a la de Pepe Rubianes.
Artículo de Libertad Digital:
Inauguracion de la calle Pepe Rubianes en Barcelona con Gerardo Pisarello y Ada Colau, | Cordon Press
Renombrando una de sus calles, la alcaldesa de Barcelona ha retirado la placa dedicada al almirante Pascual Cervera (1839-1909) por "fascista y facha", poniendo en su lugar al difunto cómico Pepe Rubianes, notorio desde que en 2006 aprovechara un programa de TV3 para sugerir la conveniencia de "mandar España a tomar por el puto culo". La señora Colau se ha significado también por relaciones malas con el clero católico y buenas con el islámico, y acaba de comparecer en la apertura de un nuevo oratorio suyo sin prestarse a lo mismo en la fiesta de La Merced, sin duda porque la sharia no le parece fascista ni facha.
Por lo que respecta a Cervera, su linaje se remonta a la invasión carolingia de 795, que ocupó entre otras aquella comarca para fundar la Marca Hispánica, llamada a frenar el avance musulmán. Casi mil años después, Pascual Cervera era teniente de navío en el surrealista 1873, cuando Amadeo de Saboya renunció a seguir mediando en "la jaula de locos", y de comicios despreciados por seis entre cada diez votantes emergió triunfador un federalismo escindido en "benevolentes" e "intransigentes", que de mejor o peor gana abonó la sublevación cantonalista, y redujo con ello la vida de nuestra primera república a menos de un año. Dicho partido tenía una sólida implantación en Cataluña –no en vano su gran líder era Francesc Pi y Margall-, aunque allí estuviera también el núcleo del carlismo, empeñado entonces en la tercera de sus guerras.
Sin cantonalistas y carlistas es impensable el paso atrás, y el futuro de Cervera ilustra ejemplarmente lo que le esperaba a una España de sacristías mezcladas con logias y células anarquistas, donde retener las colonias restantes por las armas se fio a todo menos invertir en armamento. Habla bien de Cervera que tras recorrer y cartografiar el archipiélago filipino rechazase más de una vez el ministerio de Marina -alegando que su vocación era navegar-, y habla no menos bien su conducta en 1898, cuando se le ordena vencer a la flota norteamericana. Obedece entonces sabiendo que ni los obuses ni los cañones ni los motores ni el carbón –turba en vez de antracita- lograban cosa distinta de imitar a quien monta escudos de piel cuando procede instalar chapa de acero.
Un muerto norteamericano por 200 muertos españoles, saldo de aquel combate, redujo al 10% lo que pudo acabar mucho peor y así lo pensó el almirante Sampson, agradecido a Cervera por no ensañarse con el único grupo de náufragos suyos. También evocó respeto que exigiera ser tratado como el último de sus marineros, aunque se le ofreciese deambular libremente mientras esperaba la repatriación. Llevaba una década advirtiendo que ahorrar en casquillos era tan canalla como apelar al honor nacional, cuando procedía haber comprado equipo o retirarse de la pelea, y solo en España se postergó reconocerlo.
Pero la alcaldía de Barcelona se suma hoy a aquella ignominia, y no porque toque esconder los trapos sucios de una guerra ridícula, sino porque los cantonalistas y carlistas de otrora pasaron a ser un frente unido de paletería gamberra, dispuesta a vengarse retrospectivamente. Limitados sus amigos a enemigos del enemigo, el diablo yanqui une a Rubianes y Jomeini como el matritense a Colau con el oratorio islámico, y -siendo quizá la más antigua de las familias catalanas- recomiendo a los Cervera captar el secreto homenaje unido a la afrenta.
Lo detestado de su ancestro es a fin de cuentas que amara cosas como el mar, la profesión y el deber; que prefiriese la substancia a lo insubstancial, que su aguante primara sobre la tentación de patalear, y que el espíritu de servicio a los demás se sobrepusiera a misantropías. No necesitó parecerse a Sócrates en agudeza discursiva para coincidir con él en lo esencial de su hallazgo: que la belleza, el bien, la verdad y la justicia son facetas de la misma joya, fruto de no tirar nunca la primera piedra, conservando un coraje capaz de luchar por la libertad hasta la muerte, pero inclinado siempre a la reconciliación con quien renuncie a avasallarnos.
Quienes abogan por variantes del no ser –el cuerpo sin órganos, el individuo no individualista, la quimera llamada Satán, el capital con mayúscula- se ven premiados comulgando con esquizofrenia, reclutamiento laboral obligatorio, cruzadas genocidas y economatos desabastecidos precisamente por ignorar la acumulación de capital con minúscula. Con su pan se lo coman, propongo a los parientes del almirante, y les recuerdo para terminar unas líneas de Hegel a propósito de la pintura flamenca en el siglo XVII:
"Este espíritu burgués apasionado por toda empresa –sea grande o pequeña, en el propio país o allende los vastos océanos-, este amor al bienestar conservado con esmero e higiene; ese íntimo goce, ese orgullo que nace del sentimiento de debérselo todo a la propia actividad […] Esta serenidad de un placer merecido penetra y anima los cuadros de fiesta campestre, tabernas, bodas y danzas, prestándoles un sentimiento de libertad y abandono, fruición de una vitalidad animada y despierta".
Los holandeses crearon buena parte de su propio suelo ganándoselo al Atlántico norte, el más bravío de los mares. Los humanos crearon buena parte de las instituciones civilizadas ganándoselas a la barbarie, que inspirada por el simplismo mágico y el ánimo cainita nos distrajo largamente con distintas supersticiones. Pero al menos un sector del planeta ha llegado a comprender que la única religión cosmopolita y privada a la vez es el culto a la libertad responsable. Cambiarle el nombre a calles no cambiará ese logro.
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