Jorge Vilches analiza el adoctrinamiento en materia sexual que reciben los jóvenes (que no educación) y cuándo y por qué empezó todo esto.
Artículo de Disidentia:
Camille Paglia, una de las feministas más interesantes de hoy, insiste en que los gobiernos se empeñan en politizar la sexualidad desde las escuelas. A esos políticos, todos cortados por el mismo patrón, solo les interesa adoctrinar al alumnado en un comportamiento único, el hedonista, entendiendo por educación sexual la información sobre las variantes sexuales y los métodos anticonceptivos.
Al tiempo, indica Paglia, se inocula la teoría social de la revolución femenina, la hora de las mujeres, o la rebelión contra el patriarcado, en un supuesto ajuste de cuentas histórico con una finalidad política inmediata: el control de las conciencias y de las acciones. De esta manera, por ejemplo, el embarazo no deseado es presentado como una enfermedad ante la que la mujer tiene el derecho a curarse mediante el aborto.
Ese adoctrinamiento en las escuelas, añade Paglia, es impartido a veces por profesionales y otras por propagandistas sin formación. El resultado es una educación sexual que, lejos de haber mejorado a las personas y sus experiencias, de reducir las violaciones o los abusos, se ha convertido en un auténtico fracaso. Los chicos no reciben fundamentos éticos ni morales en las relaciones sexuales (no aprovecharse de mujeres ebrias, por ejemplo), y las chicas no distinguen entre ceder en el sexo y ser populares. Pero lo que es más llamativo: no se les muestra que deben planificar su paternidad o maternidad en función de su ambición laboral y gustos, sino que se les dice que ser padre o madre es un obstáculo para el verdadero objetivo de la vida, el imperio de los sentidos.
Todo comenzó en los 60
¿Cuándo empezó esta deriva? En la década de 1960. La lucha contra el capitalismo se convirtió en una guerra generacional. Derribar el orden moral era el clave para demoler el orden político. Por eso, un situacionista, medio trotskista y anarquista, y hoy ecologista, llamado Daniel Cohn-Bendit, saltó a la fama en 1968 al espetar al ministro de Educación que su Libro Blanco no hablaba de los “problemas sexuales de la juventud”. Abordar el amor en su amplio sentido era la condición objetiva moral para destruir el fundamento del capitalismo, el patriarcado donde la mujer desempeñaba un puesto subalterno.
La búsqueda de la igualdad se transformó en una sencilla “liberación sexual”. El sexo sin ataduras formaba parte de la rebelión. El puritanismo de los años 50, la Doris Day que atesoraba su virginidad, era un elemento de la represión de los viejos, del capitalismo, del sistema.
La generación del 68 resucitó al marqués de Sade como ejemplo vital. Incluso el libro de Joseph Fourier sobre el amor libre, escondido por sus seguidores desde su muerte en 1837, se publicó a bombo y platillo en 1967. Las discográficas hicieron millones con canciones sobre el amor, el sexo y la insatisfacción. Era la revolución a través del comportamiento amoroso o sexual, como decía Fourier: “He aquí el secreto de la moral: solo es hipocresía que se adapta a las circunstancias y se quita la máscara cuando puede hacerlo impunemente”. La hipocresía era colaboracionismo con el Capital y, por tanto, había que hacer explícita la otra moral.
También el naturismo anarquista de finales del XIX y comienzos del XX se presentó como un movimiento vanguardista, libre del encorsetamiento del capitalismo, que permitía la realización de las personas. En 1934, por ejemplo, se fundó en Madrid la Asociación Naturista, que decía: “asóciese si es verdadero libreculturista, ayudando a la Regeneración del mundo”. Las comunas donde la propiedad y el amor eran colectivos salpicaron entonces Estados Unidos como muestras de repudio al capitalismo y a su moral puritana. El sexo quedó politizado.
Esa generación del 68 llegó a las instituciones. Aquella élite cultural se convirtió en oligarquía y transmitió la “buena nueva” a través de la educación y los medios de comunicación. La “liberación sexual” se convirtió en signo de modernidad, pero se hizo mal. El sexo no se humanizó, no se normalizó tratándolo como una faceta más del desarrollo de la persona, ni mejor ni peor. La politización del sexo, proveniente de la lucha de géneros, ha sido una consecuencia más de la larga revolución del 68. Sin embargo, es tan fácil su reclamo inconsciente que pulula en todos los medios un eslogan publicitario que define perfectamente la idea: “Si tu vida sexual funciona, lo demás no importa”.
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