Artículo de Disidentia:
El que fue tutor espiritual de Lenin, Nikolái Gavrílovich Chernyshevski, escribía Una pregunta vital: ¿Qué hacer? (1863), una obra en la que Chernyshevski desarrolló la idea de profesionalizar la violencia a través de gente entregada en cuerpo y alma, sin críticas ni dudas, a los ideales políticos. Quince años más tarde, Friedrich Engels redactaría su Anti-Dühring (1878). Este empresario y amigo íntimo de Karl Marx defiende allí que la violencia “es la comadrona de toda vieja sociedad que lleva en su seno otra nueva: el instrumento con el que se impone el movimiento social y se rompen formas políticas rígidas y muertas”.
Naturalmente, esta retórica destructiva se presenta en los textos de Marx muy a menudo. Lo cual no llama la atención, mas sí el hecho de que en los últimos 150 años una pléyade de militantes e intelectuales haya predicado las cualidades positivas del ejercicio de la violencia. Es más, cuando en plena década de los sesenta del siglo pasado se sabía, cual secreto a voces, cómo el terrorismo de las repúblicas socialistas llevaba aplicando medidas traumáticas, sanguinarias… sobre la población civil, vemos surgir, qué contradicción, a grupos de fascistas “rojos” que defienden el uso virtuoso (???) de la violencia.
Con la tiranía de imponer el paraíso en la tierra a través de una lógica patibularia, en España salía a la luz ETA, un grupo terrorista que en 1968 inicia su carrera matando a un guardia civil de tráfico de 25 años, al coruñés José Ángel Pardines Arcay. Un año después, en otoño de 1969, y no es cosa del azar, nacía en Italia la formación, también marxista leninista, Lotta Continua (Lucha Continua) cuyos miembros, era cuestión de tiempo, asesinarían a Luigi Calabresi, comisario de policía.
En Alemania, en 1970, la banda izquierdista radical Baader Meinhof, o Fracción del Ejército Rojo, se dedica a asaltar no solo entidades bancarias, medios de comunicación… sino la embajada de Alemania en Estocolmo y con el uso de bombas. Dos años después, y durante la celebración de los Juegos Olímpicos en Múnich, se produce el asesinato de 11 deportistas israelíes. La autoría del atentado recaía en el grupo terrorista palestino Septiembre Negro que reclamaba, entre otras cosas, la liberación de los cabecillas de la Baader Meinhof.
Los muertos del 68
Que la organización terrorista de ETA se disculpe, como lo ha hecho días atrás, invocando su falta de responsabilidad ante las fuerzas que determinan el rumbo de la Historia es algo siniestro. Es decir, ¿qué es eso de justificar ETA sus crímenes por los ataques de la legión Cóndor alemana al pueblo de Guernica acaecidos en 1937, o sea, 31 años antes de que esta banda cometiera su primer acto homicida?
Sin las máscaras del cinismo reparamos en que la ETA marxista-leninista solo aparece en el tardofranquismo, o sea, bajo los estertores del franquismo. Y, dado que era y es un grupo abertzale amante de la dictadura por la vía armada, cuando el mando militar de Francisco Franco estaba biológicamente a punto de desaparecer –el dictador Franco murió en la cama-, ETA empezó a reivindicar desde su filiación ideológica las bondades de la dictadura, ¡menuda vanguardia!
Sí, es innegable, un grupo de estudiantes disidentes del Partido Nacionalista Vasco había creado ETA en 1959 porque, movidos por el racismo, anhelaban hallar la herencia “única” del pueblo vascongado. Sin embargo, no olvidemos este dato: la violencia que arranca en 1968 iba a la par con la vocación de ser revolucionario a tiempo completo. El propio Txabi, ese etarra que liquidó a sangre fría a Pardines con un tiro en la cabeza y cuatro disparos al pecho, lo sabía al decir eso de: “para nadie es un secreto que difícilmente saldremos del 68 sin ningún muerto”. Había, pues, que inaugurar, aunque fuese en junio y con algo de retraso, el Mayo del 68 etarra.
El oráculo de Txabi se llevó a la práctica siguiendo el guion, en Europa, del renacimiento marxista, pues igual que muchos de los estudiantes parisinos portaban en las protestas símbolos del maoísmo, en otras partes del continente europeo las nuevas estructuras de extrema izquierda retomaban, sin ninguna originalidad, los fastos de los victimarios imitando las proezas asesinas de Mao Tse-Tung, ese tirano social-marxista que llevó a la muerte a millones de personas en pleno cénit del, en absoluto, mítico año 1968. Se calcula que bajo las órdenes de su Revolución cultural murieron 60 millones de chinos.
El perdón de los verdugos
Si los integrantes de la secta de los temidos asesinos o ḥaššāšīn eran adictos al cáñamo indio y, por tanto, consumidores de hachís, los de ETA siempre han necesitado la droga de la sangre para alimentar su identidad. Por este motivo, a los violentos les gusta infligir la muerte a sus víctimas. Ahora, dicen, quieren renunciar a su pasado necrófago. Y ETA parece haber sentenciado su adiós definitivo a las armas después de publicar en los diarios Gara y Berria un comunicado en el que piden perdón a las víctimas y exclaman su “ojalá nada de eso hubiese ocurrido”.
Desconozco si el acto de arrepentirse es sincero. (No han revelado aún la localización de sus arsenales de armas.) Y si reconocer sus errores les humaniza, eso no remedia la sangría de sus muchas culpas cometidas ni sumerge en la amnesia los asesinatos ejecutados por los componentes de esta banda criminal, toda vez que ETA, sin aclarar a dónde ha ido a parar el dinero de su financiación, no está ayudando con su silencio a esclarecer los 379 casos sin resolver de los casi mil asesinatos que ha cometido desde la cruenta fecha de 1968.
1968-2018, ¿fin de un ciclo?
Durante años, laicos y clérigos creyeron que los vascos eran descendientes directos de Tubal, nieto de Noé. Durante años, intelectuales y políticos aceptaron que el vascuence constituyó una de las lenguas supervivientes de la remotísima Torre de Babel. Con las trincheras del irracionalismo y su exhortación a la identidad mágica, encubridores y amigos de ETA lograron al unísono despedazar la idea de universalidad de la condición humana. Y dejar huérfano el conocimiento científico, tirado a los pies de los argumentos sobre el RH negativo.
Que justo después del comunicado de ETA los obispos de Vascongadas junto al arzobispo de Navarra y al prelado de Bayona (Francia) hayan entonado un mea culpa por haber defendido estos representantes de la Iglesia la primacía de la etnicidad vasca frente a la catolicidad (o universalidad) del precepto del amor es una buena noticia. Que acaben de reconocer estos sacerdotes que son “conscientes de que también se han dado entre nosotros complicidades, ambigüedades, omisiones… por las que pedimos sinceramente perdón” tiene gran valor.
Y para que el terrorismo no vuelva a contar con la connivencia del poder –y esto va también para esos Arzalluz de ayer y de hoy del Partido Nacionalista Vasco-, ahí está la máxima de mi admirado Sébastien Castellion (1515-1563), el cual, y ante los asesinatos por ideologías, afirmaba que “matar a un hombre no es defender una doctrina, es matar a un hombre”, aunque no sé si su Dios podrá perdonar a esos creyentes culpables.
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