martes, 19 de noviembre de 2019

El autor del señalamiento del disidente como ‘fascista’ y su contribución al auge del nazismo

Elentir explica bien lo que ya he mostrado en distintos artículos, que no es otra cosa que la banalización del término fascista, empleado contra toda disidencia de la manera de pensar de la extrema izquierda, su origen, su uso como estrategia política, y la repetición de los errores del pasado. 
Artículo de Contando Estrelas: 
Desde la primera mitad del siglo pasado, la situación política y las ideologías mayoritarias en Europa han cambiado notablemente, pero no ha cambiado una mala costumbre de la ultraizquierda.
Llaman ‘fascistas’ a personas que nada tienen que ver con el fascismo
A juzgar por la cantidad de veces que algunos llaman «fascistas» a sus rivales políticos, a veces da la impresión de que hoy hay más fascistas que en 1930. Pero no es así. El fascismo y el nacional-socialismo se han convertido en fenómenos puramente marginales, afortunadamente. Es algo digno de celebrar que esas dos ideologías totalitarias se hayan extinguido. Hay que decir que lo que muchos políticos y medios llaman erróneamente «ultraderecha» nada tiene que ver con el fascismo y menos aún con el nazismo. De hecho, la mayoría de esa mal llamada «ultraderecha» con partidos meramente conservadores o liberal-conservadores, que reciben ese injusto mote porque el centro-derecha se ha ido desplazando hacia la izquierda al asumir gran parte de sus tesis. Pero además, ¿es lógico llamar «extrema derecha» al fascismo y al nazismo?
El fascismo y el nazismo son dos formas de socialismo nacionalista
El fascismo y el nazismo son totalitarismos que no encajan bien en el esquema clásico de izquierda y derecha surgido de la Revolución Francesa. Su carácter anticomunista no les convierte en derechistas, desde luego. Recordemos que tanto el fascismo como el nacional-socialismo eran movimientos socialistas que, a diferencia del socialismo marxista (de corte internacionalista), habían adoptado una línea nacionalista. Benito Mussolini empezó su carrera política en el Partido Socialista Italiano. Tras su expulsión en 1914 fundó el periódico Il Popolo d’Italia, que mantuvo la definición de «socialista» en su cabecera hasta 1918. El periódico, que era un medio socialista de corte nacionalista, se convirtió cuatro años más tarde en el órgano oficial del régimen fascista. La línea ideológica del nazismo queda aún más clara con su propia denominación: lo que comúnmente se conoce como «Partido Nazi» se denominaba oficialmente «Partido Nacional-Socialista Obrero Alemán», partidario de un socialismo nacionalista.
El Estado corporativo que defendían el fascismo y el nazismo era un Estado antiliberal e intervencionista, igual que el comunismo. Es cierto que una parte de la derecha se vio fascinada por el fascismo por su anticomunismo, y también es cierto que entre esa derecha causó estupor el pacto suscrito entre Alemania y la URSS en 1939, con el que Hitler y Stalin invadieron y se repartieron Polonia, un país profundamente católico y conservador. A decir verdad, entre la izquierda de EEUU también hubo fascinación por el fascismoEl propio Roosevelt elogió a Mussolini en 1933. Uno de los economistas de referencia del socialismo actual, John Maynard Keynes, reconoció que su teoría «puede aplicarse mucho más fácilmente a las condiciones de un Estado totalitario» que en un modelo de libre mercado, y lo dijo en la edición alemana de su «Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero», publicada en 1936, ya con los nazis en el poder.
Fue la dictadura de Stalin quien ideó esa forma de criminalizar la disidencia
Lo que a menudo se olvida hoy, por otra parte, es el origen de esa fea costumbre de llamar «fascista» a todo el que discrepa de la izquierda o incluso de la extrema izquierda. El uso del término «fascista» para descalificar al disidente, y concretamente a los socialdemócratas, comenzó en la URSS durante el mandato del dictador y genocida Stalin. El quinto congreso de la Internacional Comunista, celebrado en Moscú entre junio y julio de 1924, emitió una «Resolución contra el fascismo» que afirmaba lo siguiente: «A medida que la sociedad burguesa continúa decayendo, todos los partidos burgueses, particularmente la socialdemocracia, adquieren un carácter más o menos fascista … El fascismo y la socialdemocracia son los dos lados del mismo instrumento de la dictadura capitalista. En la lucha contra el fascismo, por lo tanto, la social-democracia nunca puede ser un aliado de confianza del proletariado en lucha». Y todo esto, simplemente, porque los socialistas habían roto con los comunistas un año antes, en 1923, con la fundación de la Internacional Obrera y Socialista.
Acabaron llamando ‘fascistas’ incluso a los comunistas que discrepaban de Stalin
Desarrollando esos planteamientos de la Comintern, el 20 de septiembre de 1924 se publicó un artículo de Stalin titulado «Sobre la situación internacional», en el que el dictador afirmaba: «No es cierto que el fascismo sea solo la organización de lucha de la burguesía. El fascismo no es solo una categoría militar-técnica. El fascismo es la organización de lucha de la burguesía que cuenta con el apoyo activo de la socialdemocracia. La socialdemocracia es objetivamente el ala moderada del fascismo«. La difusión de esta disparatada tesis por parte de todos los partidos comunistas, que se limitaban a repetir las consignas que emitía Stalin desde Moscú, dio origen a una miserable forma de criminalizar la mera discrepancia de los dictados de Stalin, fuese quien fuese el discrepante. De hecho, esa forma de estigmatizar brutalmente toda disidencia acabó volviéndose contra no pocos de sus imitadores: entre 1937 y 1938, en plena Guerra Civil Española, una organización comunista trotskista, el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), fue disuelto siguiendo órdenes de Moscú, siendo sus dirigentes encarcelados e incluso asesinados bajo la falsa acusación de tener «reconocido carácter de organización fascista» y de formar parte de una «conjura fascista internacional».
Esta trivialización del fascismo contribuyó al auge del nazismo en Alemania
Antes de eso, al usar el adjetivo «fascista» contra todo el que les llevaba la contraria, los comunistas acabaron ayudando a trivializar el verdadero fascismo. Y es que si todo el que discrepaba de los comunistas era un «fascista», entonces el fascismo no debía ser tan malo, pensaron algunos. Además, como ya expuse aquí, esa torpeza de Stalin sirvió para debilitar la República de Weimar, cuyos gobiernos se basaron en gran medida en coaliciones entre socialdemócratas, centristas y populares. Con ello, los comunistas contribuyeron al auge del nazismo, incluso llegando a coincidir con los diputados nazis en numerosas ocasiones: de 241 cuestiones votadas en el Reichstag y en el parlamento estatal de Prusia en 1929 y 1930, nazis y comunistas votaron juntos en el 70% de las ocasiones. La violencia política de las milicias de ambos partidos (el Rot Front del Partido Comunista y las SA del Partido Nacional-Socialista) generaron un ambiente de inestabilidad, de inseguridad y de caos que fue muy propicio para Hitler, que acabó subiendo al poder en 1933. Cuando Stalin dio orden a los partidos comunistas de cambiar de estrategia y aliarse con anarquistas, socialistas e incluso con la izquierda burguesa para formar «frentes populares» contra el fascismo, ya era demasiado tarde.
Hoy siguen usando el mote incluso los sucesores de aquellos que fueron señalados con él
Lamentablemente, esta parte de la historia es poco conocida, y por eso muchos siguen abusando hoy de esas etiquetas que sólo sirven para banalizar al verdadero fascismo. Podemos dar gracias de que ese movimiento totalitario sea hoy puramente marginal, porque de otra forma, ahora mismo se estaría beneficiando de esa estúpida intolerancia de algunos hacia la discrepancia. De lo que no podemos estar tan tranquilos es de otro hecho: si bien el fascismo es hoy marginal, la que no es marginal es la extrema izquierda, desde la cual los comunistas siguen intentando criminalizar a todo el que no opina como ellos llamándole «fascista», a veces incluso con la inestimable -y suicida- colaboración de los socialistas y del centro-derecha, es decir, con la ayuda de los sucesores políticos de aquellos a los que los comunistas también señalaron como «fascistas». Olvidan, por lo visto, que allí donde mandan los comunistas, «fascista» es todo el que disiente, incluidos ellos, con las siniestras consecuencias que eso conlleva para el disidente.

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