Elentir expone cómo los creadores del Muro de Berlín han hecho otro aún mayor, el cual también será derribado.
Artículo de Contando Estrelas:
Muchos de los que fuimos niños durante los años de la Guerra Fría crecimos pensando que el comunismo no caería nunca. Aquella tiranía parecía destinada a quedarse para siempre.
Un gigante con pies de barro cuya caída empezó en Polonia
Sin embargo, el comunismo era un gigante con bies de barro. Empezó a deshacerse con la creación del sindicato Solidaridad en Polonia, un movimiento impulsado por la fuerte religiosidad católica del pueblo polaco. El apoyo del Papa San Juan Pablo II a aquel movimiento fue decisivo para ir abriendo grietas cada vez más anchas en los muros de esa enorme prisión en la que se habían convertido las dictaduras comunistas del bloque soviético. El Cristianismo tuvo un papel fundamental en la caída del comunismo, y por eso hoy en día se ha vuelto más odiado que nunca por toda la izquierda, pero especialmente por la que siente nostalgia del terror rojo.
El comunismo no fue derrotado: ha vuelto de forma larvada
Tal día como hoy, hace 30 años, cayó el Muro de Berlín. Muchos lo vimos como un momento feliz. Llegamos a pensar que el comunismo había sido derrotado, pero no fue así. De hecho, pensar que esa derrota se había producido hizo que buena parte del mundo libre bajase la guardia. Antes incluso de la caída del Muro, en los países occidentales había empezado a extenderse una nueva forma de totalitarismo, más larvado que el comunismo y el nacional-socialismo. Este nuevo totalitarismo también se inspiraba en las ideas socialistas y en las tesis de Marx, y había empezado a formularse ya en los años anteriores a la Segunda Guerra Mundial por el ideólogo comunista italiano Antonio Gramsci. El marxismo cultural empezó a propagarse por Occidente décadas antes de la caída del Muro de Berlín como una forma de subversión ideológica.
Las revelaciones de un exagente del KGB sobre su labor de subversión ideológica
Yuri Alexandrovich Bezmenov, un exagente del KGB (el servicio secreto soviético) que huyó a Canadá en 1970, advirtió en varios programas televisivos. En uno de ellos explicó: “sólo alrededor de un 15% del tiempo, del dinero y del personal del KGB se dedican al espionaje como tal. El otro 85% se dedica a un proceso lento, que denominamos tanto subversión ideológica, como medidas activas o guerra psicológica. Lo que significa básicamente es cambiar la percepción de la realidad de cada americano hasta tal punto que, por mucha que sea la información, nadie sea capaz de llegar a conclusiones sensatas para defenderse a sí mismo, a su familia, su comunidad y su país. Es un gran proceso de lavado de cerebro que progresa muy lentamente“.
Bezmenov señaló: “Cuesta entre 15 y 20 años desmoralizar a una nación. ¿Por qué esa cifra? Porque es el número mínimo de años que cuesta educar a una generación de estudiantes en el país enemigo, expuesta a la ideología enemiga. En otras palabras: el marxismo-leninismo ha sido bombeado en las cabezas de al menos tres generaciones de estudiantes americanos, sin ser desafiado o contrapesado por los valores básicos del americanismo, o del patriotismo americano. El resultado, a la vista está. La mayoría de quienes se graduaron en los 60, de quienes dejaron los estudios y de los intelectuales a medio cocinar ocupan ahora puestos de poder en el Gobierno, la administración, los negocios, los medios de masas, el sistema educativo. Están por todas partes”. El exagente soviético añadía: “Incluso si los expones a datos verídicos, si les demuestras que lo blanco es blanco y lo negro es negro, sigues sin poder cambiar su percepción básica y su lógica de comportamiento“. Aquí el vídeo:
La nueva izquierda surgida de los cascotes del Muro de Berlín
En las palabras de ese exespía soviético podemos ver reflejada, en gran medida, nuestra sociedad actual. Una vez caído el comunismo clásico, basado en la tesis marxista de la lucha entre clases sociales, los marxistas impulsaron una infiltración progresiva en diversos movimientos sociales: feministas, ecologistas, homosexuales, indigenistas… El politólogo Agustín Laje y el periodista Nicolás Márquez, ambos de Argentina, han analizado magistralmente ese fenómeno en su obra “El Libro Negro de la Nueva Izquierda”, que explica, por ejemplo, el avance y la imposición de la ideología de género en Occidente, incluso a manos de partidos que se dicen de centro-derecha, así como otras franquicias del marxismo cultural: la corrección política, el multiculturalismo y el animalismo. Éstas son las nuevas banderas de la vieja izquierda, de esa izquierda marxista que consideramos vencida con la caída del Muro de Berlín en 1989 y la desaparición de la URSS en 1991, pero que sigue muy activa.
Tenemos un nuevo muro, aún mayor, y esta vez no es de hormigón armado
El resultado de ese proceso de propagación del marxismo cultural es que tres décadas después de la caída del Muro, sus creadores han conseguido hacer un muro mayor, pero esta vez no está hecho de hormigón armado, sino de dogmas ideológicos, cuyo propósito es exactamente el mismo que el de aquella monstruosidad levantada en 1961 con el cínico título de “muro de protección antifascista”, pero que en realidad funcionaba como una prisión para todo un pueblo. Esta vez la prisión es mental: quieren que tengamos miedo de discrepar, que nos autocensuremos, que nos sometamos sin rechistar a los dictados del pensamiento único progresista.
Los que quieren huir de esa prisión no se encuentran ahora con guardias armados con fusiles y ametralladores y con campos de minas dispuestos a matarle. Ahora la eliminación del disidente consiste en su muerte civil, en su defenestración y desprestigio, y últimamente también en la persecución del que discrepa, con multas e incluso con la cárcel, acusado de promover “discursos de odio”, expresión que la neolengua progre ha acuñado para criminalizar a todo el que se atreve a llevarle la contraria a la izquierda. Antes al disidente se le llamaba “contrarrevolucionario”, “burgués” o “fascista”: hoy si discrepas de la izquierda te acusan de “odiar” y te llaman racista, xenófobo, machista, homófobo, o transfóbico, palabras-policía creadas para señalar y condenar al que desobedece. La finalidad de todo este proceso de señalamiento del discrepante es la misma que existía bajo las dictaduras comunistas: no quieren que nadie se atreva a salirse del redil.
El proceso de derribo de ese muro ya ha empezado gracias a una nueva derecha
La izquierda y una parte considerable de la derecha ya se habían acostumbrado a esa nueva hegemonía de la dictadura progre en nuestra sociedad, pero la consolidación de una nueva derecha valiente y sin complejos está provocando un ataque de nervios entre los inquisidores progres. Estamos teniendo ejemplos tan buenos como Trump en EEUU, Bolsonaro en Brasil, Viktor Orbán en Hungría, el PiS en Polonia y en el caso de España, Vox, un partido valiente que se ha atrevido a dar la batalla de las ideas contra la izquierda, una batalla a la que habían renunciado los demás partidos del llamado centro-derecha. Y es que al marxismo cultural le ocurre lo mismo que al traje nuevo del Emperador de la famosa novela de Hans Christian Andersen: perder el miedo a decir la verdad es el comienzo del fin de la tiranía. A medida que más y más gente se atreve a proclamar que el Emperador está desnudo, más difícil lo tienen los ingenieros sociales de la izquierda para seguir imponiéndonos su dictadura ideológica.
En la década de 1980 ya vivimos la primera revuelta contra el marxismo cultural en Occidente con la revolución conservadora impulsada por Ronald Reagan. Aquella ofensiva de los defensores de la libertad contribuyó también a derribar el Muro de Berlín: si en Occidente no hubiese habido un gobernante tan valiente como Reagan, tal vez hoy media Europa aún seguiría bajo el yugo comunista. Igual que entonces cayó el Muro de Berlín, este nuevo muro del marxismo cultural también caerá. Para ello necesitamos asumir que nuestros valores son mejores y merecen ser defendidos, que no tenemos que pedir perdón por disentir, que es posible derrotar a esta nueva tiranía y, en consecuencia, hacer lo que esté en nuestra mano para derrotarla.
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