Juan R. Rallo analiza las opciones de gobierno actuales y el papel de la derecha en ello.
Artículo de El Confidencial:
Pedro Sánchez, tras conocer los resultados de este 10-N. (EFE)
El bloque de la izquierda se ha achicado en estas elecciones: los 165 diputados que PSOE y Unidas Podemos cosecharon en abril han quedado reducidos a los 158 de PSOE, Unidas Podemos y Más País (que, en realidad, bien podría haber mantenido la denominación de Más Madrid). Sin embargo, mientras que en abril había una alternativa parlamentaria a esa coalición política, a saber, una entente entre PSOE y Ciudadanos, hoy esa alternativa ya no existe: Ciudadanos se ha hundido y, por tanto, el PSOE solo puede buscar socios a su izquierda. Salvo, eso sí, que Pablo Casado decida dar un paso adelante posibilitando una gobernabilidad que no dependa de la extrema izquierda y sí de un consenso de mínimos entre PP y PSOE.
Lo verbalicé tras la fallida investidura de julio y lo vuelvo a repetir ahora: si la derecha con potencial pactista —ahora prácticamente reducida al PP— posee un cierto sentido político y se preocupa por el futuro del país, debería ofrecer al PSOE un acuerdo de legislatura a cambio de un pacto minimalista que no atentara contra las líneas fundamentales del programa electoral del PSOE (que es, al final, quien tendría la responsabilidad de gobernar).
La aritmética, aunque con mucha mayor dificultad que hasta estos nuevos comicios, sigue siendo posible: los votos favorables de PSOE, Partido Regionalista de Cantabria y Ciudadanos más la abstención de PP y Navarra Suma arrojarían 131 síes, un máximo de 129 noes y un mínimo de 90 abstenciones, de modo que Sánchez sí podría salir investido en segunda vuelta sin depender de la extrema izquierda. La situación política se desbloquearía, la legislatura echaría a andar, el PSOE gobernaría en solitario y la derecha se anotaría varias victorias que podría vender ante su electorado.
¿Cuáles serían aquellos compromisos que, al menos en materia económica, PP y un capitidisminuido Ciudadanos podrían reclamarle a Pedro Sánchez a cambio de investirlo presidente de un Gobierno monocolor?
Primero, estabilidad presupuestaria sin aumento de impuestos: los socialistas dicen estar comprometidos con la reducción del déficit y, en un contexto de creciente desaceleración económica, debería ser bastante sencillo coincidir en que subir impuestos sería del todo desastroso.
Segundo, cese del uso electoralista de las pensiones (¿no consistía supuestamente en eso el tan cacareado Pacto de Toledo que todas las formaciones dicen reivindicar?) y, por tanto, aprobación de un marco estable para la Seguridad Social durante las próximas décadas que garantice su viabilidad financiera y su ajuste automático al margen del uso caprichoso que quieran efectuar en cada momento los partidos en el Gobierno.
Tercero, espíritu reformista o, al menos, cese de las pulsiones contrarreformistas. Hay muchos ámbitos en los que cabe un entendimiento entre PSOE y PP: mejora de la reforma laboral de 2012 (atacando el más que cierto problema de la dualidad contractual pero no limitando la flexibilidad salarial para que sea posible absorber la contracción de la actividad en ciernes), plan de choque contra el alza de los precios de la vivienda (que pase por un incremento de la oferta y no por un racionamiento de la demanda, aunque se trate, atendiendo a los programas electorales de PSOE y PP, de un aumento de la vivienda pública), transición energética (no planificando desde el Gobierno qué centrales eléctricas han de instalarse sino estableciendo un precio sobre el CO2 al tiempo que se desburocratiza el proceso de autorización de nuevas centrales) y miscelánea de otras reformas estructurales (completar la privatización de Bankia, la apertura de la competencia al ferrocarril, lucha contra los monopolios u oligopolios regulatorios, etc.).
Así pues, existe un cierto margen —mucho más estrecho que en abril, eso sí— para compatibilizar el apetito de poder de unos con los principios de otros. Si la derecha patria dice ser tan contraria a la extrema izquierda y al nacionalismo centrífugo, sería absurdo que abocara a Pedro Sánchez a los brazos de la extrema izquierda y del nacionalismo centrífugo: salvo, eso sí, que a la derecha le interese seguir polarizando la situación política y social para arañar algunos votos más en unas venideras terceras elecciones. O acuerdo de mínimos entre PSOE, PP y miniCiudadanos; o gobierno de extrema izquierda, o terceras elecciones (ora sin investidura o tras una investidura debilitada). Esas son las opciones reales: la derecha ha de decidir cuál de todas ellas considera el mal menor para nuestra sociedad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario