lunes, 11 de noviembre de 2019

Los mercados, no los sindicatos, nos dan tiempo libre

Thomas J. DiLorenzo analiza uno de los mayores mitos (y falsedades) tan extendidos y pregonizados hoy: que gracias a los sindicatos (y no al capitalismo), los trabajadores (o no trabajadores) tenemos hoy más tiempo libre, trabajamos menos horas o tenemos más seguridad en el trabajo, o incluso tenemos más salarios, cuando precisamente y económicamente es fácil de explicar, han supuesto precisamente una traba en dicha mejora, subiéndose por cierto siempre al "carro en marcha". 

Artículo de Mises Institute: 
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En La acción humana, Ludwig von Mises escribía que los sindicatos laborales han sido siempre la fuente principal de propaganda anticapitalista. Me acordé recientemente de esto cuando vi una pegatina en un parachoques que proclamaba uno de los principios fundamentales del sindicalismo: “El movimiento sindical: La gente que te trajo el fin de semana”.
Bueno, no exactamente. En EEUU la semana laboral media era de 61 horas en 1870, comparada con las 34 horas de hoy y esto que casi dobla el tiempo de ocio para los trabajadores estadounidenses lo produjo el capitalismo, no el sindicalismo. Como explicaba Mises: “En la sociedad capitalista prevalece una tendencia a un aumento constante en la cuota por cabeza de capital invertido. (…) Consiguientemente, la productividad marginal del trabajo, los salarios y los niveles de vida de los asalariados tienden a aumentar continuamente”.
Por supuesto, esto solo es cierto en una economía capitalista en la que prevalezcan la propiedad privada, los mercados libres y el emprendimiento. El aumento constante en los niveles de vida (predominantemente) en los países capitalistas se debe a los beneficios de la inversión privada de capital, el emprendimiento, el avance tecnológico y una fuerza laboral mejor formada (no gracias al monopolio escolar del gobierno, que solo ha servido para idiotizar a la población). Los sindicatos normalmente reciben el mérito por todo esto mientras piden políticas que obstaculizan a las propias instituciones del capitalismo que son la causa de su propia prosperidad.
La semana laboral más corta es completamente una invención capitalista. Como la inversión de capital causaba que la productividad marginal de la mano de obra aumentara con el tiempo, hacía falta menos trabajo para conseguir los mismos niveles de producción. Al hacerse más intensa la competencia, muchos empresarios competían por los mejores empleados ofreciéndoles tanto una mejor paga como horarios más cortos. Quienes no ofrecían semanas laborales más corta se veían obligados por las fuerzas de la competencia a ofrecer en compensación salarios más altos o se convertían en no competitivos en el mercado laboral.
También es por la competencia capitalista por lo que el “trabajo infantil” prácticamente ha desaparecido, a pesar de las afirmaciones contrarios de los sindicatos. Los jóvenes originalmente abandonaban las granjas para trabajar en duras condiciones en las fábricas porque era un asunto de supervivencia para ellos y sus familias. Pero a medida que los trabajadores fueron mejor pagados (gracias a la inversión de capital y los consiguientes mejoras en la productividad), cada vez más gente podía permitirse mantener a sus hijos en casa y en la escuela. La legislación respaldada por los sindicatos que prohibía el trabajo infantil llegó después de que hubiera empezado ya el declive de dicho trabajo infantil. Además, las leyes de trabajo infantil siempre han sido proteccionistas y se dirigían a privar a los jóvenes  de la oportunidad de trabajar. Como el trabajo infantil a veces compite con el trabajo sindicalizado, hace mucho que los sindicatos han buscado utilizar el poder del estado para privar a los jóvenes del derecho a trabajar. Hoy en el Tercer Mundo, la alternativa al “trabajo infantil” es demasiado a menudo la mendicidad, la prostitución, el delito o el hambre. Los sindicatos proclaman absurdamente seguir la vía moral de defender políticas proteccionistas que llevan inevitablemente a estas consecuencias.
Los sindicatos también proclaman haber defendido la regulación de seguridad mediante la Occupational Safety and Health Administration (OSHA) a lo largo de las últimas tres décadas. Es verdad que el puesto de trabajo estadounidense se ha convertido en más seguro a lo largo del siglo anterior, pero esto también se debe a las fuerzas de capitalismo en competencia, no a la regulación respaldada por los sindicatos.
Un lugar de trabajo inseguro o peligroso son costos para los empresarios porque deben pagar una diferencia compensadora (un salario superior) para atraer a trabajadores. Por tanto, los empresarios tienen un poderoso interés financiero en mejorar la seguridad en el lugar de trabajo, especialmente en las industrias manufactureras en las que los salarios a menudo comprenden la mayoría de los costes totales. Además, los empresarios deben afrontar los costes del trabajo perdido, la formación de los nuevos empleados y la indemnización al trabajador impuesta por el gobierno cuando haya un accidente en el trabajo. Por no mencionar la amenaza de demandas.
Las inversiones en tecnología, de los tractores con aire acondicionado a los robots utilizados en las fábricas de automóviles, también han hechos más seguros los lugares de trabajo estadounidenses. Pero los sindicatos a menudo  se han opuesto a esa tecnología con el argumento ludita de que “destruye empleos”.
Mises tenía razón en que los sindicatos han sido siempre una fuente primordial de propaganda anticapitalista. Pero desde que escribió La acción humana, los sindicatos estadounidenses han sido asimismo la vanguardia de los esfuerzos de cabildeo a favor de la regulación y gravamen de negocios (de capital) que han obstaculizado gravemente la economía de mercado, haciendo que todos, incluyendo los sindicalistas, estén económicamente peor. La regulación de los negocios por parte de la EPA, OSHA, FTC, DOE y cientos de otras burocracias públicas federales, estatales y locales constituye en la práctica un impuesto a la inversión de capital que hace menos rentable esta inversión. Menos inversión de capital genera una caída en el crecimiento de la productividad laboral, lo que a su vez ralentiza el crecimiento de los salarios y los niveles de vida.
Además, una productividad ralentizada lleva a un crecimiento ralentizado de la producción en la economía, lo que hace que los precios sean más altos de lo que serían en caso contrario y se inventen y lleven al mercado menos productos nuevos. Todas estas cosas son dañinas para el bienestar económico de la misma gente a la que afirman representar los sindicatos. (Increíblemente, hay algunos economistas que argumentan que los sindicatos son buenos para la productividad. Pero si tuvieran razón, las empresas los estarían reclutando en lugar de gastar millones tratando de evitar la sindicalización).
Mises también apuntaba que a medida que los negocios se ven más duramente regulados, las decisiones empresariales se basan cada vez más en el cumplimiento de los edictos públicos que en obtener beneficios. Los sindicatos estadounidenses continúan reclamando más regulación de los negocios porque, para poder sobrevivir, deben convencer a los trabajadores (y a la sociedad) de que “la empresa es el enemigo”. Por eso, como apuntaba Mises, la propaganda sindical ha sido siempre anticapitalista. Los trabajadores supuestamente tienen que verse protegidos ante el “enemigo” por los sindicatos.
Sin embargo, la sustitución de las decisiones de obtención de beneficios por el cumplimiento burocrático reduce la rentabilidad, normalmente con poco o ningún beneficio para nadie con el cumplimiento de las regulaciones. El resultado final es de nuevo una reducción en la rentabilidad de la inversión y por consiguiente tiene lugar manos inversión. Los salarios disminuyen, gracias a la propaganda sindical autodestructiva. Los sindicalistas bien pagados pueden mantener sus empleos y gabelas al perpetuar dicha propaganda, pero están dañando a la misma gente que paga las cuotas que se usan para pagar sus propios salarios.

Image source: 
iStock

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