jueves, 19 de junio de 2014

Los beneficios no hacen prohibitiva la atención sanitaria

Rich Brents responde a la crítica de Steven Brill al libre mercado en sanidad, mostrando las consecuencias negativas que tiene sobre los precios, la competencia y la innovación la intervención y control de precios estatales. 

"Me dijeron recientemente que podía aclarar mis errores sobre la atención sanitaria leyendo un solo artículo de Steven Brill: “Bitter Pill: Why Medical Bills Are Killing Us”, El artículo de Brill, que mereció la portada de Time el pasado año, se alarga durante más de cuarenta páginas. Esperando que este volumen proporcionara un argumento sólido y reconociendo el impacto que una revista importante puede tener en la opinión pública, me sorprendió descubrir un artículo con tal falta de sustancia.
El artículo se basa en buena parte en seis historias anecdóticas que relatan las experiencias de gente buscando tratamiento médico, intercaladas con breves excursos sobre detalles del sector centrados en buena parte en los precios por los servicios, la expansión de instalaciones y los salarios administrativos. Desde un falso linfoma de Hodgkin y dolores de pecho a un dolor de espalda rutinario, el artículo detalla un amplio rango de condiciones médicas de individuos desafortunados abrumados por problemas sanitarios. El autor parece que usa estas historias como método para crear empatía con el lector. Sin embargo, como el objetivo declarado del artículo es explicar “por qué nos están matando las facturas médicas” y suponiendo que “por qué” se refiere a un proceso en lugar de a un motivo, uno espera algo más que tristes historias puntuadas por una letanía de altos precios para servicios.
Las historias ofrecidas son sin duda desgraciadas, como lo es la carga de cualquiera atacado por una enfermedad que amenace su vida o afronte altos costes por lo que normalmente son procesos médicos sencillos. Es difícil leer esos relatos sin sentir cierta simpatía por los afectados. Sin embargo, como las estadísticas, las historias emocionales se muestran para apoyar cualquier lado del mismo tema, a menudo con igual eficacia. Aunque las emociones pueden ayudar a explicar cómo los individuos deciden actuar en circunstancias concretas, son inapropiadas para aclaraciones referentes a la actividad económica agregada.
El autor también destaca repetidamente el estatus fiscal de las instalaciones en las que se atiende a los pacientes. En la mayoría de los casos, los hospitales se clasifican como “sin ánimo de lucro”, algo que no inspira a Brill una falta de indignación. Como es el grado de lucro el que sirve a la agenda del autor, no explica por qué una instalación concreta decidiría ser clasificada como sin ánimo de lucro. Como se llega al estatus fiscal mediante una combinación de aplicación voluntaria y sanción estatal, podemos deducir que cada instalación explicada tenía cierto incentivo, financiero o de otro tipo, para buscar un estatus de sin ánimo de lucro. Aunque el término “lucro” puede conllevar significado moral para algunos, tiene poca implicación en su aplicación a negocios en busca de refugio fiscal o en aplicar políticas operativas ventajosas.
Los detalles proporcionados del sector ofrecen poco más en la forma de explicación de los altos costes de la atención sanitaria. Si se ocupa de algo, y lo hace tal vez involuntariamente, Brill toca dos de los muchos factores de los altos costes del sector: los precios máximos del gobierno gestionados por los dos programas de Medicare y Medicaid y la insensibilidad a los precios por parte del consumidor.
Respecto de los precios máximos, el autor compara repetidamente los precios cobrados a sus pacientes de ejemplo frente a los permitidos bajo los programas públicos primarios, tratando a estos últimos como algo más que los mecanismos arbitrarios de precios que son. Es verdad que no es probable que un mercado libre soportara los precios exorbitantes detallados en el relato de Brill. Sin embargo, en lugar de reconocer el impacto de rebaja de precios propio de un mercado libre, el autor decide tratar todo lo que esté fuera de los programas públicos como causa de los altos precios. En realidad los precios máximos aplicados a favor de los consumidores y cubiertos por estos programas públicos obligan a los proveedores a recuperar los precios en otro lugar, elevando así los precios en el mercado “libre”.
En un mercado no intervenido de la atención sanitaria, tampoco sería probable una insensibilidad a los precios. Los pacientes facturados directamente por servicios sería mucho menos conscientes de los precios que se cobren y tenderían a cuestionar necesidad, alternativas y eficacia de los procedimientos o productos propuestos. En otros casos, mercados más libres en los que la interferencia del gobierno tiene potencial para impactar en los precios, vemos mucha menos inflación de precios evidente en el sector de la atención sanitaria. Cuando el salario mínimo aumentó casi un 40% de 2007 a 2009, no vimos un aumento equivalente en precios en aquellos sectores más afectados por el cambio. Por ejemplo, el sector de la comida rápida podría haber aumentado los precios para compensar su salario mínimo superior, pero cualquier aumento significativo en los precios habría enviado a los consumidores hacia alternativas más efectivas en coste.
De lo que se trata es de que la regulación e intervención públicas han sido generalizadas durante mucho tiempo dentro del sector de la atención sanitaria. Poco de esto se menciona en la argumentación de Brill, supuestamente porque encuentra cómoda la cansina afirmación de que la avaricia es la fuente de todos los males económicos. En lugar de mostrar como los requisitos restrictivos y burocráticos de acreditación aumentan el coste de adquirir y mantener licencias médicas con discutibles mejoras en la calidad o cómo los límites en el mercado asegurador impiden la competencia y la innovación, el autor se centra en los métodos usados para adoptar estas políticas restrictivas en un esfuerzo por maximizar el beneficio. En lugar de reconocer cómo los procesos federales de aprobación de medicamentos aumentan el coste de desarrollo dejando de proteger a los pacientes, Brill decide ocuparse del tamaño de las siempre crecientes instalaciones que emplean un estatus fiscal beneficioso. Incluso cuando el autor se ocupa de estas prácticas como medicina defensiva en respuesta a demandas no razonables o al hecho de que las subvenciones a los contribuyentes distorsionan la dinámica del mercado, se tratan más como un reparo.
Gracias a estas visiones generales y lo que parece un apego miope a los supuestos males de la avaricia, el autor concluye que más intervención pública es la respuesta al problema. La mejor píldora para nuestro actual dilema de la atención sanitaria sería un mercado libre. Sin eso, suministradores y consumidores del sector de la atención sanitaria continuarán experimentando precios en constante crecimiento."
Publicado el 2de junio de 2014. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Twittear