Excelente artículo de Juan del Álamo desmontando la manipulación y extendido error sobre la cuestión del IVA del porno al 4% mientras el del cine está al 21%, siendo la última victima de esta leyenda urbana Rosa Díez.
Artículo de Reinformación:
El último Debate del Estado de la Nación olía a despedida más que ningún otro. Viejas caras y en la calle un país cansado de promesas incumplidas y de corrupción política. Fue, como siempre, a última hora de la tarde cuando Rosa Díez intercambió reproches y desprecios con el presidente de turno, Rajoy concretamente. Entre esos reproches, que el IVA del porno esté en el 4%, en palabras de la líder de UPyD:
“Usted tritura el pensamiento libre y creativo, sí. Porque ustedes son los que ponen el IVA del cine y del teatro en el 21% y el del porno en el 4%”.
Realmente es una leyenda urbana, una mentira tantas veces repetida que, en la cabeza de millones de personas, se ha convertido en verdad. Sin duda es un error anecdótico y Rosa Díez es una víctima más. Me consta que, de haber conocido la verdad, nunca lo hubiera usado como argumento. Por cierto, para defender el pensamiento libre tal vez no hay que introducir una crítica implícita a la pornografía. Basta con defender al cine y al teatro por sí mismos, sin comparaciones odiosas (y falsas, encima).
El caso es que estaría bien que nuestros representantes conocieran cómo se fija el IVA, de acuerdo con la Unión Europea (y con ciertas flexibilidades). Una directiva (la 2006/112/CE) permite que ciertos bienes y servicios tengan un impuesto al consumo de tipo reducido. Dentro de estos bienes y servicios se encuentran las revistas, los libros o los espectáculos, incluyendo al cine y al teatro.
El Gobierno de Rajoy no ha puesto el IVA del porno en el 4% porque no existe tal impuesto, lo mismo que no existe un IVA de Shakespeare o de Spielberg. El IVA se fija por el soporte, no por el contenido. Así, una revista siempre tendrá el mismo impuesto añadido, independientemente de si es cultural, del corazón o pornográfica. Lo mismo ocurre con el cine y con el teatro, que tributan al 21% tanto si es una película de Kurosawa como de Nacho Vidal o una representación de ‘El Fantasma de la Ópera’ o un espectáculo erótico.
Realmente, si esto funcionara de otra manera, sería de una injusticia notable que, encima, exigiría revisar los contenidos de las publicaciones y las actuaciones para determinar qué es pornografía y qué no lo es. Porque a veces la línea entre lo pornográfico, lo erótico y la portada de Interviú no es tan ancha. En el cine pasa parecido, o en el cómic, ni hablamos de la literatura (o pseudo literatura) cuando ’50 sombras de Grey’ es la ficción más leída del planeta. ¿Debe un libro tener un IVA diferente porque en él se hable de culos y tetas? La respuesta es obvia.
Si pusiéramos un impuesto diferente a unos contenidos que a otros (por ejemplo el 4% y el 21%), sin duda provocaríamos que los contenidos de las publicaciones caminaran hasta el límite que les permitiera pagar menos impuestos, algo que derivaría necesariamente en una menor heterogeneidad en los contenidos. Igualmente, cualquiera de los que creen que existe un “IVA del porno” deberían llegar por sí mismos a la conclusión de que entonces algunos directores subirían el tono cárnico y sexual de sus películas, a menudo ya para adultos (en el cine español aparecen tetas a la mínima), para entrar en la categoría de pornográficas y pagar así menos impuestos. Es delirante.
Sin duda, el Estado no debería intervenir en el libre equilibrio entre oferta y demanda. Y no hay motivo real para perjudicar a unos consumidores frente a otros ni a unos trabajadores frente a otros. Si interesa, será rentable, si no, desaparecerá. Además, éticamente sería difícil sostener que una cosa es mejor que la otra, que unos contenidos son más loables o necesarios que otros, que los paisajes de Machadomerecen una tributación diferente a la del pene de Grey.
Curiosamente, el portavoz de Facua, Rubén Sánchez, que criticó el mal llamado “IVA del porno”, una vez que le reprocharon el engaño, justificó que él quería pagar el IVA superreducido por la revista Mongola Mongolia pero no por las revistas porno.
Su único argumento debía de ser que Mongola Mongolia le gusta más que Playboy. Yo sé cuál es más perjudicial de las dos y creo que no coincidiríamos. Este tipo de argumentos no son serios en quien lidera una organización de defensa de los consumidores (que pagamos todos), que pierde tanto tiempo haciendo política que ni sabe cómo funciona el principal impuesto al consumo de su país.
El cine patalea
Obviamente, si por mí fuera, el IVA de casi todo tendería a ser del 0%. Pero yo al mismo tiempo sostengo que el Estado debe reducir su tamaño. Parece que una idea sin la otra no resulta coherente. Pero la izquierda unicornia es capaz de todo, de pedir que bajen el IVA y al mismo tiempo de exigir que el Estado suba el gasto. Ninguna otra cosa se podía esperar de los del “que pague otro” o de los del “devolveremos la deuda si nos da la gana”.
El cine está que trina con el IVA al 21%, que ha sido el remate final después del destrozo que ha provocado la piratería (aunque casi nadie se baje películas españolas), los contenidos gratuitos de Internet (youtubers al poder) y la edad dorada de series (especialmente norteamericanas) que vivimos actualmente. Mucha ficción de calidad y de andar por casa y un tiempo limitado para verlo todo que lleva al espectador a descartar muchas cosas y a exigir más. Y el cine español llora.
Algunos dicen que todos los artistas son de izquierdas. No se dan cuenta de que la ideología de muchos de ellos es el euro y que cuando hablan estos señores lo único que se oye realmente es el sonido de una caja registradora. En su cruzada económica, hemos visto flexibilidades ideológicas como las de personalidades de la gran pantalla que en su día apoyaron explícitamente a Franco y a Zapatero, que ahora alaban a Podemos. Eso es compromiso con unas ideas, con las que tienen que ver con ganar mucho dinero con poco esfuerzo. Lo lógico sería que, en su lucha contra los tributos, el lobby del cine (y de la cultura en general) apoyara entonces a algún partido que prometiera bajar los impuestos, a una especie de partido liberal que tuviera como horizonte reducir la carga que los ciudadanos tienen que pagar para mantener un Estado gigantesco, lento y lleno de corruptos. Pero no, claro. Apoyar a un partido liberal podría llevar a conseguir que el IVA cultural descendiera, pero también acabaría con las subvenciones al cine o al teatro. Y eso es un mal negocio. Estos señores del cine a lo que aspiran es a no pagar impuestos y a que, encima, los ciudadanos paguemos buena parte de sus gastos, de sus películas, interesen o no, sean buenas o malas. Su honestidad intelectual (y no intelectual) llega hasta donde llega. Es lo malo del mercado libre, que exige, que los ciudadanos deciden en la taquilla.
Todo esto desemboca en las críticas sistemáticas al único partido que subvenciona al cine a regañadientes. El respeto en el trato al ministro de Cultura de turno suele ser proporcional al dinero presupuestado para el séptimo arte. Ministro que no decide el IVA y que sin duda les pondría uno superreducido con tal de no tener que soportar las caras de higo seco de actores y directores cada año en la gala de los Goya. ¿No les gusta la igualdad? Pues ahí tienen al Gobierno del PP, un partido que no cede del todo a sus presiones lobbistas y cuando nos putea a todos los ciudadanos, lo hace aproximadamente por igual (para acabar presumiendo de ello en el Congreso en boca de nuestro presidente). Por cierto, en la gala de los Goya debería ser tradición agradecer a los contribuyentes las subvenciones que pagamos año tras año mientras ellos tienen unos salarios, en muchos casos, espectaculares. Subvenciones que, por cierto, reciben infinitas menos críticas que los gastos de la Casa Real. Y, no seré yo quien se proclame monárquico (más bien indiferente), pero tampoco hemos elegido en unas elecciones a los productores de cine.
Es curioso que sea la izquierda española, seguramente la más rancia de Occidente, la que inicie una cruzada argumentativa contra la pornografía y su inexistente impuesto especial. No les gusta el porno como no les gustan las putas de Eurovegas, que en vez de pasear entre ruletas ahora siguen ofreciendo su negocio por Gran Vía. Esta izquierda asexual y mojigata aburre, perdonen.
Pretender que los impuestos altos sean para cosas que nos gustan y que los bajos sean para las cosas que sí nos gustan es de un infantilismo patético y alejado de lo mínimamente democrático. Más allá de este egoísmo de la izquierda adolescente, lo realmente grave es la mentira, que lo inunda todo, que tiene un índice de contagio que ya lo quisiera para sí el ébola. Mentira que ha dado la vuelta al país y ha llegado al Congreso, de donde partió, de donde parten las propias leyes. Les está funcionando bien esto de vender un país injusto y unas leyes atroces y surrealistas. Desde luego, sobran motivos para criticar a nuestros políticos, pero el país no está lo suficientemente mal para los intereses de algunos, así que tienen que exagerar y mentir para defender sus propios intereses. Y en este camino no tienen nada que perder, porque los que tragan la mentira, adictos a las malas noticias, lejos de recriminárselo, esperan el siguiente embuste con los brazos abiertos. Por cierto, con los impuestos a los toros (el 21% de rigor y facturan más que el cine) también han mentido y siguen mintiendo. Los mismos. Siempre son los mismos. Joaquín Sabina, gran aficionado taurino, pedía en una entrevista emitida el pasado sábado “que nos pongan a Cervantes a la altura del porno”. Su cacao es todavía peor que el de Rosa Díez. La mentira sigue ahí, dando vueltas de cerebro en cerebro, como una enfermedad incurable.
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