María Blanco sobre los extendidos discursos (el relato) políticos repetidos hasta la saciedad con la intención de cambiar la realidad y que sean defendidos por todos aunque se viva otra cosa.
Y cada facción política defiende el suyo. Y como bien dice, el peligro de que los ciudadanos se dejen llevar por la mentira y la impostura no es poco.
Artículo de Voz Pópuli:
Este fin de semana nos visitó en el Instituto Juan de Mariana el abogado e investigador rosarino Garret Edwards. En su charla acerca de los problemas de Argentina desde una perspectiva institucional y de la disciplina denominada Law&Economics, hubo una palabra que se repitió varias veces: el relato.
El relato se refiere a ese discurso acerca de la realidad que los políticos en el poder se empeñan en repetir hasta el punto que la gente acaba por defenderlo aunque lo que vive sea otra cosa. En el caso que explicaba Garret se trata de un relato peronista, contrario al respeto por las bases de la democracia, tomada ésta como algo más que un sistema de elección.
El análisis de este concepto de “relato político” es extrapolaba sin problema a otros países, como el nuestro.
La realidad y los relatos
En España no hay un único relato sino que cada facción política defiende uno distinto. La culpa del sufrimiento del pobre pueblo griego es de Luis de Guindos y Merkel, y simultáneamente, la culpa de que el resto de los europeos miremos con reticencia los planes populistas de los políticos griegos es la chulería y las amenazas de incumplir lo pactado de esos mismos políticos.
La recuperación está llegando y a la vez no está llegando. Los dos partidos que se han turnado en el poder y a quienes se les han descubierto escándalos de corrupción sea en el ámbito nacional o regional, lideran estudios sobre transparencia y se les llena la boca defendiendo la regeneración política. Los salvadores del pueblo del horror de la casta política se inspiran y reciben financiación de los caciques que sangran a sus pueblos en Venezuela y Cuba.
Los trabajadores españoles, empobrecidos más de un 30% desde el comienzo de la crisis, azotados por el desempleo, se lanzan a la calle para protestar por las mínimas restricciones y consecuencias de los trabajadores privilegiados de nuestro tiempo: los funcionarios. Cada vez que se pospone el cobro de una paga extraordinaria de los funcionarios o que se ven afectadas las condiciones de su empleo, incluso si tienen el enorme privilegio de que su continuidad laboral es intocable, las protestas son continuas, multitudinarias, y atraen a los políticos más populistas que tratan de sumarse a toda costa a sus actos y estigmatizan a quien ose defender a los otros trabajadores. Eso sí, los millones de parados no protestan cuando se anuncian medidas que perjudican a los autónomos o a los empresarios, que son los que tienen la clave del empleo.
La ficción y los relatos
Lo más sorprendente del relato es que aunque haya medios de comunicación que saquen a la luz datos o hechos que desmientan la historia oficial, no importa, la voz de los políticos se mantiene imperturbable y potente defendiendo que por el mar corren las liebres y por el monte, las sardinas. Y si en Argentina se trata del asesinato del fiscal que iba a imputar a la Presidenta, en España se trata de la situación económica, de las intenciones futuras, de subir los impuestos o tocar las pensiones, por fortuna para nosotros. Pero todo se andará. Una vez que ya existe esa estructura, esa fractura que separa la realidad de cada cual de lo que se ve en la televisión, el relato aparece como un continente presto a ser rellenado con el contenido que en cada caso sea necesario.
Los ciudadanos se dejan llevar por la mentira y la impostura. Y, como me explicaba Garret en el turno de preguntas, han superado la barrera de la memoria política, que suele ser de tres meses. Cada semana surgen nuevos escándalos, reales o ficticios, para distraer a la gente y, de la misma forma que dicen que sucede en cuestiones de desamor, un clavo saca otro clavo, en política, un escándalo difumina otro escándalo y los ciudadanos ya no recuerdan porque no pueden, porque no quieren, o por la razón que sea, el vía crucis de barbaridades que los políticos que manejan nuestros impuestos, que diseñan la educación de nuestros hijos, que designan a quienes administran la justicia, perpetran un día sí y otro también.
En esta democracia occidental en decadencia, solamente la regeneración institucional, especialmente aquellas instituciones medulares de justicia que sirvan de contrapeso del poder, puede mostrarnos la luz al final del túnel. Pero está tan bien diseñado el sistema, se enrosca sobre sí mismo cerrando el circuito con tal perfección, que no se me ocurre qué partido político con intención de ganar se atrevería a llevar algo parecido en su programa electoral. Hasta entonces sólo queda el estudio y la difusión de las ideas. Pero no las elecciones, al menos para mí.
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