Artículo de El Confidencial:
47, 48, 49 y... No hay más. La lista se acaba ahí. En el empleado número 49. Es la sorprendente realidad con la que se topan muchas pequeñas y medianas empresas (pymes) en España. Pasar de ahí, ir a por el empleado 50 o más allá, representa un salto de tal dimensión que no son pocas las que descartan darlo. Lo curioso es que no se debe a una cuestión de costes o productividades marginales. No. La explicación es más sencilla. Se encuentra en una legislación que, lejos de incentivar que la pyme crezca, la empuja para que siga siendo pequeña. Es tan llamativo que sea así, que hasta el semanario británico The Economist se hizo eco de esta realidad en uno de sus últimos números.
Pero es lo que ocurre en España, que es un país de pymes. Representan más del 99% de las empresas, el 66% del Producto Interior Bruto (PIB) y cerca del 75% del empleo. Y aunque eso no tiene nada de malo, puesto que es un patrón que se repite en todos los países desarrollados, una radiografía más próxima ofrece varios datos para la reflexión. El primero, que apenas el 0,7% de las empresas españolas tiene 50 o más empleados, según los datos de la Comisión Europea. No es que la media de la Unión Europea sea mucho mayor, pero sí alcanza el 1,3%. Y el segundo: el 94,4% de las compañías españolas no llega a los 10 empleados, porcentaje que en Alemania se limita al 81,8%, en Reino Unido al 88,9% y en Francia llega al 93,7%.
Con estas cifras en la mano, queda claro que las pymes españolas tienen mucho más de pequeñas -o muy pequeñas- que de medianas. "La empresa mediana es la gran olvidada", lamenta Jesús Sainz, secretario general del Círculo de Empresarios. Una empresa pasa a ser considerada mediana cuando se mueve entre los 50 y los 249 empleados, los 10 y los 50 millones de facturación y un balance de 43 millones.
Y eso constituye un problema. O mejor dicho, varios. Según un informe presentado en marzo por la empresa de servicios profesionales PwC y titulado El dinero en 2033. Cómo nos financiaremos y ahorraremos, "el tamaño sí que tiene trascendencia".
Concreta esa relevancia en tres impactos negativos: "las empresas pequeñas son mucho menos productivas", "tienen más dificultades para la internacionalización" y " no disponen por lo general de acceso a la financiación no bancaria". Y concluye: "En realidad estos tres factores están intrínsecamente correlacionados. A mayor tamaño, mayor internacionalización. La conexión también funciona a la inversa, en una suerte de doble casualidad: a mayor salida al exterior, mayor tamaño. Y el desarrollo de ambos vectores abre la puerta a la posibilidad de encontrar instrumentos de financiación en el mercado en detrimento de la proporcionada por los bancos".
También la facturación
Estos son los peajes que pagan muchas empresas españoles por no crecer más. Sobresale el del acceso a financiación que no sea bancaria, puesto que durante la crisis la dependencia del crédito bancario ha sido un pesado lastre para muchas empresas e incluso su sentencia de muerte cuando cerraron el grifo crediticio. "Las medidas tendentes a incentivar el tamaño de las empresas o la provisión de más y mejores canales para su financiación deben asociarse estrechamente a prioridades declaradas como la generación de empleo o la consolidación fiscal", reclama el estudio Los retos de la financiación empresarial, presentado este año por la Fundación de Estudios Financieros.Lo más llamativo es que algunos de los corsés que bloquean el crecimiento de las pequeñas empresas son normativos. Es decir, no dependen solo del negocio o, en los últimos años, la crisis, sino de una legislación muy volcada en la creación de las empresas, pero que se olvida de fomentar su crecimiento. Así, las pequeñas empresas se benefician de ciertos incentivos por su tamaño. Pueden liquidar el IVA trimestralmente, librarse de tener que hacer una auditoría, presentar cuentas abreviadas o no tener comité de empresa.
Ese escenario cambia si la empresa se hace mayor. Por ejemplo, la ley establece que “las cuentas anuales y, en su caso, el informe de gestión deberán ser revisados por un auditor de cuentas” si se dan al menos dos de los tres siguientes requisitos durante dos años: un activo superior a los 2,85 millones, una cifra de negocios neta mayor a los 5,7 millones y una plantilla superior a los 50 empleados.
Ocurre lo mismo con las cuentas abreviadas. Las empresas ya no podrán hacerlas si se dan al menos dos de las tres siguientes circunstancias: un activo superior a 4 millones, una facturación neta que rebase los 8 millones… y de nuevo que salte los 50 empleados.
Pero aún hay más. A partir de los 50 empleados y los 5,7 millones de facturación, la compañía ya puede tener un comité de empresa, el desembolso del IVA pasa a ser mensual y el pago fraccionado del Impuesto de Sociedades sube del 18 al 21%.
O lo que es lo mismo, las normas implican que superar los 50 empleados o un determinado nivel de facturación se traduce en una mayor burocracia, unos costes de gestión más caros y cambios importantes en la tesorería de la empresa. Todos ellos, efectos que actúan como freno sobre el crecimiento. “Estoy seguro de que si se flexibilizan estas medidas muchas empresas crecerán de tamaño y crearán más empleo”, afirma Sainz. A la espera de esos cambios -que no se intuyen a corto plazo- la maldición se perpetúa. España no es país para el empleado 50.
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