Juan Manuel del Álamo analiza una de las formas de populismo actual, la visual (eso sí, una forma no dañina de populismo, simple postureo político), acompañado de un buen tono de humor.
Artículo de Reinformación:
Vida fácil la del embustero. El populismo se contagia, imparable, en tiempos de crisis. Por soez que sea el mecanismo, sirve para trasladar ridículos conceptos hasta los cerebros de los ciudadanos en los que se instalan como el moho en la ducha de un motel. Al final, se vuelve adictivo, necesario para el ciudadano, cansado de esperar. No son tiempos para decir que las cosas son difíciles siempre o para presumir de que a uno la vida le va bien. Si te va bien es que eres un cerdo especulador que se aprovecha de la crisis (del dolor de la gente, etc, etc) para enriquecerse y tal y cual. Eso sí, como hayas comprado unas preferentes, te lloverán amigos. ¿Estás jodido? Ven a mis brazos.
La humildad, la pobreza como don y la campechanía atraviesan una edad de oro que se transmite con facilidad y sin obstáculo valiéndose de este populismo. Vamos a analizar muy por encima una de las formas de populismo menos peligrosas: el populismo visual (o populismo gráfico, dependiendo de escuelas de embusterismo). Es un populismo de pura apariencia. No pasa de ser postureo político, pero es poco dañino, pues no promete nada ni va contra nadie. Es un simple teatro, una representación, una demostración barata de valores que supuestamente atesora el político de turno: desde la mencionada campechanía a humildad, cercanía, salud e incluso heroicidad. Con el auge de las redes sociales el populismo visual se ha disparado hasta límites insospechados y ya entra a sus anchas en el terreno de lo ridículo. Veamos, sin más, algunos de sus géneros más populares:
Metropopulismo
Es un clásico que traspasa fronteras y que está bien visto por los imbéciles de casi cualquier país de Occidente. Y España, cómo no, no podía renunciar a su lugar destacado en todo lo zafio. Si un político va en metro, hay que hacer sentidas reverencias. Se supone que hay que aplaudir que no tengamos que pagar el coche oficial o algo así, como si fuera un gasto mínimamente determinante en algún presupuesto público. Eso sí, luego no me cierre Canal Nou que me da un pasmo de lo facha que es el PP. A mí me gusta que Garzón, a cambio de apoyar una ideología que ha costado la vida a millones de seres humanos, use un metro tan fantástico como el de Madrid. Lo uno compensa lo otro claramente. Me gusta menos la foto, perfectamente enfocada, hecha a un metro del protagonista, que mira ridículamente al infinito. El clásico posado que emocionaría a Ismael Serrano y que con el tiempo en las redes sociales han querido hacer pasar por un robado. Pero la foto la tomó el fotógrafo profesional Roberto Villalón, no un ciudadano de a pie que descubrió a Garzón en el metro.
Aparte de los políticos, desde Carlos Slim (el segundo hombre más rico del planeta) hasta el Papa Francisco (el segundo hombre más populista del planeta) todos tienen alguna foto en el metro. Todos los que no lo usan realmente. Es como una demostración de que pueden mezclarse con el populacho sin tener que salir corriendo a lavarse las manos. Para colmo, la metáfora subterránea es perfecta para la izquierda: los de abajo contra los de arriba. Cuando salgan de la cueva, avisen.
Gastropopulismo
Comer humildemente está muy bien visto en estos tiempos de hambre y restaurantes desbordados. El famélico Pablo Iglesias lo sabe muy bien, así que, cuando su carrera política estaba comenzando, no quiso perder la oportunidad de demostrar que él también comía bocadillos. Volvía de Málaga, la ciudad de la beca black, en la que tan buenos amigos tienen en Podemos. ¿Cómo no empezar a ganar votos vendiendo tu humildad a cada paso del camino? Mientras todo Instagram fotografía cafés historiados, coloridos pastelillos y espectaculares platos de restaurante, Iglesias sigue su senda autoimpuesta de cutrerío de Alcampo y bocadillo de pan de molde.
La foto está hecha con su iPhone (en el teatro siempre hay algo que no encaja). Yo supongo que, si hace una foto cuando cena un bocadillo, es que no lo hace muy a menudo. Imagínense la patética escena del político coletudo, en el tren, sacando el teléfono, poniendo el flash y haciendo esta instantánea propia de Robert Capa.
El caso es que, ¿cómo no votar a alguien que come un sandwich para cenar? Es cierto que el año anterior Iglesias había ganado 70.000 euros, lo que le colocó en el 1% de los españoles con mayor salario (probablemente en el 0,5% de los de su edad). En 2014 habrá ganado incluso más. Pero qué es una cantidad enorme de dinero cuando uno puede demostrar que es pueblo llano, que es de los de abajo, de los que comen salami. Salami Revilla, para colmo, marca creada por un empresario secuestrado durante ocho meses por ETA, esos que se dieron cuenta de que “por mucha democracia que haya, hay determinados derechos que no se pueden ejercer en el marco de la legalidad española”. Y por eso secuestraban, con razón, según el humilde político. Estará de enhorabuena.
Pero si hay un país en el que el gastropopulismo tiene aceptación, es Estados Unidos. Los políticos se llevan a la boca la primera mierda que encuentran para demostrar que ellos también son pueblo hambriento de comida rápida. ¿Cómo podría ganar más puntos un político norteamericano que comiéndose una buena hamburguesa, vertebradora de toda una nación? Por supuesto, entre media docena de guardaespaldas, siempre hay una cámara mirando.
Obama es claramente el rey: hamburguesas, burritos, pizzas, patatas, helados, tartas, sorbetes waffles y ciertos alimentos indescriptibles pasan por su boca en cualquier establecimiento de comida rápida del país que gobierna. Su mujer, mientras, diciendo a los niños que a ver si comen bien de berza, que es muy sana. Es el difícil equilibrio entre apoyar a los empresarios, acercarte al ciudadano de a pie y en el intento no promocionar la comida basura en el país con más obesos del planeta. Que aproveche.
Agropopulismo
El voto del campo tiene sus propias particularidades y por eso requiere de su propio populismo visual. Cañete, especialista en el asunto, no ha dudado en subirse a un tractor en al menos tres ocasiones (que yo recuerde). La última, poco antes de hacer un viril esfuerzo para no ganar a Valenciano en el debate de las Elecciones Europeas. En aquella ocasión el candidato popular incluso se remangó para ponerse manos a la obra y sacar adelante la plantación. La escena es ridícula, dirán, pero ¿saben cuál fue el sector que más creció en España aquel trimestre? En efecto, el agrícola. ¿Casualidad? ¿Hechos aislados? No lo creo.
El agropopulismo es un género que se complementa bien con el gastropopulismo en su variante hortofrutícola. ¿Qué es un político apoyando al campo si tras supervisar todo el proceso productivo no se come una buena chirimoya? Un caso paradigmático de esta combinación de géneros nos lo trajo la conocida como “crisis del pepino”, mucho, mucho más conocida como síndrome urémico hemolítico de 2011. Fue uno de los primeros encontronazos serios que España tuvo con Alemania desde que Franco le dijera a Hitler en Hendaya que la Segunda Guerra Mundial le daba mucha pereza. Los políticos españoles salieron como hidras a defender de la represión teutona este producto básico para las mascarillas faciales o los consumidores de gin-tonics. ¿Qué mejor forma de demostrar que el pepino español es sano, que hacerse una foto comiéndose uno? Así que varios políticos del PP y del PSOE se jugaron la vida, tal como muestran las imágenes, por una buena causa. Así llegamos, llenos de valentía gástrica, al siguiente género.
Populismo heroico
Es otro género clásico, muy importante en política desde tiempos inmemoriales. Su creación en España seguramente podríamos atribuírsela a Manuel Fraga Iribarne, que en 1966 se bañó en las aguas de Palomares para demostrar que allí todo era felicidad y peces con dos ojos y no con tres. Cuando salió del agua tenía pecho femenino, seguramente producto de la radiación, pero el régimen lo ocultó.
¿Qué sería de una buena catástrofe sin la visita innecesaria de un político? No hay inundación, terremoto, ciclón o volcán que se les resista. Todo consiste en que el político se dé una vuelta por allí, hable con un par de personas y todo siga igual. Porque el político realmente no levanta una piedra. Simplemente deambula, observa, pone cara seria, mira para un lado y para otro en gesto de estar supervisando y se vuelve a casa mientras otros limpian el desastre. Lo peor de todo es que si no van, se lo reprochan, así que es un populismo obligado. También es un género transnacional aprobado oficialmente por la Comisión de Postureo Internacional con sede en Dasasco (Seria). Obama es también uno de sus grandes valedores. ¿Qué hubiera sido del derrame de BP en el Golfo de México si Obama no hubiera ido allí y se hubiera agachado a tocar la arena de la playa?
En España el último caso registrado fue el del paseo de Pedro Sánchez por las inundaciones del Ebro. Sánchez dio un par de indicaciones y a partir de entonces todo fue sobre la marcha. De que su partido apoye el trasvase del río de una santa vez ya hablaremos en otro momento.
Es un género que combina bien con lo aéreo. Cuando la catástrofe es grande, el político tiene que ver el desastre desde el cielo para así poder valorar, a ojo de buen cubero, lo sucedido. Por supuesto, tiene que haber un fotógrafo que sea testigo de que está todo bajo control.
Por ejemplo, la presidenta chilena Michelle Bachelet observó las consecuencias de un terremoto desde el aire. Desde entonces todo se solucionó mucho más rápido.
Caseropopulismo
También conocido como “populismo del amo de casa”, es un género menor y bastante reciente, de escaso cuño, sin trayectoria reseñable y pocas posibilidades artísticas. Monedero nos lo acerca. Aunque realmente sería más beneficioso generar un puesto de trabajo, en un país de envidiosos contarle a la gente que tú también sufres planchando no puede más que resultar electoralmente útil.
Monedero tiene dinero para asar una vaca, como dijo aquella palurda, pero eso no quita para que uno pueda ir de humilde por la vida. Para demostrar que a pesar de ser adinerado es humilde y pueblo, paria de la tierra, compartió una interesante foto llena de campechanía barata. El profesor se plancha sus camisas y sus chalecos y la otras cosas raras impropias de su edad que suele llevar puestas encima. Todo es rancio en la imagen: los muebles son feos, el suelo es poco acogedor, la pared es verde… Sobre la mesa, una lista de consignas del partido, un mapa de España y periódicos. Les parecerá anecdótico, pero es la mesa de un genio superdotado, la mente mejor pagada del planeta, recuerden.
Algún día la gente peregrinará desde América Latina para ver la casa del creador de la moneda continental que, de momento, forma parte del imaginario colectivo de aquel continente. El tuit fue retuiteado más de trescientas veces, para que luego usted se esfuerce en pensar algo interesante que escribir en las redes sociales. Entre los mensajes de respuesta, Carmen Lomana se ofreció a plancharle media docena de camisas al profesor. Incluso puso un precio por sus servicios: 7 euros la hora. Nos queda la duda de saber qué es lo primero que odia Monedero de tener que ir a la televisión. Supongo que a los periodistas. Chávez vive, la plancha sigue.
Deporpopulismo
Género clásico y de vital importancia para un político. Por cierto, muy empleado en las jornadas de reflexión. Desde que la gente no se ríe al ver a un hombre correr por la calle y entendemos que el deporte es salud, desde que practicarlo está bien visto, los políticos han vendido que llevan una vida sana. En España, el Rey había usado con maestría ese comodín. Luego fue Aznar el que exprimió electoralmente su afición a hacer ejercicio, aunque al menos había un trasfondo real detrás de duras carreras e interminables sesiones de abdominales. Zapatero intentó imitarle en un par de ocasiones, pero, por algún motivo, resultó ridículo. Una foto del socialista en la playa, haciendo un paso increíblemente pequeño, levantó las sospechas de fraude y produjo más carcajadas que admiración. Desde luego la zancada no daba la sensación de ser una carrera espectacular, salvo si lo que intentaba no era correr sino pisar un molusco.
Tiempo después el ex presidente apareció en una carrera junto al primer ministro británico, David Cameron, pero la imagen de Zapatero volvió a provocar más risa que otra cosa. Su hipotética talla de pecho, como la de Fraga, también provocó controversia y ante la dificultad de determinar el tamaño real las casas de apuestas no permitieron puja alguna. No tengo claro que el ex presidente no tuviera afición real por el deporte, porque dejado el poder se le ha visto en alguna que otra carrera, a veces de incógnito. Pero el caso es que, tal vez por mala suerte, lejos de rentabilizarlo, todo aquello fue motivo de mofa y Photoshop alevoso.
Fuera de nuestras fronteras, por citar un caso concreto (y obviando al ex gobernador de California), merece aparecer aquí Aaron Schock, congresista norteamericano del Partido Republicano que no posturea con esto del deporte, sino que va a tope. No pain no gain y todo eso. Nada de tetas en el suelo.
Ha sido portada de Men´s Health. Por desgracia para sus justificados fans, le quedan pocos días como político, pues ha anunciado su dimisión por supuesta malversación de fondos públicos. Nadie es perfecto.
Carmonapopulismo
El candidato socialista a la alcaldía de Madrid, Antonio Miguel Carmona, juega a otro nivel, está en una liga superior, en la Champions League del populismo visual y de red social. Él es un género en sí mismo. Un ejemplo de dedicación y flexibilidad, de omnipresencia y transversalidad muy difíciles de superar. Él vive su propio Grand Theft Auto en la vida real, aunque sin robar nada. Camina por las calles de Madrid participando en actividades variadas y supera límites que Josef Ajram no puede ni soñar alcanzar algún día (como escribir un buen libro).
Carmona lleva más allá eso de la empatía. A la hora de ponerse en la piel de cualquier persona no valora riesgos. Para comprobar lo incómodas que son las calles de Madrid para ir en silla de ruedas, se sube a una y lucha por avanzar. Si hay que reforestar Madrid, él levanta un bosque de secuoyas. Para comprobar lo que se sufre con la intolerancia a la lactosa, se vuelve intolerante y seguidamente se come una pizza cuatro quesos. Es potencia máxima, fe y desafío. Es pueblo, es barrio, es tensión competitiva. Su vida es un reality de superación (de supervivencia a ratos) y él siempre está nominado. Y siempre se salva, para así poder seguir con nuevas aventuras. Y entre hazaña y hazaña le queda tiempo para dar una veintena de mítines diarios en calles, platós, asambleas, salones de actos, mercados, casas de particulares, campos de fútbol, saunas… Y todo queda perfectamente fotografiado, a disposición del que quiera ver y memear. Pocas veces una persona se hizo tantas fotografías con tanta gente en actividades tan variada. Incluso es capaz de cubrir en un solo día todos los géneros explicados aquí.
Y no descansa los fines de semana, no descansa nunca. He cogido unos cuántos días al azar para describir su frenética actividad. El sábado 31 de enero Antonio Miguel fue por la mañana a Onda Cero a ser entrevistado y allí se hizo una foto con Isabel Gemio, luego pasó por el Mercado Maravillas donde dio la mano a un señor pescadero con bigote. Después pasó por el Mercado de Tetuán y saludó a un carnicero, al que dio las dos manos al mismo tiempo. Por la noche estuvo en La Sexta Noche. El domingo madrugó para participar en un maratón radiofónico sobre salud mental, luego pasó por un acto de las Juventudes Socialistas donde dio un discurso. Más tarde pasó por la Feria de Productores y Gastronomía de Madrid (el centro del tablero). Se hizo fotos en todos estos actos. Pero luego no descansó: empezó la semana evitando un desahucio, participando en Al Rojo Vivo, concediendo una entrevista a El Plural, reuniéndose con la entrenadora del Rayo Vallecano femenino y acabó el lunes dando un discurso en una asamblea ciudadana en Vallecas. ¿Cómo lo hace? Yo me canso con apenas bajar a comprar galletas.
El ritmo de Carmona es digno de elogio. ¡Pim, pam, propuesta! Se ha reunido con todo y con todos: desde empresarios, a sindicatos, a técnicos de Hacienda, se ha reunido con la Iglesia, con asociaciones de jóvenes, de mayores, de nacionales y de extranjeros… Ha atendido a todos los medios, sin excepción, sin sectarismo, sin insultos: desde 13Tv a La Sexta, desde COPE a Cadena SER. Ha estado en sedes de medios que hace años que habían cerrado y en las de otros que todavía no existen. Y siempre se ha hecho una foto allí (o se la han hecho). Nadie podrá decir que Carmona no se está trabajando la campaña, que no se conoce Madrid, que no ha saludado a miles de personas, que no está en contacto con la calle o que no nos ha hecho reír. Ha practicado todos los tipos posibles de populismo fotográfico, ha dejado al antiguo Rey como un aprendiz en campechanía y ha creado un estilo propio de hacer campaña. Ya no entenderíamos a Carmona de otra forma y él ya no entendería su vida de otra manera. Ha cogido un tren del que ya no puede bajarse. Ahora las calles de Madrid están más seguras que nunca, los niños sonríen y la gente duerme tranquila. Si usted tiene algún problema y si le encuentra, quizá pueda contratarle. Y si no, siempre podrá hacerse una foto con él. Carmona está haciendo una de las campañas electorales más entrañables que se recuerdan. Todo lo bueno que le pase, se lo habrá ganado a pulso.
Esto también es política
Así es la política y así nos la cuentan. Realmente, basta con imaginarse a Iglesias haciendo una foto al salami, a Garzón poniendo cara de distraído en el metro, a Cañete impulsando la agricultura nacional subido a un tractor o a Carmona viviendo, en general, para darse cuenta de lo ridículo que es todo esto. Tal vez ellos piensan que todavía nos chupamos el dedo y por eso siguen con su postureo. No les culpo.
Es buena señal que en un país usar el metro o comer bocadillos sean signos de humildad, de llaneza, de campechanía. En otros países son lujos que la mayoría no puede permitirse. Ni hablamos de tener un iPhone. Por eso, en el fondo, debería reconfortarnos esta política infantil que tenemos en España. Es patética, sí, pero se mueve en el terreno de lo poco grave e incluso de lo ocioso.
Los políticos se preocupan en dar una imagen de ellos que poco debería importarnos, pero que realmente resulta determinante. La gran mayoría de los ciudadanos deciden su voto por detalles políticamente menores, más por las formas y las apariencias que por medidas o ideas concretas o por un discurso político determinado. Es más, cuando esas ideas entran en juego en la cabeza del votante, a menudo lo hacen con trazo grueso: yo a este tío no le voto porque es un facha. Cuando el ciudadano no conoce las propuestas concretas y no lee los programas electorales (a veces es casi mejor) la crítica no puede caer más que en zafias generalidades. Lo mismo ocurre al final con las alabanzas o con los motivos para votar a uno u otro político. Votar al leninista tierno de Garzón porque viaja en metro o al omnipresente Carmona porque cae simpático son razones tan válidas como casi cualquier otra en esto a lo que llamamos democracia. Y ellos lo saben. Por eso seguirán fotografiando sus bocadillos, sus hazañas agrícolas, sus saludables vidas y sus aventuras por Madrid. Porque no pretenden otra cosa más que aparentar que son normales. La política, esa profesión en la que la normalidad es una virtud, con todas las consecuencias que eso implica.
PD: – ¿Dónde volarás esta noche, Carmona? ¿A algún lugar exótico?
– Dime que pare, dímelo y lo haré.
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