martes, 10 de marzo de 2015

El “pásemisi” europeo

María Blanco sobre las negociaciones en Grecia y lo que ocurra, que efectivamente, nos afecta a todos, y más a unos que a otros. 

Artículo de Voz Populi: 
La ronda de negociaciones, mensajes explícitos o no tanto, e intercambio de consignas y gestos de buena voluntad entre las autoridades europeas y los decisores políticos griegos mantiene la atención de propios y ajenos mirando de un lado a otro como en un partido de tenis.
Desde la asertividad de la campaña electoral renegando de la deuda y expresando la intención de romper la troika, Tsypras y Varoufakis, una vez en el gobierno, por la negación más moderada pero igualmente osada y en ocasiones chulesca, y han acabado en una clara concesión sin peros.
De lo que se trata ahora es de resistir lo más posible sin que se seque definitivamente el raquítico pozo de liquidez con que cuenta Grecia. Si hace muy poco estaban desafiando a sus acreedores hoy claman por un poco de liquidez para que no sobrevenga el cataclismo de la ruina financiera.
La moraleja de este cuento que aún no ha terminado es que quien juega con fuego se quema.
Lo necesario revolotea sobre nuestras cabezas
En estos momentos en que Varoufakis, el ministro de economía griego, no descarta un referéndum sobre el euro en su país, me acuerdo de aquellas famosas palabras (casi como el álbum de Supertramp) de Mario Draghi afirmando que por salvar el euro se haría lo que fuera necesario. ¿Qué se supone que es necesario ahora?
En primer lugar, darle una lección a Grecia, que busca desesperadamente 7.000 millones de euros de debajo de las piedras para llegar a fin de mes (literal). Con todo y con eso, Varoufakis dice que aún hay para pagar sueldos públicos. Afirmaciones como esas son las que me pasman. Como si los trabajadores del sector público fueran la mayoría de la población. Y el caso es que lo que describe es que el sector público es enorme y vital para el país, para los ciudadanos. Nos hemos hecho dependientes de una enorme máquina obsoleta y difícil de cambiar.
En segundo lugar, pues se tendrá que llegar a un consenso de “mínimos dolores”: mínimo dolor para los griegos que tendrán que seguir sufriendo y mínimo dolor para los ciudadanos ahorradores de países acreedores de Grecia, que tendrán que seguir pagando. Como suele pasar el mínimo no es absoluto sino que depende de cada país. Para España, el desembolso es más doloroso que para otros países que van mejor. Esto no implica ninguna justificación para que el que más tenga más pague. Yo no compro la idea nefasta de que si somos europeos de verdad debemos socializar las pérdidas de todos los países, la mutualización de la deuda es una barbaridad que incentiva el desmantelamiento de la propia Unión Europea. Solamente un miembro del partido dirigente de un país deudor puede ser partidario de “mutualizar” el mal comportamiento como si los ahorradores de un país tuvieran que cargar con los pecados de los demás, simplemente porque “una vez compraron deuda barata española y ganaron dinero a nuestra costa”.
Y esa es la parte importante de la frase “a nuestra costa”. Porque en una transacción, sea de adquisición de una casa, sea de compra de deuda soberana, no hay vencedores ni vencidos, nadie gana a tu costa, se beneficias como tú lo haces. 
Pasemisí, pasemisá… los de atrás se quedarán 
Hay una canción infantil que dice Pasemisí, pasemisá, por la Puerta de Alcalá, los de “alante” corren mucho, los de atrás se quedarán. Y no se me ocurre mejor “canción económica” que dedicarle a Carlos Rodríguez Braun, amigo y maestro, para ilustrar el futuro de Europa, donde unos países tendrán un ritmo mucho más ralentizado que otros. Una Europa que corre el riesgo de tener su Japón particular, un país cuya economía, como un rostro impenetrable, permanece impasible ante los estímulos de demanda e inyecciones de dinero.
En este devenir, lo que haga Grecia nos afecta a todos, pero más si cabe a quienes no tenemos una estructura productiva sólida, ni un sector público saneado, ni las cuentas en orden, ni hay verdadera rendición de cuentas de los escándalos de corrupción, ni una estrategia económica generadora de inversión, y por tanto, de empleo. Por el contrario, nuestra aversión a la riqueza ajena nos lleva a menospreciar al ahorrador, al que fácilmente le cae el sambenito de tacaño. Al mismo tiempo, nuestra querencia por la riqueza propia nos empuja a buscar todo tipo de privilegios de los poderosos, aquí o en Colombia, o en la Unión Europea.
Así que mientras los países que mejor se comportan tampoco corren mucho, nosotros cada vez tenemos más pinta que quedarnos donde estamos, por delante de Grecia y Portugal. Pero sólo de Grecia y Portugal.

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