Artículo de Voz Pópuli:
Si hay un punto de inflexión en el reciente devenir del Partido Popular más allá del “caso Bárcenas”, y de todo el marrón de la tesorería popular, o del match ball del rescate; es decir, si hay un punto de no retorno que, aunque menos conocido, ha resultado crucial en el devenir de la crisis política española es el que tuvo lugar poco antes de la pasada Navidad. Fue a mediados de noviembre, cuando las encuestas internas del PP revelaron que Podemos, esa secta que algún asesor genovés decidió atiborrar de clenbuterol para enterrar con ella al PSOE, estaba por completo fuera de control.
Por entonces, los incesantes casos de corrupción, la antipatía que provocaban Mariano Rajoy y sus validos en un ciudadano medio baqueteado sin piedad por la crisis, y la bula concedida al predicador Iglesias para que, con su aterciopelada voz, pudiera impartir sus sermones en la televisión, estaban obrando un efecto no deseado: Podemos estaba laminando al PSOE, sí, pero también al PP. Y esto no entraba en los planes de los burócratas de Génova y menos aún en los deseos del crony capitalism español.
Así pues, en noviembre de 2015 fueron contactados algunos responsables de los mass media para comunicarles que, como primera providencia, el estrellato televisivo de Iglesias, Errejón y Monedero debía concluir, que punto y final a la bula. Cobertura sí, toda la que fuera posible, pero hostil. Había que sacudierles muy duro y airear los trapos sucios de los líderes podemitas, que, por supuesto, los tenían. Siete meses era el tiempo del que se disponía para invertir la tendencia, subsanar los graves errores cometidos y evitar la debacle popular en las elecciones del 24 de mayo. Así que todos se aplicaron a la tarea con la acostumbrada devoción. Al poco la estrategia dio sus frutos y se le puso techo a Podemos. Sin embargo, el PP siguió desplomándose en las encuestas como si el suelo hubiera desaparecido bajo sus pies.
Extinguida cualquier posibilidad de que UPyD y Ciudadanos concurrieran juntos a las urnas y con las elecciones del 24 de mayo a la vuelta de las esquina, la histeria llegó a tal extremo que en el PP de Madrid se contempló rescatar del registro a algún partido político olvidadado para que, una vez provisto de un rostro conocido y del dinero y la propaganda necesarios, pudiera servir de cuña en favor de la tropa popular de Madrid. Demasiado tarde para una maniobra de esta envergadura, así que se desestimó y se pasó al plan B, consistente en desplazar a Ciudadanos hacia el centro-izquierda, porque, al decir de los más avezados analistas, ahí su potencial de crecimiento sería mayor… pero, sobre todo, porque dejaría de pescar en los caladeros del PP.
Una vez Ciudadanos se reposicionó a su manera (“Nosotros somos liberales en lo económico y socialdemócratas en lo social”), las encuestas agrandaron sus expectativas de voto en un intentó de seducir a esos votantes indecisos que de votar prefieren hacerlo a caballo ganador. Encuestas que, como luego se ha podido comprobar, fueron, en efecto, sospechosamente optimistas.
En honor a la verdad hay que decir que no fue preciso insistir mucho para que Ciudadanos se desplazara hacia el centro-izquierda, además de otras razones, la tropa que abandonaba a la carrera a Rosa Díez y se abrazaba a Rivera estaría encantada de sumarse a un partido que finalmente se reconocía socialdemócrata y que, además, a diferencia del malogrado UPyD, iba a gozar de espacio en los informativos y de las bendiciones de los señores del Ibex. El sueño húmedo de todo político arribista: sacar pecho como socialdemócrata y, a la vez, gozar de la protección de quienes manejan la caja.
Lo que sucedió después del 24 de mayo es de todos conocido. De las 20 principales ciudades, el PP solo gobernará en 3. Pedro Sánchez así lo ha querido, entre otras razones porque para mandar en el PSOE algún botín tenía que repartir. De lo contrario, con Susana Díaz dueña y señora de Andalucía –el paraíso de las colocaciones– podía darse por muerto. Para aquellos que pensaban que una coalición PP-PSOE habría sido posible, decir que deberían pensar en jubilarse en Benidorm.
Por su parte, Ciudadanos no ha terminado de eclosionar y ha quedado como partido bisagra, con sus candidatos locales atrapados en decisiones tácticas que muchos de sus votantes jamás entenderán, y con la dirección cada día con mayores dificultades para elaborar ideas-fuerza que trasciendan la política ordinaria y suenen verosímiles a oídos del común. De no romper con esta perversa dinámica, pronto podría convertirse en otra formación residual. Y es que en España las cosas ya no son igual que hace ocho años y la opinión pública, a poco que algo le huela a camelo, lo desecha a gran velocidad. Quizá más le habría valido a Rivera no participar en el precipitado sprint de las elecciones municipales y autonómicas y haber hecho oídos sordos a los cantos de sirena de quienes querían evitar a toda costa que determinados negociados quedaran a merced de Ada Colau, Manuela Carmena y sus mariachis anticapitalistas.
A lo hecho, pecho. Quién sabe, una vez olvidada por todos la regeneración –tal y como era de prever– y vuelta la burra al trigo, es decir, vueltos los españoles al hooliganismo ideológico, a esa leguaje binario de izquierda y derecha, quizá a Albert Rivera se le encienda alguna luz, y comprenda aquello que Mariano fue incapaz de comprender, que en tiempo de tribulaciones por su puesto que hay que hacer mudanza, de lo contrario tarde o temprano otros la harán por ti.
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