Juan R. Rallo sobre la situación del cambiante panorama político actual, la incertidumbre presente y la consecuente ralentización y paralización de las inversiones, tan necesarias éstas para transformar el modelo productivo de España al tiempo que se recapitaliza.
Artículo de su blog personal:
Desde noviembre de 2013, la prima de riesgo española no superaba durante varios días seguidos a la italiana. No es que la brecha entre ambas fuera abismal, pero sí se había mantenido persistentemente a favor del Tesoro español. Sin embargo, a partir de las últimas elecciones municipales y autonómicas, la diferencia entre ambas se ha estrechado hasta casi desaparecer e incluso, en la última semana, la prima de riesgo española ha llegado a superar a la italiana.
Así, la diferencia con la prima italiana entre la semana anterior a las elecciones y esta última semana se ubica en 7,5 puntos básicos. Se trata de una diferencia aparentemente insignificante pero que, de mantenerse durante todo el plazo de refinanciación de la gigantesca deuda pública española, elevaría el coste anual de los intereses en 1.000 millones de euros.
Evidentemente, la situación actual no se mantendrá estable a lo largo de las próximas décadas (probablemente ni siquiera a lo largo de las próximas semanas), de modo que semejante cálculo no debe entenderse como un pronóstico, sino tan sólo como un barómetro del estado de ánimo inversor actual. Los cambios políticos e institucionales que ya se han producido o que se teme que puedan producirse a lo largo de los próximos meses han instalado un sentimiento de incertidumbre entre algunos inversores que los ha llevado a una decisión bastante razonable y comprensible: suspender, o al menos ralentizar, sus inversiones programadas para España hasta que se clarifique el contexto sociopolítico. No se trata de una decisión ni mucho menos irreversible, sino de una elemental muestra de prudencia financiera ante un futuro que se adivina más inseguro de lo que ya era.
La ciencia económica ha demostrado con holgada solvencia que uno de los principales motores de la inversión es la confianza: el ahorrador arriesga su capital porque espera obtener un rendimiento y si la confianza en ese posible rendimiento se resquebraja, entonces el ahorrador deja de invertir. Por eso, por ejemplo, en 2012 y 2013, cuando nuestra economía se encaminaba a la quiebra junto con el resto de la periferia europea, la inversión se desplomó en nuestro país y, por eso, cuando los nuevos programas monetarios implantados por Draghi lograron apuntalar momentáneamente la confianza en que el euro no iba finalmente a romperse, entonces —y sólo entonces— la inversión interna volvió a aumentar con brío.
La incertidumbre en una economía puede proceder de muchas partes, pero uno de sus orígenes más injustificados y absurdos es la incertidumbre generada por la propia política. Los economistas incluso hemos acuñado un término para describir tales situaciones: incertidumbre régimen, esto es, la incertidumbre artificial generada por un régimen político que ahuyenta a los inversores de un país. La incertidumbre régimen en sus distintos grados fue la principal culpable de que la Gran Depresión estadounidense de los años 30 se prolongara durante tanto tiempo, de que la actual recuperación de la economía mundial se esté desarrollando a unos ritmos tan poco vigorosos o de que Grecia esté ahora mismo completamente paralizada y a punto de estallar.
Los gobiernos no pueden enriquecer a las personas, pero sí pueden empobrecerlas: y una de las formas más eficaces para pauperizar a la población es justamente la de amenazar con un marco institucional imprevisible, arbitrario y plagado de intervenciones dañinas contra la prosperidad de un país. En este sentido, Podemos constituye un candidato ideal para generar incertidumbre régimen, ya que, como decía Churchill sobre la Unión Soviética, es “un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma”. El partido ha pasado del socialismo más lupino a la socialdemocracia más ovina en menos de un año: de querer impagar toda la deuda, nacionalizar todas las industrias estratégicas, disparar todas las partidas de gasto y multiplicar todos los tributos a querer emular el programa tradicional del PSOE.
Con estos mimbres, lo único que podemos saber del verdadero programa de Podemos es que no sabemos nada y ello, en un contexto de progresiva colonización de las instituciones por parte del partido, necesariamente intranquiliza. Lejos de haber convertido a España en un destino internacional de inversión gracias a su libertad económica, a sus bajos impuestos y a la seguridad frente al abuso de poder estatal y lobbista, la estamos transformando en un páramo de regulaciones, en un infierno fiscal y en un cortijo de todopoderosos políticos, burócratas y grupos de presión.
De momento todavía hay inversores que, aprovechando el impulso de la recuperación y la laxitud monetaria europea, se siguen animando a mantener sus capitales dentro de nuestro país a pesar de la creciente incertidumbre régimen. Los necesitamos: España tiene que transformar su modelo productivo al tiempo que se recapitaliza, y para todo ello necesita de abundante inversión. A quienes por el contrario no necesitamos son a políticos manirrotos, caudillistas y parasitarios. Ni a la casta y ni a la neocasta.
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