McCoy analiza la situación tras las últimas elecciones y la estrategia "secreta" de Podemos para perpetuarse en el poder. Aunque en absoluto es una estrategia novedosa, sino común en otros lares, y paso a paso nos dirigimos a ello, y por supuesto, no hay duda que con los mismos resultados.
Tiempo al tiempo...
Artículo de El Confidencial:
No hay
que ser muy listo para saber que lo que ha sucedido tras las elecciones del 24
de mayo no es un triunfo de la democracia. Lo habría
sido si se hubiera jugado la baza de la formación más votada, si no
hubiera habido alianzas contra natura que
pervierten el sentido del voto solo para garantizar una cuota de poder, si las
negociaciones entre partidos hubieran sido de programas y no de componendas, si no hubiera rencor, como parece en tantos y
tantos sitios, sino mera alternancia política.
Hay un deseo de
enfrentamiento –especialmente por el lado izquierdo del espectro
político– que no se entiende. Una agresividad extraña que era la que
recogía Nacho Cardero en el último párrafo de su
imprescindible artículo de ayer. O no tanto. Porque, de hecho,
encierra la clave principal de cómo las fuerzas de izquierda radical quieren perpetuarse en el poder. No se trata, de hecho, de
nada nuevo: es una réplica de lo que aupó al populismo en Venezuela. Divide y
vencerás.
El proceso es muy fácil.
Aprovechar la candidez ciudadana para ocupar un espacio que les permita
controlar el orden público y áreas de conocimiento de la riqueza ciudadana. Den
un repaso a las concejalías y me cuentan. A partir de ahí se inicia una campaña
de demonización del rico y de protección del pobre, de
arrinconamiento del que no piensa igual y de salvaguarda con dinero público del
que sí que lo hace, que viene acompañada de un levantar de alfombras que les
permite reforzar su aura de pureza.
Y así consolidan
una mayoría suficiente de apesebrados que son los que garantizan elección tras
elección que puedan seguir en la pomada. Lo que viene después ya lo saben. El
cuento termina de forma completamente inversa a como comenzó. Con los buenos
robando a manos llenas y los ‘malos’ intentando rescatar la nación en beneficio
del pueblo, que no tiene ni para papel higiénico. Eso sí, entre
acusaciones de alta traición. Lo que queda al final es un estado dividido, con
enormes heridas, que condena su futuro para siempre. Al tiempo.
Puede que
alguno piense que aquí esta otro con la estrategia del miedo.
Se
equivoca.
Esto ha sucedido ya y lo hemos visto en Latinoamérica. No es un ejercicio teórico, sino que nace de la experiencia práctica. Y vamos repitiendo el guion pasito a pasito. Cuando se deja al pueblo ocupar el poder, es receta para el caos. Porque gobernar exige preparación y criterio. Es verdad que los anteriores dirigentes, fueran populares y socialistas, se han empeñado en desmerecer su propia misión pero no por eso deja de ser así. El mejor ejemplo lo tenemos en Reino Unido, donde el poder ejecutivo está aún reservado a quien puede gobernar en función de su CV.
En la
democracia no vale cualquier cosa. Hay muchos ciudadanos que
se quieren hacer trampas en el solitario pensando que quien no sabe va a
recibir ciencia infusa para llevar una consejería o ser concejal. Se equivocan,
lo que natura non dat, ocupar un puesto de
responsabilidad non
praestat. Al contrario, buscarán la manera de perpetuarse en el poder,
dividiendo y manipulando a partes iguales. Algunos acuerdos de última hora se
han cerrado más con base en personas, garantía de empleos para los
amigos y favores similares, que en ideas.
Como la rana
de la fábula, cuando nos queramos dar cuenta como país, será demasiado
tarde. Esperemos no ser tan idiotas.
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