Para ello realizará varias entregas para profundizar sobre los distintos pareceres al respecto.
Esta es la primera:
Artículo de Sintetia:
Durante los últimos meses se viene generando desde diversos sectores (mayoritariamente de la izquierda) un creciente ruido mediático contra el Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos y Europa (TTIP) que, como suele ser habitual en estos casos, está plagado de eslóganes, proclamas, lugares comunes, errores, medias verdades o, directamente, falacias. Por supuesto, los datos y la realidad campan por su ausencia en no pocos casos. Así, podemos escuchar perlas tales como las del señor Pablo Iglesias, habitual en estas lides verbales, cuando afirma que el Tratado pretende “vender la soberanía y regalar los derechos sociales de los ciudadanos a las multinacionales“. En sentido similar, varias organizaciones sociales, ecologistas y sindicales europeas se han movilizado contra el TTIP porque, a su entender, persigue rebajar los niveles de protección de los trabajadores, los consumidores y el medioambiente en Europa. Al otro lado del Atlántico, algunos sectores demócratas, sindicatos y determinados lobbies también claman en contra de un acuerdo que temen perjudicará las ventajas energéticas competitivas que disfrutan los Estados Unidos, afectará a la industria local, protegida tradicionalmente por diversas normas que promueven el “Buy American”, y aligerará la regulación financiera. Un llamativo surtido de oposiciones contrapuestas.
Tal confusión a la hora de concitar posturas contrarias se debe, por una parte, al batiburrillo de prejuicios ideológicos, intereses particulares, afanes proteccionistas, visiones parciales y desconocimiento económico de quienes protestan, aunque sea de buena fe. Por otra parte, la política de divulgación, comunicación y transparencia de los negociadores del Tratado ha resultado harto defectuosa y a todas luces insuficiente, dando pie a una creciente desinformación y desconfianza sobre el tema. Un caldo de cultivo perfecto para el pretexto levantisco y la demagogia desatada que tanto abundan en el debate económico actual.
El presente artículo y los que le seguirán constituyen el resultado un esfuerzo personal de inmersión en el tema, con el fin de alcanzar ese mínimo entendimiento que requiere una digna divulgación, tal y como nos esforzamos por hacer una y otra vez en esta casa. Como en anteriores ocasiones, su desarrollo en partes diferenciadas nos ayudará a reflexionar y contrastar pareceres, pues sólo desde ese intercambio abierto y generoso se adquiere verdadero conocimiento.
A todo eso… ¿Qué es el TTIP?
El Transatlantic Trade and Investment Partnership o TTIP quiere ser, como su nombre indica, un acuerdo comercial de gran escala entre los Estados Unidos y la Unión Europea, que pretende abrir los mercados norteamericanos y europeos a sus respectivas empresas, reduciendo las barreras de entrada existentes en ambos mercados y estableciendo reglas y estándares claros, universales y transparentes, con el fin de facilitar un comercio mejor y más libre en ambas áreas económicas.
La primera ronda de negociaciones del TTIP se inició en julio de 2013 en Washington DC, y el pasado 24 de abril se celebró la novena ronda en Nueva York. Estamos ante un proceso largo, tremendamente complejo y sometido a enormes presiones, porque no hablamos de un acuerdo cualquiera, sino del mayor tratado comercial de todos los tiempos, con mucha diferencia. La “economía transatlántica” constituye el mayor y más rico mercado del mundo: supone alrededor del 50% del PIB mundial en valor y un 40% en términos de capacidad de compra.
La Unión Europea representa el 19,6% de ese PIB planetario y realiza un 25% de su consumo. Pese a sus dificultades económicas, Europa es en conjunto el mayor exportador global, el mayor comerciante mundial de bienes y servicios, el primer suministrador de bienes a los países en desarrollo y el mayor socio comercial de Brasil, Rusia, India y China. Estados Unidos, por su parte, continúa siendo la economía más rica y productiva del mundo, atrayendo más inversión extranjera directa (FDI) que cualquier otra nación, un 11% del total mundial. No obstante, la extraordinaria preeminencia económica global que ambas regiones han ostentando hasta el momento está dando paso a un escenario geoeconómico mucho más disputado por el creciente dinamismo, poder e influencia del área Indo-Área-Pacífico.
Resulta evidente que la hegemonía material e ideológica del mundo occidental se halla en un lento pero imparable declive. En este sentido, el interés del TTIP va mucho más allá de lo puramente comercial. Como bien apunta Charles A. Kupchan en un excelente ensayo sobre el asunto:
“El TTIP representa una oportunidad de oro para expandir puestos de trabajo y crecimiento a ambos lados del Atlántico. La renovación económica promete ayudar a impulsar la renovación política, facilitando que Occidente siga siendo piedra angular de los valores y prácticas liberales, hecho de importancia geopolítica crucial ante el trasvase de poder desde el mundo desarrollado al mundo en desarrollo”.
Volvamos a los cimientos
Consideraciones geopolíticas aparte, tanto la historia como los fundamentos económicos nos hablan de los beneficios de la apertura comercial y el levantamiento de barreras de entrada y salida. Las personas llevamos intercambiando bienes y servicios desde la antigüedad, basándonos en un principio que James Gwartney y Richard Stroup resumen en “si haces algo bueno por mí, yo haré algo bueno por ti”. Así ha ido avanzando la Humanidad.
No es casualidad que las naciones con mayor apertura comercial figuren, por lo general, en lo más alto del ranking de desarrollo económico (aunque hay otros factores a considerar). Un sencillo análisis de oportunidad a los datos más recientes del Índice de Libertad Económica de 2015 nos lo confirma: los 25 primeros países con mayor libertad comercial promedian un PIB per cápita de 37.250 dólares. Los últimos 25 países, 7.839 dólares. Datos son amores.
Aquí tienen el top 25 de países por su libertad comercial, de mayor a menor
Y aquí los 25 últimos del ranking global:
Los adalides del proteccionismo, bajo el argumento de la defensa de aspectos tales como “las áreas económicas estratégicas, el empleo nacional y los derechos adquiridos” han propiciado la existencia de economías o sectores ineficientes y subsidiados, menguando las oportunidades de crecimiento y acceso a la riqueza de amplias partes de la población. Este argumento resulta válido para regiones económicamente tan avanzadas como la representada por la economía transatlántica, pero lo es todavía más para zonas pobres o en desarrollo. Encierra, además, una cuestión clave que casi siempre obvian quienes se oponen a iniciativas de libre comercio: un tratado de la envergadura e implicaciones del TTIP implica mayor apertura y seguridad jurídica, reglas de juego más claras y mejores oportunidades a las naciones más desfavorecidas. Un argumento muy social, ¿no les parece? De todo ello trataremos en próximas entregas.
En este punto y como colofón a esta primera entrega, merece la pena recordar lo que sobre apertura comercial europea pronunció Margaret Tatcher en su famoso Discurso de Brujas de 1988. Unas palabras que siguen tan vigentes como el primer día:
“Mi cuarto principio rector es que Europa no debe ser proteccionista.
La expansión de la economía mundial requiere de nosotros continuar eliminando las barreras al comercio y hacerlo en el marco de las negociaciones multilaterales del GATT. Sería una traición comprobar que, mientras libera restricciones al mercado interior europeo, la Comunidad levanta mayores protecciones externas.
Debemos asegurarnos que nuestra aproximación al comercio mundial es consistente con la liberalización que propugnamos en casa. Tenemos una responsabilidad en liderar esta cuestión, responsabilidad especialmente dirigida hacia los países menos desarrollados.
Éstos necesitan no solo ayuda; más que nada necesitan mejores oportunidades comerciales si queremos que alcancen la dignidad de una creciente fortaleza e independencia económica”.
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