Carlos Rodríguez Braun analiza la falaz relación en EEUU entre sanidad y capitalismo (entendida de libre mercado), y cómo desde la política (a partir de los años 60, como he desarrollado en mayor medida en otros artículos) se han disparado los costes sanitarios, que permite justificar a los propios políticos más control e intervención del sistema (incluso en el partido demócrata, la misma nacionalización del sector), pretendiendo acusar al chivo expiatorio por excelencia: el arinconado y ultraintervenido mercado o capitalismo.
Artículo de su blog personal:
Estados Unidos reavivó en los años 1960 el intervencionismo del New Deal de Roosevelt, y lo profundizó con Lyndon Johnson, que lanzó Medicare y Medicaid para asegurar la sanidad a personas mayores y con pocos recursos. Al mismo tiempo que aumentaba la demanda, la Asociación Médica Americana se esforzó en reducir la oferta de médicos, y en combinación con las autoridades, no solo restringió esa oferta sino que hizo lo propio con los hospitales, los seguros y los medicamentos.
Con el incremento de la demanda y la reducción de la oferta, los precios, lógicamente, explotaron. Dos premios Nobel de Economía situados en posiciones ideológicas diferentes coincidieron, sin embargo, en el diagnóstico. Milton Friedman dijo que los médicos bloqueaban la competencia limitando la entrada en la profesión. Y Paul Samuelson apuntó: “Como la demanda de cuidados médicos es inelástica al precio, la restricción en el número de estudiantes de medicina aumenta el precio de esos cuidados e incrementa los ingresos de los doctores”.
La “solución” que encontraron las autoridades fue utilizar su poder de gasto y compra para fijar precios y calidades, y regular la actividad, promoviendo fusiones de compañías de seguros y hospitales, como describe Mike Holly, del Mises Institute. El intervencionismo público intentó manejar el mercado: “El Estado fija los precios, lo que ha desembocado, como era de prever, en menos calidad y racionamiento. Asimismo, la burocracia trajo unos cuidados estandarizados, altos costes administrativos y elevados salarios para los ejecutivos”. La subida de los costes duplicó la tasa de inflación, y el gasto sanitario en Estados Unidos se disparó desde el 6 % del PIB en 1965 hasta el 18 % en la actualidad.
El Obamacare aspiraba a extender los subsidios, es decir, aumentar la demanda, pero sin aumentar la oferta. Concluye Holly que en la medida que un futuro Gobierno aplique medidas de este tenor, aumentará precios y costes, disminuirá la calidad, y animará al Partido Demócrata a extender la nacionalización de la sanidad, y arrinconar la sanidad privada, falsamente acusada de aumentar los costes.
En la subida de los costes también influyen otros factores, por supuesto, como el envejecimiento de la población, la regulación excesiva de las malas prácticas, y el crecimiento de las rentas. Pero el capitalismo y el mercado tienen muy poco que ver con lo que sucede.
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