Es desgraciadamente una constante (cada día más conforme se va radicalizando toda ella) en la izquierda. Curiosamente, los actos violentos, los acosos a mujeres o políticos, las agresiones contra el patrimonio público, las protestas con escándalos, quemas de contenedores, los insultos en manifestaciones contra las ideas que no gustan, las movilizaciones con brotes de violencia contra las decisiones democráticas y victorias políticas del rival ideológico, los sabotajes en las universidades, en conciertos, en debates públicos contra las personas del signo contrario, los ataques fascistas (o comunistas, pues comparten métodos y origen ideológico, que no es otro que el socialismo y el colectivismo, pero eso para otro día) contra la libertad de expresión y de ideas vienen siempre del mismo lado, que no es otro que la izquierda.
Lo curioso es que a su vez (en el colmo de la hipocresía y la contradicción) se arrogan los valores que precisamente socavan, en su arrogancia y pretensión de autopercibida superioridad moral.
Una percibida (contraria a los hechos, y no solo a los hechos) superioridad moral con la que justifican cualquier actuación violenta (así como ocurría con la aplicación del socialismo real o comunismo, en la que la muerte, el robo, la violencia, las purgas, la hambruna infligida...estaba justificada, porque ellos solo pretendían crear al hombre nuevo. Un fin fantástico (utópico, anti natura e irreal) que justifica cualquier medio, que precisamente deslegitima dicho fin.
Es otra evidencia de la doble vara de medir que emplean y la instrumentalización que hacen de las causas no por la causa en sí misma, sino para obtener réditos diversos. Todas esas causas están sometidas a una única, el socialismo. Así, las mujeres solo se defienden si pertenecen a la izquierda, si está sometida a su ideología y se pliega a sus consignas. Si no es así, es un enemigo más al que se le puede hacer cualquier cosa, empezando por la violencia. El caso de Villacis es uno más entre muchos de los últimos tiempos. Y así con cualquier causa que uno quiera emplear...
Rebeca Argudo analiza lo acontecido recientemente a Begoña Villacis (Ciudadanos) en el siguiente artículo.
Artículo de La Razón:
Imaginemos juntos, en una especie de folie à deux dominical, que vamos paseando por una pradera tranquilamente, hablando de nuestras cosas. Imaginemos que nos cruzamos con gente, saludamos a unos, observamos a otros, ahí va un señor con un perrete, pasa un niño en bicicleta, nos saluda un runner (un runner, colega). Lo típico. Imaginad que aparece ahora una mujer embarazada, muy embarazada. Con un embarazo avanzado, rotundo, contundente. No un pequeño embarazo, no. De pronto, alguien empieza a increparla y a seguirla. Cada vez más de cerca, levantando más y más la voz, haciendo aspavientos, incomodándola. ¿Qué haríamos? Yo lo tengo claro. Primero me asustaría y pensaría en lanzarme al suelo adoptando la posición fetal. ¿En qué mundo se le ocurre a alguien molestar de esa manera a una mujer embarazada? Luego, y pese a ser poquita cosa y que mi presencia no es precisamente intimidante, me acercaría rápidamente a ella, colocándome entre los dos, y trataría de atajar esa situación. Probablemente llamaría a la policía o, al menos, amenazaría con hacerlo si el individuo no depone su actitud. Estoy casi segura de que soltaría más de un improperio y que agitaría mi dedo índice, poniéndome de puntillas, delante de su nariz. Igual hasta me llevo una galleta antes de que lleguen refuerzos uniformados. No lo descarto.
Bueno, pues quitando la parte en la que aparezco yo y añadiendo más acosadores al energúmeno que la molesta, eso ha ocurrido. Begoña Villacís, candidata de Ciudadanos y embarazada de nueve meses (daría a luz a una niña dos días después), sufrió un escrache cuando acudió a la pradera de San Isidro el pasado miércoles. Algunos exaltados decidieron que era una buena idea amedrentarla y acosarla, con manifiesta hostilidad, ignorando su avanzado estado de gestación. Me pregunto qué habría ocurrido si esto sucede con una Irene Montero también embarazada. Habría faltado tiempo para escuchar declaraciones en las que las palabras “machismo” y “misoginia” estarían presentes cada media frase. Habríamos sido todas las mujeres españolas las acosadas (porque cuando algo le pasa a Montero nos está pasando a todas las mujeres: ella nos representa a todas y todas somos ella) y aquel que no hubiese condenado los hechos inmediatamente estaría muy a favor del acoso como entretenimiento y de nuestra discriminación en la sociedad, claro. Pero no ha sido a Irene Montero el escrache, ha sido a Villacís. Así que, como diría Albert Rivera en un debate al respecto, “¿Escuchan? Es el silencio. El silencio cuando es una mujer de derechas la que sufre una injusticia”.
No me hubiese gustado que le ocurriese algo así a una Montero embarazadísima, por supuesto. Ni a ella ni a nadie. Que ya me veo venir a algunos desde la izquierda más desatada diciendo que claro, que para pedir desde aquí un escrache para una mujer de izquierdas sí tengo narices pero para hacer un chiste de toboganes, no. Mira, tronco, para toboganes estoy yo. Y no, no es eso. No me gusta ver cómo acosan a nadie. Es solo que me hubiese gustado, eso sí, ver a Irene defendiendo a Villacís en un momento así, aprovechando las circunstancias para demostrarnos que no hay un doble rasero en su feminismo exacerbado, que su sororidad a todo lo que da la vida es para con todas las mujeres y no solo para las que ella decide con su aleatorio método del “tú sí, tú no”. Porque eso es lo que parece.
Pero volvamos al hecho en sí. Me siguen sorprendiendo las reacciones y actitudes de cierto sector de la izquierda. Me da la sensación de que consideran que su sentir les legitima para actuar como consideren necesario, como si esos sentimientos fueran en sí mismos la verdad absoluta que les otorga la razón (no este periódico desde el que os hablo, sino el valor en positivo de una opinión o postura). Y esa posesión indiscutible de La Verdad expulsa, por lo tanto e irrebatiblemente, a quien disienta hasta el oscuro mundo de la mentira, la mala fe y la falta de voluntad. Aquel del que nunca se vuelve. Lo explica mejor que yo Félix Ovejero en su libro “La deriva reaccionaria de la izquierda” (que os recomiendo mucho y muy fuerte) y me permito citarlo literal, pues ni en doscientas vidas podría nadie hacerlo mejor. Atentos.
“... la falta de (buena) voluntad sostiene algunas de las estrategias retóricas más comunes en la izquierda reaccionaria: quienes defienden otras opiniones no lo hacen por un sincero convencimiento sino por mala fe, por razones espurias, como la defensa de privilegios, y, por tanto, tienen una (peor) calidad moral que los descalifica como interlocutores; la solución a los males del mundo radica en la educación, en el cambio de conciencias o mentalidades; detrás de todo problema hay un culpable.”
Es curioso cómo este proceso mental que tan bien explica Ovejero ha calado de manera tan rápida y efectiva en una parte de la sociedad. Siempre hay un culpable. Y nunca soy yo. Y ese culpable, además, es consciente del daño que está haciendo y lo disfruta. Un malo muy malo, un malo de solemnidad. Nuestro particular Darth Vader.
Como Begoña Villacís que, escondida tras un bombo de nueve meses que la hace parecer candorosa, pasea sus privilegios por la pradera de San Isidro con la única intención de reírse en la cara de un montón de buenas personas que han perdido sus casas. Obviamente, nadie se plantea que Villacís pueda sentir empatía y caridad por cada uno de esos casos, que le apene esa situación. Porque es el enemigo. Y el enemigo, ese enemigo sin escrúpulos que toma decisiones desde la mala fe, no puede sentir nada de eso. No es de extrañar que la increpen. ¿Quién no lo haría?
Así que ya sabéis. La próxima vez que subáis a un autobús o al metro, mientras leéis cómodamente sentados vuestro libro (espero que no sea de Coelho), y suba al vagón un encorvado ancianito, una madre con un bebé, un señor con muletas o una embarazada de nueve meses, ni se os ocurra cederle el asiento. Bien podría ser alguien que no opina como vosotros en algo de vital importancia (como la cuota de autónomos o el último capítulo de Juego de Tronos) y lo haría, sin lugar a dudas, por puritita maldad. No merece sentarse. Es más, lo que merece es un frenazo en seco sin asidero a la vista. Por la igualdad, el respeto y un mundo mejor, eso sí.
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