Carlos Rodríguez Braun analiza la creciente intromisión (sin fin que va cada día a más) del político en la vida de los ciudadanos a raíz de la reciente ley de Sánchez (PSOE) para el control de los horarios en las empresas, y cómo se desentiende de las causas de los problemas que supuestamente pretenden arreglar...
Artículo de su blog personal:
Warren Sánchez, el hombre que tiene todas las respuestas, también tiene todos los trucos, como lo ha probado la reacción ante el control de horarios en las empresas.
Nadie se preguntó por qué hay en España tantas horas extras. Se dio por supuesta la ficción intervencionista fundamental, a saber, que todo lo malo que pasa es culpa de las mujeres y los hombres libres. Es la misma falacia mediante la cual los políticos pretenden “luchar” contra el paro o la factura eléctrica, ignorando que son consecuencia directa de la intervención política. Con las horas extra, de modo similar, nadie se cuestionó si su número tan elevado no se deberá a los elevados costes de contratación de nuevos trabajadores. Se dio por sentado que son consecuencia de la inherente maldad empresarial —porque ya se sabe que los empresarios buscan su propio interés, mientas que los políticos, los burócratas y los sindicalistas solo atienden al interés general. De hecho, nadie se preguntó si igual cobrar horas extra en negro no es lo que el grueso de los trabajadores preferiría. Sea como fuere, el asunto giró en torno a las formas y no al fondo, es decir, se obvió la pérdida de libertades gracias a la mayor intrusión del Gran Hermano Warren en la vida de las empresas. Es más, se justificó esa intrusión porque, evidentemente, había que “hacer algo” —entiéndase como hacer cualquier cosa menos reducir costes y trabas.
Algunos medios clamaron por mayor claridad en el control o incluso sentenciaron que una ley que no se puede aplicar es injusta. Lo primero entrega a Warren lo que quiere: es como si los esclavos, en vez de protestar por los grilletes, solo se quejaran porque nadie les ha puesto 3 en 1. Y lo segundo es una norma del Estado moderno, con multitud de leyes que no se aplican, lo que adultera la seguridad jurídica: la ley ya no es el amparo de las ciudadanas sino una espada de Damocles que pende sobre ellas. Los gerifaltes del Ministerio de Trabajo alegaron que el control de la jornada siempre ha sido exigible y criticaron, indignados, la “alarma social”. ¡Si hasta la justicia europea respalda el control!
Ahora bien, una cosa es la vocación liberticida de los poderosos, y otra cosa es que sean omniscientes. No lo son, y por eso se mueven contra las trabajadoras mediante ensayo y error, socavando sus derechos pausadamente, y viendo su reacción. Dentro de poco se habrá olvidado esta intromisión, y entonces se ensayarán otras. De cualquier tipo, y, si se temen protestas, habrá globos sonda antes de imponerlas. Acaban de lanzar uno: Sanidad “estudia” prohibir fumar en los coches. ¿No sería estupendo, por nuestro bien? Si lo logran, proseguirán con los recortes. ¿Por qué no prohibir fumar en las casas? Una vez conseguido eso, posiblemente no les resulte necesario conquistar la anhelada prohibición de pensar.
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