José Carlos Rodríguez analiza la creciente censura de Facebook y su sesgo y parcialidad ideológica al respecto, que a nivel de compañía es legítimo, pero no a nivel gubernamental, como está presionando para que se lleve a cabo (y no perder así cuota de mercado con respecto a alternativas neutrales).
Artículo de Disidentia:
Facebook ha expulsado a varias organizaciones, grupos e individuos de su plataforma. Lo que tienen en común, todos menos uno, es situarse en la extrema derecha: Alex Jones e InfoWars, Paul Joseph Watson, Paul Nehlen, Laura Loomer y Milo Yiannopoulos. La excepción es Louis Farrakhan, líder de una organización negra estadounidense llamada Nation of Islam.
Facebook viene de haber hecho lo mismo en Dinamarca y en el Reino Unido. En este caso, Facebook ha hecho público su criterio para expulsar todas estas cuentas: Afecta, dice, a “individuos y organizaciones que fomentan el odio, o atacan o llaman a la exclusión de otros sobre la base de lo que son”. Criterio que, a la luz de lo que expone la propia plataforma, valdría para que Facebook se prohibiese a sí misma, ya que su política consiste precisamente en la “exclusión de otros sobre la base de lo que son”.
Continúa la compañía: “Bajo nuestra política sobre personas y organizaciones peligrosas, prohibimos a aquéllos que proclaman una misión violenta o llena de odio, o están implicados en actos de odio o violencia”. Advierte así mismo que “se prohibirán los post u otros contenidos que expresen elogios o apoyos a estas figuras o grupos”. Y concluye: “Nuestro trabajo contra el odio organizado está en marcha, y continuará revisando individuos, organizaciones, páginas, grupos y contenidos que atenten contra nuestros criterios sobre la comunidad”.
Es un asunto complejo, porque implica varios niveles de discusión, dentro de los cuales uno puede encontrarse a un lado u otro, según sea el caso. Uno de ellos es la relación entre la libertad de expresión y la libertad de empresa. Otro son las preferencias ideológicas de cada uno. Otro plano se refiere a la conveniencia, o no, de que una plataforma como Facebook expulse a una parte de la opinión. Todavía un plano más es el del criterio que utilice. Y la lista no quedaría completa sin considerar la arbitrariedad de la empresa a la hora de prohibir determinados contenidos.
La primera cuestión para mí está perfectamente resuelta: La libertad de expresión y la de empresa son exactamente la misma. La Cadena SER, por ejemplo, tiene la misma libertad de contratar a Ignacio Escolar como contertulio como la de despedirle, y en ambos casos es para elaborar unos contenidos que son los que desea la empresa, en su inmarcesible derecho a expresar lo que considere. De otro modo, tendría que incluir o excluir contenidos en función de lo que decidieran otros, y si se viera obligado a hacerlo diríamos, con razón, que se está violando su libertad de expresión. Pero al mismo tiempo se violaría el aspecto empresarial de su libertad.
Esto es así porque, como decía Murray N. Rothbard, los derechos fundamentales tienen como fundamento el derecho de una persona sobre sí misma, y el derecho de propiedad. ¿Por qué los socialistas de todos los partidos, en cuanto les pones ante la oportunidad de censurar a alguien optarán por hacerlo? Entre otras cosas porque no creen en la propiedad privada.
Y ¿por qué, si Facebook hubiese prohibido, con los mismos criterios, todos los grupos comunistas, la misma izquierda que sólo rompe su silencio para mostrar su entusiasta adhesión a la política de Facebook hubiera organizado una campaña de dimensiones inéditas contra esa medida en nombre de la libertad de expresión? Por los mismos motivos.
De modo que Facebook tiene todo el derecho de expulsar de su plataforma los contenidos que le venga en gana, y no por eso estará violando la libertad de expresión de los demás. Los expulsados tienen todo el derecho a expresarse, pero no pueden obligar a los demás a que les faciliten sus medios para propagar sus ideas. Tendrán que recurrir a su propiedad, o a cualquier forma de colaboración voluntaria, para expandir sus mensajes.
La segunda cuestión es la ideológica. Por desgracia no puedo compartir un perfil exacto de organizaciones como InfoWars o la English Defense League, que prohibió el mes de abril. Sobre los personajes que ha expulsado de su sitio, me ocurre lo mismo con Alex Jones, Paul Joseph Watson o Laura Loomer, entre otros. No he mostrado ningún interés en ellos (fallo mío), y sólo he podido ver lo que ha saltado a mi corriente de twitter, rebotado de otras cuentas.
Sí conozco bien el caso de Milo Yiannopoulos. Para él, la exposición pública de su homosexualidad y la crítica al Islam (religión que tiene un espíritu censor más que facebookiano hacia la homosexualidad), es una y la misma cosa. Y no podría ser de otro modo. ¿Cómo se pueden defender los derechos de todos a elegir su sexualidad y no señalar el modo en que en el Islam se violan esos derechos de forma sistemática?
A las críticas de Yiannopoulos se suman las de esos otros autores, que ven al Islam como una amenaza a la forma de vida en Occidente. Como digo, no puedo hacer valoraciones exactas sobre esos perfiles, pero hay una distinción necesaria y que no sé si Facebook la ha tenido en cuenta. Una cosa es criticar o incluso odiar unas ideas, y otra es expresar el mismo sentimiento por las personas que las defienden.
Esta es una distinción esencial, pero para la que muchos no están intelectual o moralmente preparados. Las ideas se adquieren por un proceso en parte intelectual y en parte afectivo; un proceso contradictorio tanto en las ideas como con la realidad. Por muy cerrada que tenga uno la mente, es un proceso abierto y no del todo programable. No podemos asegurar lo que pensaremos en el futuro. Eso hace que no se pueda hacer una asociación esencial entre una persona y sus ideas. Y eso permite que las personas puedan descalificar las ideas ajenas, sin que ello implique descalificar a la persona.
Es perfectamente legítimo odiar el nacional socialismo o el comunismo, por ejemplo. Quien se sienta más cercano a uno u otro totalitarismo no compartirá esta animadversión, y puede que lo tenga hacia el liberalismo. Pero nada de eso implica tener malos sentimientos hacia las personas que profesan esas ideas. Lo mismo cabe decir del Islam, y el hecho de que sea una religión no cambia nada.
Se puede decir que el racismo es un caso distinto, porque expresa desprecio, cuando no algo peor, por una cualidad que sí es inherente al individuo. Una cualidad que no puede cambiar, y esa distinción entre las ideas y las personas ya no está tan clara. En este sentido, las expresiones racistas, o antisemitas, pueden tener una consideración distinta.
De modo que una investigación puede demostrar, con testimonios internos, que Facebook tiene un sesgo evidente, y en realidad ha asumido como uno de los valores de su política expulsar la opinión más a la derecha, encaje o no con sus apelaciones al odio y la violencia. Y que el algoritmo disolvente se aplica a los sitios de derechas, pero nunca a los de izquierdas. Pero da igual. Tiene todo el derecho a hacerlo.
Tiene derecho, incluso, a hacerlo de forma no ya sesgada, sino oscura. Y lo ejerce sin miramiento alguno. Hay un caso muy chocante que, por motivos obvios, no puede asimilarse a todos los casos que he mencionado hasta ahora, pero que tiene ciertas similitudes.
Facebook ha borrado de forma permanente la cuenta de la periodista española Carmen Carbonell. En su cuenta personal compartía habitualmente los contenidos del programa de radio en el que trabaja: Sin complejos, de Luis del Pino, en esRadio. ¿Qué motivos han llevado a la plataforma a adoptar esta decisión? No los sabemos, porque no los ha facilitado. Sólo aclara que, a su juicio, la periodista “no ha seguido los términos de Facebook”. Carbonell, como el protagonista de El Proceso, se ha encontrado con que no sabe de qué ha sido acusada por Facebook, y la plataforma no le da opción alguna a conocerlo, no digamos a hacer alegaciones. El propio programa, al constatar la decisión arbitraria, que deja a Carmen Carbonell totalmente indefensa, ha decidido cerrar su propia página como medida de solidaridad con su trabajadora.
De modo que Facebook prohíbe contenidos, lo hace de forma sesgada, y puede ser arbitraria y oscura en sus decisiones. E insisto en que tiene derecho a ser todo eso. Porque crea una situación de inseguridad en quienes han confiado en esta red social. Una inseguridad aún mayor cuando advierte de que “se prohibirán los post u otros contenidos que expresen elogios o apoyos a estas figuras o grupos”. Criticar las decisiones de Facebook ¿será motivo suficiente para que la plataforma prohíba nuevas cuentas?
Es más, si sus decisiones son arbitrarias, si tiene además sus simpatías y sus fobias, como todo quisque, y no tiene ni la pretensión de ser ecuánime o imparcial, ¿cómo podremos confiar en que Facebook es un lugar idóneo para compartir información e ideas?
La última cuestión es si la política de Facebook es juiciosa. Si tira mucho de la cuerda, acabará por romperse. Los jóvenes ya identifican a Facebook con la red social de sus padres, y no quieren saber nada de ella. Su red es Instagram, que por eso la ha comprado la compañía de Mark Zuckerberg. El poder de Facebook es enorme, pero puede desvanecerse en cuanto salga una alternativa con normas generales, abstractas y claras para todo el mundo. Está pasando con Patreon, una plataforma de micromecenazgo que ha sido aún más mendaz en su política de prohibiciones. Y pasará con Youtube. Gab.com es una red social que nace con la vocación de no censurar el discurso de nadie. Parler es otro ejemplo. La revista Quilette desarrolla toda una sección titulada ¿Quién controla la plataforma?.
Zuckerberg es consciente de este peligro, y ya se ha adelantado pidiendo al gobierno federal que regule la expresión en redes sociales, para que sus decisiones a este respecto no acaben mermando su posición en el mercado. Y eso sí es actuar contra la libertad de expresión.
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