domingo, 24 de enero de 2016

Ahora Madrid: políticas conservadoras y anticonservadoras, nunca liberales

 Juan Rallo analiza la incongruencia de Ahora Madrid en su argumentario para defender la imposición de su visión de las cosas, coincidiendo con la perspectiva más conservadora en ocasiones y la más anticonservadora en otras, exponiendo el ejemplo de las cabalgatas de los reyes y del edificio España (en propiedad de Wanda), dejando de forma manifiesta una característica ideológica común: su antiliberalismo.
Artículo de Voz Pópuli: 
Al gran pensador conservador Russell Kirk no le habría gustado demasiado que Ahora Madrid alterara una tradición tan asentada como la Cabalgata de Reyes. Para Kirk, “la esencia del conservadurismo social es la preservación de las tradiciones morales ancestrales de la humanidad; los conservadores respetan la sabiduría de sus antecesores y son escépticos con respecto a su alteración. Conciben la sociedad como una realidad espiritual, que posee una vida eterna pero unos fundamentos delicados: la sociedad no puede ser desechada o reestructurada como si fuera una máquina” (The Conservative Mind1953).
Justamente, entre esas esencias culturales de la sociedad se encuentra su historia sagrada, a saber, “el conjunto de experiencias de la humanidad junto a Dios”. La historia sagrada, que “a menudo sólo puede expresarse a través del simbolismo —parábolas, alegorías y los altos sueños de la poesía—“, recoge la historia compartida de nuestros ancestros con  la “autoridad de la religión revelada” sobre la que en última instancia descansa “el cuerpo de la ética de la sociedad, el conjunto de criterios para distinguir entre el bien y el mal” (Roots of American Order, 1974). De ahí que Kirk critique a todos aquellos enemigos de nuestra cultura heredada, a todos aquellos que predican la contracultura como forma de disolver el acervo eurocéntrico sobre el que se fundamenta occidente: “El slogan de ¡Acabemos con la cultura europea! Es el síntoma de una enfermedad intelectual que lleva contaminándonos desde hace más de un cuarto de siglo” (America’s British Culture, 1994).
Y, por eso, cuando Carmena se justifica alegando que “tomamos tan en serio las tradiciones que las actualizamos y diversificamos para que sigan importando”, Kirk le reprocharía que no, que están manteniendo nominalmente las tradiciones pero vaciándolas de su contenido heredado con el objetivo de socavar los valores que subyacían a las mismas y de, en consecuencia, colar de rondón otros valores distintos a los que componen la tradición occidental (o, en este caso, la española).
A primera vista, pues, las posiciones de Kirk y Ahora Madrid se ubicarían en extremos opuestos: uno es partidario de respetar las tradiciones heredadas como mejor garantía contra el barbarismo y la descivilización, mientras que los otros defienden la licitud de alterar las tradiciones que reputan caducas, reaccionarias o desfasadas y adaptarlas a su moderna visión del mundo. Es lo que Kirk denominaba “el desprecio anticonservador a la tradición”, esto es, la idea de que “la razón, los impulsos o el determinismo materialista son mucho mejores guías para alcanzar el bienestar social que la sabiduría heredada de nuestros ancestros” (The Conservative Mind1953).
Sin embargo, en otros asuntos distintos a la tradición cultural, Ahora Madrid y Russell Kirk sí se muestran mucho más coincidentes. Así, en su ensayo The Uninterested Future (1960), el pensador conservador denunciaba como uno de “los grandes errores de nuestra era” que estuviéramos sustituyendo “la belleza, calidez y vínculos históricos por la fealdad estandarizada moderna”. Y es que, “en los edificios y en los planes urbanos estamos olvidándonos de nuestras más profundas aspiraciones humanas: nos estamos convirtiendo en esclavos de nuestra tecnología sistémica”, lo cual termina transformando la ciudad en “un reino monótono sin interés, vinculación histórica, belleza o diseño”. Más en particular, Kirk suscribía la idea de que “siempre que los planificadores urbanos destruyen un sitio emblemático del vecindario, están eliminando uno o varios de los vínculos comunitarios, condenando en consecuencia a hombres y mujeres al desarraigo y a la insatisfacción”.
Como decía, Ahora Madrid sí parece mostrar mucha mayor coincidencia con esta postura urbanísticamente conservadora del conservador estadounidense: en particular, cuando desde la agrupación municipal se vanaglorian de haber aplicado rigurosamente la ley logrando salvar el “patrimonio de la ciudad” de la incontenida voluntad de hacer negocios por parte del grupo Wanda. Extrañamente, pues, parece que, de acuerdo con Ahora Madrid, la actualización, renovación y adaptación del patrimonio cultural a las nuevas necesidades sociales constituye una forma de salvar ese patrimonio cultural en beneficio de la ciudadanía, mientras que la actualización, renovación y adaptación del patrimonio urbanístico a las nuevas necesidades sociales representa una forma de degradarlo en perjuicio de la ciudadanía.
Uno esperaría una cierta coherencia ideológica en el argumentario común a ambas polémicas: si uno considera positivo que las tradiciones cambien para no convertirnos en rehenes del pasado, difícilmente podrá ver con malos ojos que el diseño urbano también lo haga; si uno detesta que el patrimonio arquitectónico cambie por socavar nuestra historia compartida, no tiene demasiado sentido que se oponga a la escrupulosa conservación de nuestras tradiciones culturales compartidas. Lo que no parece razonable es aplicar varas de medir distintas sin explicitar en cada caso los auténticos motivos de fondo que llevan a adoptar las contradictorias decisiones.
Principio de mínima intervención
Frente al conservadurismo o anticonservadurismo militantesel liberalismo reivindica la neutralidad estatal: esto es, el respeto del Estado a los valores heterogéneos que coexisten dentro de una sociedad, así como la licitud de la libre asociación de aquellas personas con valores más cercanos para la promoción de sus respectivos intereses siempre que respeten escrupulosamente la libertad de otros individuos o colectivos. Es decir, en cuanto a políticas públicas, el liberalismo aboga por el principio de la mínima intervención estatal y por la libre autoorganización social.
Por supuesto, la completa separabilidad de las experiencias y de los planes humanos no siempre es alcanzable: en ocasiones, los proyectos de una persona o de un grupo de personas chocan con los proyectos de otros individuos (externalidades). Por eso, el liberalismo también proporciona un conjunto de reglas generales, abstractas e imparciales con el propósito de regular los términos de esa coexistencia: la propiedad privada y los contratos voluntarios. Es decir, el propietario puede desplegar sus preferencias (culturales o urbanísticas) dentro de su dominio pero no puede imponérselas al resto de conciudadanos: y, a su vez, las personas pueden asociarse contractualmente para promover dentro de sus propiedades los proyectos culturales o urbanísticos que compartan.
En este sentido, los festejos religiosos —como las Cabalgatas de Reyes— deberían ser organizados por los miembros de aquellas comunidades religiosas que se adscriban a semejante tradición y deberían serlo en aquellas zonas de la ciudad que las juntas vecinales (como representantes de los propietarios de los inmuebles y de las áreas comunes a ellos) autoricen para ello. El Ayuntamiento, en consecuencia, no debería participar directamente ni en planificarlos ni en financiarlos, pues nada de ello es imprescindible en su organización (mínima intervención) y, en cambio, el hacerlo con los recursos de ciertas personas sí puede ser muy lesivo para su visión moral de la sociedad (¿por qué debe un ateo o un musulmán sufragar una Cabalgata de Reyes?).
Asimismo, la protección del patrimonio arquitectónico por parte del Ayuntamiento (o de la administración autonómica) debería limitarse a aquellos elementos urbanísticos que sean propiedad o del ayuntamiento (o de la administración autonómica). En el resto de edificios de propiedad privada, las administraciones públicas no deberían tener nada que opinar (salvo acaso por cuestiones de seguridad que, en todo caso, podrían reconducirse por la vía de medidas cautelares judiciales): si un Ayuntamiento o una determinada junta municipal considera que existe algún elemento urbanístico en manos privadas que exhibe un especial valor patrimonial para el resto de ciudadanos que no son propietarios del mismo, debería efectuarle una oferta a su propietario para adquirírselo (financiando esa oferta con impuestos o, idealmente, con aportaciones voluntarias de aquellos ciudadanos que deseen convertirse en copropietarios del mismo). Así es como se opera normalmente, por ejemplo, con respecto a las obras de arte en pinacotecas privadas o en manos del artista original (o de sus herederos). Lo que en ningún caso debería hacer el Estado es expropiar esos elementos urbanísticos o restringir arbitrariamente —y sin compensación— los derechos de su propietario.
En el caso del Edificio España, su propietario era el grupo Wanda (como antes lo había sido el Santander y antes Metrovacesa) y, por tanto, lejos de imponerle coactivamente condiciones gravosas que le han llevado finalmente a abandonar su proyecto para el edificio, debería haber negociado con él para comprarle el edificio o para compensarle por aquellas restricciones que el Ayuntamiento deseara incorporar en ese proyecto (y si juzgaba que el coste de la compra o de la compensación resultaba demasiado gravoso para los madrileños, debería haber desistido de imponerle nada al legítimo propietario). Puro Teorema de Coase.
Pero Ahora Madrid desoye cualquiera de estos mecanismos de resolución de conflictos basados en el respeto de los derechos de las personas y en la mínima intervención coactiva del Estado. Al contrarioopta por imponer en cada caso su particular visión del mundo sin respetar esos derechos. Lejos de una mínima y subsidiaria intervención administrativa, promueve la actuación prioritaria y preferente de la administración en asuntos sociales muy dispares. Y, para más inri, ni siquiera lo hace de manera coherente: en ocasiones se adscribe a narrativas marcadamente anticonservadoras y, en otras, se alía con la agenda más radicalmente conservadora. En ambos casos, eso sí, son coherentes con respecto a una característica ideológica común: su antiliberalismo.

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