sábado, 23 de enero de 2016

La tentación caudillista

Antonio Elorza analiza a Iglesias y Podemos, y su "tentación caudillista".

Artículo de El País:

Enrique Flores


"Pedro, mandas poco en tu partido", le espetó Pablo Iglesias al secretario general del PSOE en uno de los debates preelectorales. El incidente hacía recordar una visita del periodista cubano Carlos Franqui a Fidel Castro y al Che, que estaban encarcelados en una prisión mexicana. Franqui se atrevió a hacer una crítica a Stalin, para encontrarse con una terminante réplica de Fidel: “Sin un jefe único, aunque sea un mal jefe, la revolución es una causa perdida”. Viene asimismo al caso un párrafo de Disputar la democracia, libro-programa donde Iglesias cita, como no, Juego de tronos, y en concreto la escena en que la reina condena a muerte de inmediato a un consejero por atreverse a afirmar que “conocimiento es poder”. “El poder es el poder”, replica airada la reina. Pablo Iglesias lo anticipa: “el poder nace de la boca de los fusiles”. Toda una profesión de fe democrática.

No es que las consideraciones doctrinales de Iglesias merezcan excesiva atención, pero sí sirven como útiles indicadores de lo que puede hacer si llega a gobernar. Ahí está su alusión introductoria a Maquiavelo, donde se limita a subrayar la dimensión técnica de un poder ejercido de modo implacable en los principados, lo cual le convierte en el padre de las tiranías modernas. Es el Maquiavelo emparentado con Carl Schmitt, y maestro de dictadores, de Napoleón a Mobutu, pasando por Mussolini, y que al parecer inspira a Iglesias. Olvida que Maquiavelo nunca pensó que esa concepción política fuese deseable, habiendo sido firme defensor del vivere libero en la República de Florencia.

Porque Pablo Iglesias, aun cuando se llene la boca de la palabra una y otra vez, rechaza la democracia, entendida como procedimiento mediante el cual se alcanzan las decisiones políticas. La “disputa”. Por supuesto, considera insuficiente la democracia como espacio pluralista en el cual varios partidos compiten por el voto. Su democracia responde a un criterio finalista: hay democracia si se incrementa el poder de la mayoría y se logra “que desaparezcan los privilegios de los menos”. Resulta claro que si “los menos” controlan las instituciones y vencen en el voto, es que ejercen la manipulación y la democracia no existe. En línea con lo que les dijo a los eurodiputados en su despedida, ante una distribución del poder desfavorable para los más, la contrarrevolución —entonces la destrucción de Europa— triunfa. Lo explicó Monedero: la prioridad corresponde al empoderamiento del “pueblo”, guiado por un jefe carismático, frente a “los menos”, “los privilegiados”, el no-pueblo. Vuelve la apolillada distinción entre democracia formal y democracia real.

Estamos ante una visión maniquea, muy simple, de pueblo frente a poderosos a desalojar de su primacía. De ahí que la violencia sea palanca imprescindible para acabar con las injustas relaciones de poder vigentes. El vocabulario militar es omnipresente. La de Iglesias es una Machtpolitik donde el Estado de derecho consiste en “la voluntad política racionalizada de los vencedores”. Su ejemplo es la Ley de Partidos que ilegalizó al brazo político de ETA: Iglesias menosprecia el detalle de que se trataba de oponer la ley a la impunidad de una organización terrorista. Para él, la acción política no tiene otro objetivo que la victoria, con dosis de ajedrez y sobre todo de boxeo. La elección racional en beneficio del conjunto de la sociedad no tiene lugar en su presentación militarizada de la política, de impronta leninista.

Pablo Iglesias es un político actuante en la democracia, en rigor no un demócrata. Por eso, en la estela de Lenin, las alianzas carecen de valor en sí mismas, y otro tanto sucede con los fines sociales o económicos que persigan, si no permiten aprovechar la convergencia para imponerse al aliado transitorio. Monedero acertó al calificarlo de “leninismo amable”. La táctica de desbordamiento del PSOE es un óptimo ejemplo, respecto de partidos próximos, igual que la voluntad de servirse de las instituciones para alterar su contenido. Si de veras quería aliarse con el PSOE, sobraban las “líneas rojas” anunciadas de inmediato, con el referéndum catalán, que sigue siendo el obstáculo para la alianza anti-PP si el ansia de poder de Pedro Sánchez no lo hace olvidar.

No se extiende demasiado Iglesias sobre el contenido de su “nueva transición”: en el libro recién publicado con ese título concede al tema tres páginas. Ahora bien, los “objetivos imprescindibles” fijados para toda alianza son ya ilustrativos. Importa ganar; lo que resulte de los medios empleados es irrelevante. Así con “el derecho a decisión” generalizado, listo para sacar votos en las nacionalidades y anexos, más la ruleta rusa de la autodeterminación de obligado cumplimiento en Cataluña, saldrá porque lo dice su bola mágica un “Estado plurinacional”. Todas son naciones con su “derecho a decidir”. La revocabilidad de cargos de la Constitución venezolana también tiene su sitio, facilitando así librarse de opositores elegidos mediante la democracia representativa a la cual se opone el referéndum plebiscitario. Y pensando en los resultados monolíticos de la organización de Podemos partido, listo para asaltar el cielo desde un centralismo autocrático, cabe augurar que su ley electoral responderá a análogo propósito. No hace falta seguir alarmando con el proceso constituyente y con la condena de la Constitución del 78: con “cambiar la Constitución”, el objetivo es el mismo.

El culto a la personalidad, y la permanente exaltación de la figura de Iglesias, así como la deformación finalista de la idea de democracia —una democracia plebeya— nos sitúan en el terreno de un caudillismo populista, con bien conocido antecedente, aunque ello no guste al interesado. El silencio de Podemos sobre la tragedia que es la situación venezolana bajo Maduro ahorra todo comentario. Los condicionamientos jurídicos y económicos no cuentan, siendo sustituidos por la promesa de reformas igualitarias. La justicia social sirve así de máscara a la demagogia, amparando de momento la rentable operación de denuncia, tanto del Gobierno conservador que bien lo merece, como del rival/aliado socialista, si no suscribe sus propuestas. El hábil manejo del discurso en Iglesias le permite funcionar a la perfección con falsas evidencias. La factura ya vendrá luego y se cargará en la cuenta de los malos de la película, tanto internos como de la UE. Lástima que la cita a Tsipras ya no sirva. Y por fin, como en Chávez, ahí están los medios de comunicación, con la televisión en primer plano, para crear en los ciudadanos la ilusión participativa bajo el mando del Líder. Y es que tanto su inspirador, antes, como Iglesias, ahora, son animales televisivos, mucho más avezados en “seducir”, palabra clave para el segundo, que en proponer una gobernación racional. A Pedro Sánchez no parece preocuparle. Nada salvo su victoria pírrica parece preocuparle.

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