Juan R. Rallo expone la desaceleración económica que está padeciendo España, evidenciados con múltiples indicadores, y la irresponsabilidad política para enfrentarlos (y que puede suponer graves consecuencias para la sociedad), al ser más importante el cálculo electoral a las "acuciantes necesidades de la economía".
Artículo de El Confidencial:
Foto: EFE.
Cada vez se acumulan más datos que sugieren que la economía española se está ralentizando. Permítanme hacer un listado por si quedara alguna duda:
- La tasa de crecimiento del segundo trimestre de 2018 (0,56%) fue la más baja desde el segundo trimestre de 2014 (esto es, desde el inicio de la recuperación) y un tercio inferior al experimentado durante el mismo periodo del año anterior. El freno tampoco parecer ser, además, puntual: la propia AIReF pronostica ritmos análogos de crecimiento para el resto del año.
- Por primera vez desde diciembre de 2013 —de nuevo, desde el inicio de la recuperación—, el número desestacionalizado de afiliados a la Seguridad Social descendió durante el mes de agosto. O dicho de otra forma: por primera vez en el último lustro, nuestra economía destruyó empleo estructural. Tampoco parece que estemos ante un dato anecdótico: en julio y agosto, la Seguridad Social solo ganó 3.955 afiliados en términos desestacionalizados; cifra que palidece frente a los 42.617 generados en el mismo periodo de 2017, los 89.685 en el mismo periodo de 2016, los 48.791 en el mismo periodo de 2015 o los 66.946 en el mismo periodo de 2014.
- El saldo de la balanza por cuenta corriente —es decir, el saldo de nuestros cobros y pagos frente al resto del mundo— prácticamente se ha ubicado en cero (86 millones) durante el primer semestre de este año. Se trata de la peor cifra para cualquier periodo de seis meses desde junio de 2014. La razón es bastante simple: nuestras exportaciones de bienes y servicios (no turísticos) están creciendo a su ritmo más reducido desde mediados de 2016 (en el primer trimestre de este año, apenas se expandieron a un ritmo del 2,08% frente al mismo periodo del año anterior), pero, a diferencia de lo que sucedió a mediados de 2016, nuestras importaciones no han aflojado su ritmo de expansión (han aumentado más de un 5% durante estos primeros seis meses del año).
- Nuestra principal exportación, el turismo, también parece haber encontrado su techo: el número de turistas extranjeros entre enero y julio de 2018 apenas aumentó un 0,3% frente al mismo periodo del ejercicio anterior (de hecho, si tomamos aisladamente julio, el número de turistas descendió en un 4,9%, la mayor caída en ocho años). A su vez, el número de pernoctaciones descendió en julio un 2,2% frente al mismo mes del año anterior.
- Los indicadores adelantados de actividad están mostrando una cierta atonía. El PMI manufacturero de julio se ubicó en 52,9, su nivel más bajo en el último año; y en agosto apenas mejoró una décima. A su vez, el PMI del sector servicios se situó en 52,6, su nivel más bajo desde noviembre de 2013; y, nuevamente, en agosto apenas mejoró una décima.
- Durante todo el primer semestre de 2018, el índice de producción industrial se mantuvo esencialmente estancado: su valor medio en 2017 fue de 105,08 y, de momento, su valor medio en 2018 apenas asciende a 105,75, es decir, un aumento del 0,63%. Asimismo, el índice de comercio al por menor lleva tres meses consecutivos contrayéndose, algo que no sucedía desde la recesión de 2013.
- El índice de confianza del consumidor ha descendido en junio, julio y agosto, especialmente por las peores expectativas de futuro de los consumidores. A su vez, el índice de confianza económica, elaborado por la Comisión Europea, registró en agosto su nivel más bajo en año y medio.
Como decía, los indicios que apuntan hacia una desaceleración de nuestra economía son cada vez más numerosos. Es verdad que también existen otros indicadores que se mantienen robustos (sobre todo, los vinculados a la actividad inmobiliaria), pero en general la probabilidad de que regresemos a tasas de crecimiento moderadas/mediocres se ha incrementado apreciablemente durante los últimos meses. En principio, que una economía atraviese por periodos de menor crecimiento no debería ser demasiado preocupante, sobre todo si las causas de esa ralentización son exógenas y potencialmente reversibles. Ahora bien, en el caso de la economía española, es singularmente preocupante que esto suceda por dos razones: una estructural y otra coyuntural.
En cuanto a la estructural, España ha podido crecer al 3% durante varios ejercicios merced a la existencia de 'vientos de cola' globales (esto es, factores externos que potenciaron artificialmente nuestra capacidad de expansión, como el bajo precio del petróleo). El propio Banco de España cuantifica nuestro crecimiento potencial en poco más del 1% del PIB, de modo que la actual ralentización bien podría estar vinculada con un regreso a la normalidad. Y, por desgracia, esa normalidad es una lamentable normalidad: una tasa de crecimiento tan baja apenas permitirá incrementar la calidad de vida de nuestros ciudadanos, sobre todo de los millones de parados que se quedarán sin encontrar empleo en el medio plazo.
En cuanto a la coyuntural, España se enfrenta a un complicado contexto internacional: nuestro sector financiero es el más expuesto del mundo a Turquía; nuestro sector empresarial es el segundo mayor inversor mundial en Argentina, y, sobre todo, nuestro sector público mantiene un volumen de deuda cercano al 100% del PIB en medio de un escenario de tipos de interés ascendientes. Todo ello nos coloca en una posición de fuerte fragilidad futura que no podremos contrarrestar merced al comodín de las expectativas de un rápido crecimiento.
Y, mientras tanto, el Gobierno de Sánchez se mantiene de brazos cruzados en el terreno de las reformas estructurales y de brazos abiertos en el terreno de las subidas de impuestos, del aumento del gasto y del incremento de la deuda. Justo cuando deberíamos estar tratando de reforzar nuestra posición financiera (amortizar deuda pública por lo que pudiera llegar a suceder) así como de relanzar nuestro crecimiento económico mediante una liberalización de la economía, el PSOE se encama con Podemos para hacer todo lo contrario. Sin duda, sería tramposo culpar a Sánchez por la ralentización actual de la economía: que haya coincidido con un cambio de Gobierno no significa que la ralentización se deba al cambio de Gobierno (más bien, se debe al agotamiento de factores externos, sobre los que Rajoy tampoco tenía ningún control). Ahora bien, no es en absoluto tramposo culpar a Sánchez de anteponer sus cálculos electorales a las acuciantes necesidades de la economía.
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