Marina de la Torre analiza la cuestión de los espacios seguros y la nueva segregación (todo un retroceso) a la que está llevando el feminismo radical.
Artículo de Disidentia:
Si piensas en espacios seguros, probablemente lo primero que te venga a la mente sean los campus universitarios estadounidenses, los movimientos activistas de liberación feminista y gay de los años sesenta o los bares y locales donde se reunía la comunidad gay perseguida por las leyes de sodomía. Pero el concepto de “espacio seguro” comenzó a finales de 1940 con el psicologo Kurt Lewin, que ideó el “sensitivity training” o “capacitación de la sensibilidad” con el objetivo de desarrollar capacidades de liderazgo en jefes corporativos.
A través del “sensitivity training” se tratan los problemas grupales mediante diálogos en los que los miembros pueden retroalimentarse para tomar conciencia de sus prejuicios, conductas erróneas y en definitiva, todo lo que les incapacita como líderes efectivos. La idea central de este método es que el cambio sucede en la medida que uno pueda expresar sus emociones y confrontar a otros en un ambiente de seguridad psicológica. Se crea un espacio seguro, confidencial y libre de juicios para que la gente pueda hablar de sus preocupaciones con el objetivo de mejorar personalmente.
Durante la guerra de Vietnam, vieron la necesidad de ayudar a soldados y veteranos a lidiar con el trastorno de estrés postraumático, entonces conocido como neurosis de guerra, utilizando terapias de grupo similares como técnica de tratamiento. Hoy en día las cifras de suicidios de soldados siguen siendo alarmantes. En 2016 unos 6.000 militares acabaron suicidándose, según el Departamento de Asuntos de los Veteranos de EE.UU. No obstante, algunos organismos hablan de cifras más altas de hasta más de 7.300 veteranos al año; es decir, al día se suicidaría un promedio de 20 militares, o el 18% de las muertes por suicidio.
Las prácticas de estos grupos comenzaron a ganar popularidad. Estaban orientadas por el espíritu de la década de los 60 a generar cambios sociales de la mano de terapeutas como Carl Rogers, que a pesar de lo heterogéneo de los grupos con los que trabajaba (personas de distintos sexos, clases y caracteres) lograba que todos pudieran comunicarse abiertamente, aunque esto supusiera enfrentarse a una experiencia emocional intensa y para nada fácil.
A partir de aqui, la idea fue tomada por grupos feministas y de liberación gay pero con un sesgo diferente; abandonaron el aspecto terapéutico para centrarse en el político. En ellos, prohibían expresar ideas o pensamientos que pudieran contradecir los ideales que constituían estos denominados “grupos de concienciación”. Kathy Sarachild, fundadora de la organización de mujeres radicales de Nueva York de principios de los años 70, dijo: “La idea no era cambiar a las mujeres, no hacer cambios “internos” excepto en el sentido de saber más. La condición que enfrentan las mujeres es la supremacía masculina; queremos cambiar eso. Un espacio seguro no está exento de desacuerdos internos, pero significa una devoción a un proyecto político común. Aquellos que intentaron socavar el movimiento, consciente o inconscientemente, se mantendrían al margen”.
Los espacios no mixtos existen desde hace siglos en las iglesias. También lo son los clubes de caballeros y las sociedades secretas sólo para hombres. La segregación evita las tensiones que pueden surgir con los miembros del sexo opuesto, por ejemplo. Agruparnos con quienes compartimos ideas políticas o creencias nos protege de la incertidumbre que implica dudar y abrirse a nuevas ideas. Pero gracias a los avances sociales que han demostrado que podemos entendernos y convivir con los otros, y que por encima de nuestras diferencias nos une una humanidad común, hemos comenzado a tirar muros y construir puentes; o al menos eso es lo que se esperaba de una sociedad “moderna y progresista” hasta ahora.
Espacios seguros en la actualidad
Los espacios seguros han irrumpido con fuerza en los campus universitarios estadounidenses como una forma más de activismo político. Han dejado de ser una opción individual para tornarse en grupos de presión social que distinguen los comportamientos aceptables de lo intolerable, censuran discursos alternativos y funcionan a modo de cámara de eco, impidiendo el debate honesto y la confrontación, que se perciben como peligrosos para la estabilidad emocional del grupo.
Para ingresar en uno de estos colectivos tienes que asumir una serie de premisas que no pueden ser discutidas y, a partir de ahí, adaptarte a las dinámicas grupales obedientemente. En España, durante los últimos años hemos podido presenciar la creación de distintos espacios con diversos fines: tenemos espacios para negros, para feministas y para mujeres gamers (jugadoras de videojuegos) que comparten la necesidad de tomar distancia de los hombres blancos, que son percibidos como opresores en su conjunto, incluyendo a los niños, puesto que en una de las actividades que organizaron las chicas gamers, se llegó a prohibir la entrada a varones menores.
Dentro de este contexto podemos encontrar hasta reuniones para “opresores”, en los que deben deconstruir su “masculinidad tóxica”. Se les proporciona un lavado de cerebro que comienza por inyectarles un terrible sentimiento de culpa infundado. En un grupo de encuentro para aliados feministas de construcción de nuevas masculinidades, los participantes podrían discutir cómo por más que intentan no ser machistas, siguen teniendo esos pensamientos y comportándose tal como les dicta el patriarcado. Un ejemplo de esto sería el grupo de Masculinidades beta, que se describe de la siguiente manera: “El modelo alfa ya no nos sirve. Proponemos un cuestionamiento de la masculinidad y el cambio en los hombres desde el feminismo.”
En este tipo de espacios se permite la entrada a mujeres porque ellas no suponen ningún peligro. Una aseveración bastante machista por cierto, puesto que las mujeres no somos seres de luz, objeto de proyecciones infantiles, somos tan capaces de hacer el mal como cualquier hombre. Pero al entender la violencia como algo estructural, que los actos delictivos de mujeres son casos excepcionales en los que ellas imitan actitudes opresivas y que toda violencia proviene de la estructura de poder patriarcal, el individuo deja de ser responsable de sus actos para que lo sea el colectivo. Si logramos que caiga el patriarcado se acaba la violencia y se instaura el mundo feliz, ideas propias de una secta religiosa en la que ser hombre es el pecado original y el patriarcado es el demonio a combatir. Los individuos son inocentes mientras se dejen guiar por el iluminado de turno hacia la tierra prometida.
Segregación es retroceso
El slogan del feminismo hegemónico “no quiero ser valiente, quiero ser libre” es una contradicción en si mismo. No hay libertad sin valentía y por más avanzada que sea una sociedad nunca estará exenta de peligros. Buscar la seguridad total mediante protección institucional nos despojaría de toda autonomía, volviéndonos totalmente dependientes de un Estado totalitario. El verdadero activismo exige que te la juegues y paradójicamente, estos nuevos activistas que abogan por espacios no mixtos en pro de la “seguridad” de los miebros de sus colectivos están revirtiendo los avances de sus predecesores.
“Mientras el espíritu se halle esclavizado, el cuerpo no podrá ser nunca libre. La libertad psicológica, un firme sentido de la autoestima, es el arma más poderosa contra la larga noche de la esclavitud física. Ninguna proclama de emancipación lincolniana o carta de derechos civiles johnsoniana puede aportar totalmente este tipo de libertad. El negro será libre cuando alcance las profundidades de su ser y firme con la pluma y la tinta de su humanidad afirmada su propia declaración de emancipación.” Martin Luther King
Recordemos que movimientos por los derechos civiles como los que tuvieron lugar entre 1955 y 1968 para acabar con la segregación racial, luchaban contra cualquier tipo de discriminación. Rosa Parks tuvo la valentía de no ceder su asiento a un hombre blanco en un autobús público por lo que fue arrestada, convirtiéndose con este acto en un símbolo inspirador, que desencadenó en una serie de protestas que no se detuvieron hasta lograr la abolición de la ley de segregación entre afroamericanos y blancos. Este tipo de actos nacidos del coraje, son los que transforman y hacen evolucionar las sociedades hacia modelos más abiertos, justos, libres e inclusivos y no el activismo de sofá, lloriqueo en redes sociales y espacios seguros.
Que haya mujeres árabes que están siendo encarceladas por rebelarse contra el uso obligatorio del velo islámico, y que nosotras en España, que es uno de los países más seguros del mundo para las mujeres, en el que gozamos de igualdad de derechos, pidamos espacios seguros y queramos ser tratadas como muñecas de porcelana, es ridículo. Estamos perdiendo la capacidad de lucha y resiliencia hasta el punto que a la mujer fuerte se la persigue por no doblegarse ante el discurso dominante del feminismo victimista. Tratando de combatir el machismo residual exagerándolo hasta el absurdo, alimentan y fortalecen aquello contra lo que luchan, llegando a proyectar en la sociedad una imagen de la mujer propia de las sociedades más machistas, como si de un ser débil y desvalido se tratase. No sería descabellado pensar que el feminismo hegemónico es cada vez más machista y que los espacios seguros son síntoma de este intento por relegar a la mujer a la categoría de menor de edad para, bajo el pretexto de querer protegerla, se la siga parasitando para satisfacer diversos intereses que poco tienen que ver con atender las necesidades de las mujeres.
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