Juan R. Rallo expone y reivindica la genialidad que Henry Hazlitt fue capaz de exponer en su imprescindible ensayo, "La economía en una lección".
Artículo de Mises.org:
Decía Revel, en una ya antológica frase, que la mentira es la primera de las fuerzas que mueven el mundo. No obstante, sin voluntad expresa de corregir al maestro francés, sí me gustaría matizar esa afirmación; ya que no está en la propia falsedad la capacidad endógena capaz de mover el globo, sino en la potentísima voluntad de sus beneficiarios por perpetuarla.
Aunque en todas las ciencias encontremos flagrantes ejemplos de manipulación absoluta, es probablemente en la economía, por la enorme cantidad de intereses creados, donde las mentiras, o las medias verdades, han arraigado con mayor decisión, hasta el punto de evolucionar hacia la categoría de dogmas.
La gran mayoría de los burócratas comunistas y socialistas, tras la caída del muro y el desmantelamiento soviético, ante la imposibilidad, sobre todo en aquel entonces, de mostrar a Occidente los “provechos” del sistema, lejos de resignarse a la victoria del liberalismo y de la economía del mercado (lo cual significaba perder todas sus prebendas) pasaron a engrosar las listas del ya poderoso movimiento keynesiano, dentro del cual podían seguir articulando –bajo la teórica premisa irrenunciable del capitalismo- los mecanismos necesarios para regular el mercado, adulterar los precios, levantar barreras a la creación de empleo, atacar el ahorro, favorecer a los grupos de presión (también llamados sindicatos), mantener o acrecentar los aranceles, subir los impuestos, aumentar los salarios por decreto, reflotar industrias en bancarrota y, sobre todo, crear redes clientelares (ya sea con los funcionarios o con los receptores de subvenciones públicas). El fin último de todo ello, no varía del objetivo de los antiguos “camaradas” comunistas: el Estado al servicio de los intereses personales.
Evidentemente, si el poder se concentra en un punto (Estado) es mucho más sencillo de manejar y controlar que si se reparte entre los ciudadanos (sociedad). Por ello, no debemos extrañarnos, de que todas aquellas personas cuyo modus vivendi esté basado en el usufructo estatal, repudien y ataquen los enunciados liberales; al fin y al cabo, suponen la destrucción de su hábitat y de su posición ventajosa. El auténtico problema surge cuando los propios ciudadanos aceptan mantener está situación por considerarla la única económicamente viable y también, lo que es peor, la única moralmente aceptable.
La acumulación de tonterías económicas, mezcladas con ciertas dosis de demagogia populista, ha convertido un alijo esperpéntico de teorías absurdas y banales en un informe pedrusco filosofal arrojadizo. El liberalismo, para denostarlo, pasó a llamarse capitalismo, pero por si fuera poco, se le añadió el calificativo de salvaje; incluso, últimamente, se le llama thatcherismo, como si la doctrina liberal hubiera nacido recientemente de los desvaríos de una persona, con lo que el ataque ad hominem –¿recuerdan la extendida calumnia de su adicción al alcohol?- para desprestigiar el valor de la libertad, se convierte en una realidad.
Pero si todo este embrollo se ha podido realizar, hasta el extremo de que seamos los liberales los estigmatizados, ha sido por la superficialidad de los argumentos de los burócratas (nadie se preocupaba en contradecirlos debido a su clara estupidez) y por la facilidad de aprender sus reiteradas frasecillas (quien no ha oído aquello de: “Los pobres más pobres y los ricos más ricos”). Por ello, cuando se ha producido el triunfo de la mentira sobre la razón, es preciso que los verdaderos economistas –los que buscan el bien común y no dependen de las “bondades” de ningún poder fáctico- recompongan el cuadro de la truncada lógica popular. Henry Hazlitt acomete parte de esta fundamental tarea en un libro de lectura básica para todo liberal: “La Economía en una lección”, ampliación del ensayo de Bastiat “Lo que se ve y lo que no se ve”.
Aunque me arriesgue a un exceso de simplificación de este faraónico ensayo, podríamos resumir la tesis de Hazlitt en que las falacias y los errores económicos provienen de fijar nuestra atención en los efectos que una medida económica tiene a corto plazo y sobre un reducido sector.
Pongamos el ejemplo de una empresa con dos mil empleos que, por diversas razones, tiene que cerrar. Los economistas orgánicos (aquellos que velan por sus intereses o por los de una burocracia generosa) nos dirán con toda seguridad que el Estado no puede permitir el cierre de esa industria porque 2000 trabajadores acabarán en la calle, y que además, como consecuencia de la reducción de renta de esas 2000 personas, un número incalculable de comerciantes que dependían del consumo de éstos tal vez tenga que cerrar. Sin embargo, los economistas clásicos, y concretamente Hazlitt, nos dirán que si el Estado reflota esa industria insolvente, lo hará con dinero procedente de los impuestos de todos los ciudadanos y, por tanto, será un dinero que no gastarán en los miles de comercios de todo el país, esto es, los empresarios verán reducidos sus beneficios (con todo lo que ello entraña: menos empleo, menor inversión privada, más inseguridad laboral…). Además, hay que añadir la incertidumbre de esa oxigenación estatal, ya que con toda seguridad, sólo se estará prorrogando el cierre de la empresa durante un tiempo, en el que ésta retendrá unos factores de producción que hubieren podido ser utilizados de una manera más eficiente.
Pero este es únicamente un pequeño botón de toda la gran muestra que nos expone Hazlitt, desde el salario mínimo, pasando por la fijación de precios, hasta el ataque contra el ahorro, son tratados con absoluto sentido común e independencia. De esta manera, los sofismas económicos, sostenidos efusivamente por muchos economistas, son refutados con sólidas argumentaciones que ponen de manifiesto la mediocridad de sus defensores. Además, es de agradecer la claridad y esquema lectivo que utiliza el autor, quien evita, en todo momento, caer en la trampa de los tecnicismos y de acotar el perfil de sus lectores.
Sin ningún tipo de dudas, “La Economía en una lección” debe ser uno de los libros de cabecera de todos los liberales, uno de esos volúmenes esenciales que tanto sirven para iniciarse en la defensa del libre mercado como para asentar y madurar las explicaciones de los más peritos.
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