martes, 29 de enero de 2019

Violencia de género: sí, hay debate (y menos mal)

Francisco Nunes expone el debate (aunque algunos pretendan censurarlo o eliminarlo) sobre la violencia de género. 

Artículo de Disidentia: 
El 2 de diciembre de 2018 fue un día histórico. Tras casi 40 años de socialismo, la derecha (si es que la podemos llamar así) superó en votos al PSOE en Andalucía y, semanas más tarde, lo echó de la Junta. Sin embargo, aunque hablemos de un supuesto “bloque” de derechas, cuyos partidos forman parte (supuestamente) del mismo espectro político, no significa que no haya discrepancias entre ellos.
La principal condición de VOX para apoyar el pacto entre PP y Cs fue la derogación de la Ley Andaluza contra la Violencia de Género, lo cual no todos los partidos se tomaron de la misma manera. El PP se mostró abierto al debate y contrario a cualquier cordón sanitario. Cs se mostró tajantemente a favor de la Ley, a pesar de haber luchado contra la Ley Contra la Violencia de Género española hace tres años. Y, tanto Podemos como PSOE se llevaron las manos a la cabeza, haciéndose los sorprendidos al ver cómo VOX y PP criticaban al feminismo radical que hemos visto en los últimos años. Entre todas las declaraciones de los representantes del bloque de izquierdas me llamó la atención la que hizo la vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo. Según la también Ministra de Igualdad, “Existe una violencia y desprecio específicos contra las mujeres y niñas, se llama machismo y patriarcado en todo el mundo (…) Esto no tiene debate…”. Por favor, estimado lector, centre por un momento su atención en la frase “Esto no tiene debate”. Cuando alguien se resiste a hablar de ideas y silencia a la oposición, ¿qué tipo de mensaje nos da, si no es de cobardía?
La vicepresidenta, autora de frases como “el dinero público no es de nadie” o “hay que creer a las mujeres siempre”, nos está demostrando la debilidad de sus argumentos al negarse a debatir abiertamente sobre el feminismo, la llamada violencia de género y sus consecuencias legales. Es paradójico, ya que, según una encuesta de El Mundo (un periódico sin sospechas de ultraderechismo), la mitad de los votantes del PSOE cree que la Ley de Violencia de Género no ayuda a perseguir el maltrato. Sin embargo, el poder es muchas veces arrogante y la señora Calvo, que ya ha llevado, junto a Sánchez, una reforma de la constitución que quebranta la igualdad ante la ley, contenida en el artículo 14 de la misma (sí, una reforma de la constitución inconstitucional), no parece interesada en la realidad sino en hacer realidad sus dogmas y los de un grupo de personas cada vez más fanáticas.
Como decía antes, hay una contienda clara, para disgusto de la Vicepresidenta, entre posturas enfrentadas. Por un lado tenemos a quienes culpan de todos los males sufridos por las mujeres al machismo, sin aportar evidencia empírica para demostrar sus afirmaciones. Por otro lado, existen estudios que refutan el extremismo de este grupo al que pertenece la señora Calvo. Estas investigaciones demuestran, por ejemplo, cómo la diferencia de salarios entre hombres y mujeres se debe principalmente al tiempo dedicado a los hijos y a las decisiones libres de unos y otros (Bolotnyy, Emanuel, 2018) o cómo en los países con más igualdad de género, menos mujeres cursan carreras como ingeniería o informática, contradiciendo esa retórica tan actual que confunde igualdad de oportunidades con igualdad de resultados.
También me gustaría centrar la atención sobre la creencia de que la causa de los asesinatos a mujeres es el machismo. Un acto así, siempre infame, puede tener diferentes motivos; pasionales, económicos, etc. ¿De dónde sale la, para muchos, certeza, de que a las mujeres las matan por ser mujeres? Entonces, los hombres asesinados, ¿Mueren por ser hombres? ¿Ese es todo el análisis que necesitamos? Utilizar las muertes, sean de quienes sean, para poner en el ojo mediático a un movimiento político (que es en lo que el feminismo se ha convertido de la mano de los extremistas) es una absoluta falta de respeto, primero a las víctimas y luego a todos los demás.
Por fortuna, las estrategias oportunistas de este tipo de políticos están empezando a recibir una respuesta apropiada de la sociedad. También muchos políticos, de distintos partidos, empiezan a denunciar la insoportable situación causada por el extremismo feminista, y cuestionan incluso ese dogma que tan interiorizado está en nuestra sociedad que establece el género como causa de los asesinatos a las mujeres. Es importante que cada vez menos gente crea en estas ideas, pues es la sociedad dogmática la que permite a los políticos aprobar leyes basadas en los mismos dogmas, en tomar soluciones radicales a problemas imaginarios y, por tanto, será la sociedad informada la que desafíe mediante el debate esta infame involución.
Aun con todo, la “lucha” sigue, y el daño, aunque pueda arreglarse con el tiempo, está hecho. Se ha impuesto no sólo en nuestras leyes sino en nuestra sociedad la presunción de culpabilidad para el hombre por ser hombre, y en gran medida, la presunción de veracidad para la mujer por ser mujer. Olvidan que la responsabilidad de un delito o conducta es individual, nunca colectiva, pues a diferencia de lo que dijo nuestra Vicepresidenta hace unos días, el colectivo no lo es todo, sino la suma de individuos con características comunes.
Como es evidente, sufrimos un grave problema y es que se está poniendo en cuestión no ya la presunción de inocencia o el individualismo positivo -principios por los que tanto se ha luchado-, ¡sino la cordura misma! Ésta parece no ser suficientemente valorada ni por fríos políticos ni por sus fanáticos seguidores, y me pregunto en qué acabará esta disyuntiva, esta especie de “guerra cultural” en la que, para muchos, sólo se ven buenos y malos, en la que se sigue la máxima “conmigo o contra mí”. En efecto, la pérdida del sentido de pertenencia a un grupo puede resultar horrorosa, pero mucho más terrible es la muerte del pensamiento crítico y de la responsabilidad individual, que hacen que nuestro mundo, aun con sus sombras, sea hoy más claro que nunca.

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