Elentir muestra el enésimo ejemplo de la intolerancia y violencia propiciada por los que se autodefinen demócratas y acusan al resto de fascistas.
Es el día a día (no importa el partido de enfrente, aunque en estos días sea Vox) ante cualquiera que no comparta sus ideas y la responsabilidad política en que ocurra esto.
Artículo de Contando Estrelas:
Esta mañana, en Zaragoza, miembros de un partido legal y democrático tenían montada una carpa informativa para explicar sus propuestas a los vecinos de esa ciudad. No han podido hacerlo.
Antes bastaba con llamar a alguien ‘bruja’, hoy la palabra clave es ‘fascista’
Según se ha anunciado esta misma tarde, unos salvajes han llegado, han destrozado la carpa y han atacado a pedradas a los miembros de ese partido, hiriendo a uno de ellos. En España no cuesta mucho adivinar el signo de unos y otros cuando ocurren cosas como ésta, ya que los agresores casi siempre son los mismos: extremistas de izquierda y separatistas, unos individuos que se creen que tienen derecho a imponer a los demás sus ideas políticas y a pisotear la libertad de expresión de los que no opinan como ellos. Los agredidos suelen ser esos mismos a los que los agresores llaman “fascistas” aunque los agredidos sean mucho más demócratas que ellos.Precisamente los que apestan a fascismo son aquellos que creen que basta con señalar a alguien como “fascista” -como hace siglos bastaba con señalar a una mujer como “bruja”- para que amenazarle, agredirle e incluso cosas peores estén del todo justificadas.
Llaman ‘fascistas’ a demócratas mientras se juntan con golpistas y fans de dictaduras
Sería injusto decir que la escalada de violencia izquierdista y separatista en España es responsabilidad exclusiva de los fanáticos que cometen esas agresiones. Esos fanáticos han llegado a pensar así después de un proceso de lavado de cerebro que tiene muchos responsables, empezando por los medios de comunicación que tachan de “extrema derecha” a cualquier partido democrático simplemente porque sus postulados no se identifican con los del pensamiento único que impone la izquierda. Pero por encima de esos medios de comunicación hay unos responsables aún mayores. Tenemos políticos que no tienen reparos en dictar que un partido democrático sea tratado como un apestado, simplemente porque su programa político no es de su agrado. Curiosamente, esos mismos políticos no ven inconveniente en juntarse y negociar con quienes apoyan a dictaduras como Irán y Venezuela, o con quienes han secundado el golpe separatista en Cataluña, y ni siquiera le hacen ascos a llegar al poder con los votos de quienes aún hoy consideran que el terrorismo de ETA fue necesario y justificado. Es repugnante que políticos así se atrevan a dar lecciones de democracia, mientras van de la mano de quienes no respetan la nuestra.
Un giro habitual: un antiguo acosado acaba uniéndose a los acosadores
En política ocurre un fenómeno muy parecido a lo que se da, lamentablemente, en muchos colegios. No es infrecuente que un grupo de matones se dedique a acosar a un compañero de clase, haciéndole la vida imposible y convirtiendo su infancia en un siniestro recuerdo para el mañana. A veces, los acosadores eligen a otro desdichado y el antes acosado se une al ataque contra la nueva víctima, para así sentirse integrado en el grupo. La propia tolerancia que existe a menudo hacia el acoso propicia ese curioso y triste giro de los acontecimientos. Es algo de lo que muchos, por desgracia, hemos sido testigos, y no sólo en el ámbito escolar. En la política también se dan esos giros: políticos y partidos antes estigmatizados, hoy decretan cordones sanitarios para convertir a otros en víctimas. Creen, en serio, que esto les servirá para dejar de ser el blanco del odio y de los desprecios de quienes antes les acosaban a ellos. En realidad, lo único que consiguen es convertirse en cómplices del acoso. Una complicidad que es especialmente grave, pues si algo se espera del que ha sufrido algo así es un poco de empatía hacia otros que también lo sufren. Pero está claro que algunos son capaces de vender su alma a cambio de ser tratados un poco mejor por medios y políticos que llevan muchos años imponiendo cordones sanitarios.
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