lunes, 14 de enero de 2019

La ofensiva del feminismo en el cine

Carlos Barrio analiza la ofensiva del feminismo en el cine. 

Artículo de Disidentia: 
El marxismo siempre vio en el cine un instrumento propagandístico de primer nivel. Ya en 1917 Lenin declaraba que se trataba de la forma artística más importante para el triunfo de las ideas comunistas que habían inspirado la célebre revolución de octubre de aquel año. En un país profundamente atrasado y que se encontraba dividido en una multitud de etnias, que hablaban multitud de idiomas, el cine se podía convertir en el idioma universal que trasmitiera un verdadero catecismo revolucionario. En agosto de 1919, se nacionalizaba la industria cinematográfica y la esposa de Lenin, Nadezhda Krupskaya, se encargaba personalmente de crear una escuela de cine en Moscú, que formara a los futuros cineastas del régimen el arte de la propaganda y la agitación política.
No sólo el marxismo soviético centró su interés en el control de la producción cinematográfica, también el denominado marxismo cultural centró su atención en el estudio del cine de Hollywood como instrumento de difusión de la cultura capitalista. Más recientemente el llamado feminismo corporativo ha convertido el control sobre los contenidos audiovisuales en su nueva batalla ideológica. Principalmente en los Estados Unidos donde la aceptación acrítica de los valores asociados al feminismo corporativo se ha convertido en una especie de nuevo Código Hays, una nueva forma de autocensura donde el sistema de estudios produce películas que buscan trasladar a la sociedad las ideas relativas a la lucha de géneros. Para empezar, afirmando que el cine producido mayoritariamente por el star system hollywoodiense es claramente machista, al infra representar a la mujer en la industria.
Según el Hollywood diversity report, auspiciado por un observatorio de estudios de género de la Universidad de California, en el periodo comprendido entre 2009 y 2013 sólo 22 películas de un total de 466, todas ellas producidas por grandes estudios, fueron dirigidas por mujeres. Los autores de este estudio, Darnell Hunt y Anna-Christina Ramon, señalan que, en ninguno de los grandes estudios, con la salvedad de Disney, se ha superado el 5% de películas dirigidas por mujeres. Cifras similares se aportan también para denunciar la infrarrepresentación de guionistas. Incluso cuando se habla de actrices se enfatiza que se trata de actrices blancas que refuerzan los estereotipos de género asociados al rol tradicional de la mujer dependiente del varón.
El auge de estudios como el anteriormente mencionado han llevado a los grandes estudios a invertir importantes sumas de dinero para complacer los deseos del lobby feminista con producciones que cuestionan la visión de género tradicional como Ladybird. Incluso el testosterónico cine de superheróes se ha hecho feminista con producciones como Wonder Woman. Festivales de cine como Cannes, Berlin, San Sebastián o Seminci establecen ya cuotas en sus respectivas secciones oficiales donde se reserva al menos un 55% a producciones dirigidas por mujeres, con independencia de su valía artística. La psicosis relativa al acoso sexual en el mundo del cine ha llevado a que se desate una nueva caza de brujas dentro de la propia industria del cine que ha cristalizado en campañas como la insidiosa Me too, donde al final hasta su propia promotora, Asia Argento, ha acabado siendo devorada por el propio monstruo que ella contribuyó a crear.
Tampoco la crítica de cine ha salido indemne de esta nueva censora, donde la mirada de género se impone y conlleva una revisión crítica de nuestro pasado cinematográfico. Curiosamente la crítica feminista ha pasado de ignorar el cine de masas, por considerarlo irremediablemente machista, a intentar reescribir la historia del cine en un sentido feminista radical. En 1973 la crítica de cine Claire Johnston, en un escrito llamado El cine de mujeres como contra cine, argumentaba que las mujeres habían sido tradicionalmente objeto de estereotipación de género en el séptimo arte. Fundamentalmente en géneros como el melodrama o el cine negro. Para Johnston sólo el cine avant garde y el cine independiente no narrativo habían realmente contribuido a la destrucción de estos estereotipos de género, con trabajos de colectivos feministas como el británico The London women’s film group. El cine narrativo era visto por Johnston fundamentalmente como un cine enfocado al deleite de los hombres, ejemplificado en el cine de Alfred Hitchcock fundamentalmente, donde la mujer tenía un papel meramente secundario.
Sin embargo, es a principios de los 80 cuando el feminismo comienza a mostrar un decidido interés en el cine más comercial apostando por una mirada menos masculina en el espectador. El enfoque psicoanalítico, que privilegiaba una mirada fundamentalmente masculina del cine, es remplazado por una visión ideológica del mismo, heredera del pensamiento de Gramsci y en general de la Escuela de Frankfurt, en la que el cine es un medio de comunicación de masas capaz de generar consensos sociales sobre lo que es y no es aceptable. En medio de este clima intelectual, auspiciado desde los departamentos universitarios de estudios de género, comienzan a promocionarse, primero en los ambientes académicos y posteriormente en el circuito de festivales de cine, a directoras que privilegian una mirada de género, como pueden ser la británica Sally Potter o la neozelandesa Jane Champion. Por otra parte, se realiza una mirada de género sobre el cine, anteriormente considerado machista, como el cine negro o de acción, para pasar a ver en los síntomas inexorables de una sociedad, la capitalista, donde la masculinidad clásica estaría en crisis,
Como en otros campos vinculados al feminismo académico, por ejemplo, en la antropología feminista, se comienza la búsqueda de la edad de oro de la feminidad en el cine, que se quiere encontrar en el cine mudo. Frente a la Femme fatal del cine negro, estereotipo machista por antonomasia, la mujer liberada, la Flapper del cine mudo, tipo Clara Bow, se convierte en la heroína feminista del cine. Se rescata a las mujeres pioneras en el arte de la dirección, Alice Guy Blanchet, Dorothy Arzner o Muriel Box comienzan a ser redescubiertas y a ser objeto de atención de multitud de cine-forum feministas y de festivales de cine. Incluso, traidoras de género según la visión clásica del feminismo de los 60, como la reina de la serie B y pionera del cine indie americano, Ida Lupino, pasan a convertirse en feministas avant la lettre. Directores de cine defenestrados tradicionalmente por ese primer feminismo cultural que mencionábamos antes, por ejemplo, Alfred Hitcchcock o John Ford, pasan a ser considerados directores feministas, al detectarse elementos feministas en películas como Marnie la ladrona (1964) de Hitchcock o en La pasión de los fuertes (1946) de John Ford.
Con una clima mediático y cultural más favorable poco a poco el cine de inspiración feminista ha ido calando, incluso en el sistema de grandes estudios, con Thelma y Louisse (1991) del cineasta Ridlet Scott como primer gran hito de masas. En la actualidad en cualquier festival de cine o gala de entrega de premios, tipo Globos de Oro, Oscars o Premios Goya, el discurso victimista y reduccionista del feminismo es omnipresente.
Estamos llegando a un punto en que la tensión dialéctica que siempre existe entre arte e ideología se está decantando del lado de esta última. Tampoco se libran las series de televisión, hoy en día tan en boga, con multitud de guiones, como Modern Family o la última versión televisiva de la serie clásica Star Trek, moldeados a imagen y semejanza de lo políticamente correcto según los dictados del lobby feminista. Sería deseable que el cine volviera a ser lo que fue en sus inicios, una fábrica de sueños, y menos una permanente reivindicación de una distopía donde parece que sobra al menos la mitad de la población.

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