Carlos Rodríguez Braun analiza el éxito de Thomas Piketty, que se rige bajo el patrón ideológico de habitual, totalmente contrario a la libertad, y que agrupa "los fantasmas del pensamiento único" y un conjunto sin fin de dislates, por otra parte, cada vez más escuchados.
Artículo de El Cultural:
Foto: Sergio González
El éxito del economista francés Thomas Piketty se explica por la orfandad argumental de la izquierda que, tras la caída del Muro de Berlín y las grietas que la fiscalidad provoca en la legitimidad del Estado de bienestar, está buscando alguna razón para, como siempre, despotricar contra el capitalismo. Lo intentaron con la globalización, gracias a los esfuerzos de Stiglitz y otros, pero el razonamiento era tan absurdo que convenía abrir nuevas causas, siempre con el mismo patrón ideológico: hay una terrible catástrofe inminente causada por la libertad, y que sólo puede resolverse recortándola.
Una gran causa es el cambio climático, antes llamado calentamiento de la Tierra, que modificó su nombre cuando se vio que la Tierra ya no se calentaba. Otra es, como siempre, la crisis económica. Y otra causa genial es la desigualdad, es decir, que tenemos que estar preocupados porque Amancio Ortega es cada vez más rico que nosotros, y tenemos que celebrar que el Estado le suba aún más los impuestos: total, a nosotros no nos va ni nos viene. De ahí la importancia de Piketty como emblema: pretendió convencernos de esa patraña en su famoso libro El capital en el siglo XXI, más pródigo en páginas y en arrogancia que en teorías sólidas (lo reseñamos aquí el año pasado).
Y ahora nos encontramos con el mismo autor en su faceta de divulgador, en un libro que agrupa los fantasmas del pensamiento único. El autor dice seriamente que Europa debe "retomar el control de un capitalismo mundializado y enloquecido" y dejar de ser "un instrumento tecnocrático de la desregulación, de la competencia generalizada y de la sumisión de los Estados a los mercados". Nunca los Estados han sido más grandes, nunca el control de los mercados ha sido mayor, pero Piketty y otros sabios insisten en que prácticamente los Estados han desaparecido, sumisos ante la libertad. Y este señor presume de razonar con datos estadísticos, no con cápsulas ideológicas.
Hablando de ideología, don Thomas, tiene la solución para todos los problemas. Es (¿no lo adivina usted?) subir los impuestos, porque, dice, "un buen impuesto es aquel que otorga al poder público los medios necesarios para financiar los gastos colectivos". Y ya está, no se le vaya a ocurrir a usted plantear alguna objeción ante un argumento que pulveriza la noción de los límites del poder. Por supuesto, Piketty rechaza las herencias, como la propiedad privada, y le parece "lamentable" que el tipo marginal del IRPF haya bajado del 80%. Quiere impuestos a las transacciones, a los bancos, quiere eurobonos, un impuesto europeo del 10% sobre los beneficios de las empresas...y al final ya propone un impuesto tan antiguo como injusto: la inflación. Eso sí, está convencido de que pedir menos impuestos es "demagogia".
A usted igual todo este dislate le da risa. Pero en realidad no tiene mucha gracia, porque, mientras alude a la complicidad de Milton Friedman con gobiernos no respetuosos de la libertad, Thomas Piketty prueba con sus recomendaciones y análisis que efectivamente la libertad es única, y uno no puede defender la expansión ilimitada del Estado en la economía sin abogar por el recorte de las libertades individuales.
Así, mientras abomina del patrimonio, dice que los ricos no son emprendedores, y no presenta la menor noción sobre la creación de la riqueza, termina coqueteando con el proteccionismo comercial y sugiriendo la censura al sospechar de los medios de comunicación privados por eso mismo, porque son privados: "¿Qué significa ser libre cuando se está en manos de un accionista, más aún de un accionista con poder?". Obsérvese la retórica que, naturalmente, no aplica cuando el "accionista" es el Estado.
No aboga por volver al comunismo: no es tonto. Pero todo apunta en su misma dirección, incluso la osadía que despliega cuando declara saber qué papel tiene que cumplir el mercado en toda la sociedad. ¿En la enseñanza? Muy poco, evidentemente. ¿En los cosméticos? Bueno, ahí podemos dejar un poquito más de libertad. ¿En la cultura y los medios de comunicación? "Están en una situación intermedia". En serio. Es que, claro, si la prensa no es de izquierdas, entonces no es "independiente". En serio. Y hay que regularlo todo, hasta las empresas privadas que hacen encuestas. En serio.
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