Juan Pina hace una crítica al colectivismo y estatismo de las distintas formaciones, yendo más allá de la dicotomía "vacía y manida" de ideas de izquierda y derecha, centrándose en este caso en los conservadores bajo el prisma en que ya lo hiciera Friedrich von Hayek.
Artículo de Voz Pópuli:
Es muy conocida la frase con la que comienza Camino de servidumbre, la obra maestra del Nobel de Economía Friedrich von Hayek. El autor lo dedica “a los socialistas de todos los partidos”. En las décadas que han transcurrido desde 1944, cuando se publicó el libro, la historia no ha hecho más que confirmar tozudamente la intuición del economista austriaco. Le tocó vivir la conflagración entre dos totalitarismos oficialmente opuestos entre sí, pero en la práctica casi idénticos. Lo que Hayek o Ludwig von Mises supieron ver era, en realidad, muy simple: que todas las formas de colectivización forzosa y centralización de los planes económicos son en realidad muy similares y conducen a la tiranía. Yo suelo utilizar “colectivismo” más que “socialismo” al explicar estas cosas porque la gente no suele entender que llame “socialista” al PP, o a los democristianos alemanes, o a los tories británicos, o a los fascistas. Para retener su atención y evitar que cierren los oídos y me tomen por extremista, no tengo más remedio que renunciar, al menos inicialmente, a calificar de socialistas a personajes como Mariano Rajoy o Albert Rivera o incluso Santiago Abascal, aunque eso es justamente lo que son y ni siquiera se dan cuenta.
En realidad, el mundo de las ideas políticas no se divide en izquierda y derecha, dos términos tan manidos como vacíos de contenido práctico, sino en estatistas (es decir, colectivizadores de la sociedad, de la cultura y de la economía) e individualistas. El noventa por ciento, y me quedo corto, de los políticos actuales son estatistas, son colectivistas en diverso grado, es decir, son, en palabras de Hayek, socialistas. A los socialistas de izquierdas los conocemos bien, sabemos cuál es su plan de control social absoluto, así que no hace falta explayarse demasiado sobre ellos. Va siendo hora, en cambio, de desenmascarar y señalar el socialismo situado a la derecha del centro —en ese absurdo dial unidimensional que se nos sigue haciendo tragar como único sistema de plasmación espacial de las ideas políticas—. Es necesario hacerlo porque los socialistas de derechas han convencido a mucha gente de que son liberales. Y no, no son liberales ni mucho menos liberal-libertarios. Son conservadores, o neocon, y por lo tanto promueven una forma más de colectivismo o de socialismo, como queramos llamarlo.
Ya oigo las voces acusándome de repartir carnés, pero lejos de mí semejante crimen nefando: dejaré que lo haga Hayek, a quien supongo aceptado por todos como autoridad en la materia. Hace poco porfiaba en Twitter un conocido economista liberal-conservador, mientras pedía tan tranquilo el voto para el PP, que “Hayek apoyó a Thatcher”. Hombre, Hayek apoyó su política económica a falta de algo mejor, pero fue también quien escribió una obra magistral titulada Por qué no soy conservador, libro que deberían leer todos los partidarios del PP (sector Aguirre) y de Vox, y cuantos desde aquí miraron con delectación al impresentable UKIP británico. Todos ellos circunscriben su liberalismo al ámbito económico, e incluso en éste son de una tibieza irritante. A lo mejor si leyeran ese libro de Hayek hablarían con propiedad y dejarían de usar términos como “liberal”, “libertario” o cualquier otro derivado de “Libertad”, ya que, en puridad, el valor superior para ellos no es la Libertad sino el orden, acompañado de un fuerte nacionalismo y de una visión jerárquica, estamental y tradicionalista de las sociedades. Nos dice Hayek:
“Encierra indudables peligros la asociación de los partidarios de la libertad con los conservadores (…) Conviene, pues, trazar una clara línea de separación entre la filosofía que propugno y la que tradicionalmente defienden los conservadores. Califico de liberal mi postura, que difiere en la misma medida del conservadurismo y del socialismo”.
“Lo típico del conservador es conceder siempre el máximo grado de confianza a la autoridad constituida y procurar invariablemente que su poder, lejos de debilitarse, se refuerce. Y en esas circunstancias resulta ciertamente difícil preservar la libertad. El conservador generalmente no se opone a la arbitrariedad ni a la coacción estatales cuando se ejercen en pos de objetivos que él comparte. (…) El conservador, esencialmente oportunista, carece de principios generales y se limita al final a desear que la jefatura de gobierno se encargue a una persona buena y sabia (…). Al conservador, como al socialista, sólo le preocupa quién gobierne, no le preocupa limitar el poder del gobernante. Y, como el marxista, considera natural imponer a los demás sus valoraciones. (…) Los conservadores suelen sumarse a los liberales contra el dirigismo económico (…) pero ello no les impide ser estatistas (…). Muchos políticos conservadores no son inferiores a los socialistas en sus esfuerzos por desacreditar a la libre empresa”.
“El conservador teme a las nuevas ideas porque sabe que carece de pensamiento propio que oponerles. (…) Se encuentra maniatado por los idearios que ha heredado. (…) Lo digo claramente: lo que más me molesta del conservador es su oscurantismo. (…) La predisposición de los conservadores al nacionalismo les lleva con frecuencia a emprender la vía colectivista. (…) Los conservadores han aceptado gran parte del credo colectivista (…) siendo muchas instituciones colectivistas hasta motivo de orgullo para los conservadores. En estas circunstancias, el partido de la libertad no puede menos de sentirse radicalmente opuesto al conservadurismo”.
Leyendo esta radiografía tan certera y tan actual de los conservadores, comprende uno bastantes cosas, bastantes apoyos incomprensibles de algunos maestros del postureo liberal a políticos antiliberales, y bastantes ataques injustificados —supuestamente pragmáticos— a quienes teóricamente representan sus ideas, al menos en economía. Creo que hoy, más que nunca, la batalla de las ideas debe llevar a los liberales y libertarios a combatir con la misma determinación el socialismo de izquierdas y el socialismo de derechas: el odioso conservadurismo que siempre intenta distorsionar la causa de la Libertad y utilizar espuriamente a sus defensores.
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