domingo, 26 de marzo de 2017

Desigualdad y felicidad: réplica a Manuel Hidalgo

Juan R. Rallo responde a las poco sólidas críticas de Manuel Hidalgo a su artículo "La desigualdad no genera felicidad". 

Artículo de su página personal: 
Desigualdad y felicidad: réplica a Manuel Hidalgo
Hace unos días escribí un artículo titulado “La desigualdad no genera infelicidad” en el que básicamente recogía las conclusiones de un reciente estudio de los sociológicos Jonathan Kelley y Mariah Evans. El artículo desató la polémica porque, por un lado, muchas personas interpretaron que era un llamamiento a que los pobres aceptaran su miseria como vía para ser felices (un despropósito de autoayuda que nada tenía que ver con el mensaje del artículo); y, por otro, porque desafía el mensaje central del igualitarismo dominante: que la igualdad económica es un valor positivo para cualquier sociedad avanzada y que, por tanto, todos deberíamos abrazarlo. En realidad, y en términos de felicidad, Kelley y Evans han probado —por supuesto, como todo en ciencia, lo han probado de manera provisional y a falta de que otros análisis posteriores confirman o desmientan sus resultados— que el grado de desigualdad de la renta en una sociedad es irrelevante sobre la felicidad: lo que sí genera infelicidad es la pobreza (recuerden: desigualdad no es pobreza).
La inmensa mayoría de críticas contra el artículo demostraban ni siquiera haberse molestado en leerlo. De los pocos que sí lo leyeron, muchos exhibieron una abierta voluntad de malinterpretarlo y tergiversarlo. Y prácticamente nadie (apenas recuerdo una persona por Twitter) optó por entrar al fondo del asunto analizando la calidad del análisis empírico de Kelley y Evans. Pues bien, tras varios días, parece que el economista Manuel Hidalgo se ha decidido a saltar al ruedo para, con algo más de rigor, intentar defender la doctrina central del igualitarismo acerca de que la igualdad necesariamente ha de importar sobre la felicidad. Y a pesar de que Manuel Hidalgo suele hacer gala de un análisis imparcial e independiente de cualquier paradigma ideológico, lo cierto es que su réplica parece extraordinariamente forzada para empujar a que los datos encajen en sus ideas preconcebidas sobre la importancia de la igualdad en sociedad.
Analicemos los principales aspectos de la réplica de Hidalgo:
  • Estamos ante un paper más dentro de una literatura que, en general, apunta en una dirección contraria a la de este paper: Incorrecto. Hay otros trabajos que apuntan en la misma dirección (por ejemplo, Zagorski 2013) y, sobre todo, éste no es un trabajo más. Es el trabajo con la muestra de individuos y de países más amplia hasta la fecha que, además, controla muy diversas variables que afectan simultáneamente a la felicidad y a la desigualdad. Por tanto no, no es un paper más. Quizá en el futuro lleguen papers mejores; pero hasta el momento es el mejor paper para analizar esta cuestión.
  • El análisis de los autores es impreciso, pues correlacionan un indicador agregado como el Gini con la felicidad subjetiva de los individuos, lo que podría provocar que la mayor felicidad de las rentas altas se compensara con la mayor infelicidad de las rentas bajas en las sociedades más desiguales: Nuevamente incorrecto. Los autores comparan ciudadanos con características individuales similares (también en ingresos individuales) que viven en sociedades con un nivel de renta desigual. Me permito citarlos: “We compare someone living in Israel to an otherwise similar person earning the same income but living in Finland, the two nations having the same GDP per capita but differing sharply in inequality (.36 versus .26)”. Por tanto no, los autores ya controlan los diferenciales en niveles de renta para que el grado de felicidad subjetiva no se vea influida por los mismos.
  • El paper de Evans y Kelley no halla causalidad sino correlación entre desigualdad y felicidad, de modo que ésta correlación podría ser imputable a una tercera variable no incorporada en su modelo: Parcialmente incorrecto. Los autores no encuentran correlación positiva entre desigualdad y felicidad, sino ausencia de correlación. Es decir, más desigualdad no coincide con más felicidad (de hecho, el título de mi artículo es “La desigualdad no genera infelicidad”). Manuel se confunde con el llamativo resultado que se produce entre los países en vías de desarrollo, donde mayor desigualdad sí se correlaciona con mayor felicidad. Y, en este sentido, es verdad que los autores encuentran correlación y no causalidad, pero justamente la encuentran tras especificar un modelo bastante rico donde ya se controlan muy diversas variables que sabemos que influyen simultáneamente sobre desigualdad e infelicidad. Si alguien cree que en los países en vías de desarrollo más desigualdad no causa más felicidad, lo que debería hacer es proponer una explicación verosímil sobre qué variables —no controladas en el modelo— pueden influir sobre la desigualdad y la felicidad. Y, en este sentido, la propuesta que efectúa Manuel es sumamente pobre: a su entender, esta correlación positiva podría venir justificada por la Curva de Kuznets, a saber, por la regularidad empírica de que, durante las primeras etapas de desarrollo de una sociedad, la renta per cápita (que influye positivamente sobre la felicidad) y la desigualdad aumentan simultáneamente. Pero, insisto, este argumento que no sirve: los autores ya están controlando por diferenciales de renta entre individuos; esto es, un individuo que viva en una sociedad más desigual es más feliz que otro individuo con la misma renta que viva en una sociedad más igualitaria (en países emergentes). Me sorprende que Manuel se esté olvidando sistemáticamente de que los autores controlan su correlación por nivel de ingresos individuales.
  • Los autores deberían analizar la correlación entre percepciones subjetivas de desigualdad y felicidad y, en tal caso, las conclusiones son opuestas: Manuel nos dice que Evans y Kelley deberían buscar la correlación existente entre percepciones de desigualdad y felicidad subjetiva. ¿Y cómo sugiere Manuel que los autores efectúen tal correlación? Pues él mismo nos informa de que en la base de datos que manejan Evans y Kelley también se ha preguntado a los individuos por si creen que su sociedad debería ser más o menos igualitaria. Y, vaya por dónde, cuando Manuel desarrolla un análisis probabilístico de estos datos, termina descubriendo que existe una correlación negativa entre “percepciones de igualdad” y felicidad. ¿Dónde reside el error de Manuel? En varias partes. Primero, Manuel equipara percepción de igualdad con personas que consideran que su sociedad necesita más igualdad: esto es una trampa, pues esencialmente nos está diciendo que tu percepción de igualdad sólo es relevante… ¡si opinas que hay demasiada desigualdad! Segundo, Manuel está exigiendo a los autores que midan algo distinto a aquello que quieren (y que es pertinente) medir: Evans y Kelley no buscan medir si las personas que desean una sociedad más igualitaria son más infelices, sino si la mayoría de individuos son más infelices viviendo en sociedades con una mayor dispersión de la renta. Evidentemente, aquellos igualitaristas que crean apasionadamente que su sociedad es insuficientemente igualitaria serán menos felices que aquellos a los que la desigualdad les importe poco porque no la reputan relevante su sociedad (asimismo, imagino que las personas que consideren que su sociedad debe ser mucho más desigualitaria también serán infelices respecto al estado de igualdad de su sociedad). Pero esto no pasa de una mera perogrullada, resultado de sesgar la muestra a aquellos ciudadanos que ya expresan una opinión negativa sobre el nivel de igualdad en su sociedad (lo cual es especialmente tergiversador, dado que la mayoría de la gente suele tener percepciones equivocadas sobre el verdadero nivel de desigualdad). Nadie ha cuestionado que el igualitarista medio sienta desazón por la falta de igualdad en su sociedad —lo contrario sería considerarlo un hipócrita—, sino si en términos generales la mayoría de ciudadanos son más, menos o igual de felices en las sociedades más desiguales.
  • Permítanme replantear este último “hallazgo” de Manuel con otro ejemplo. Imaginemos que quisiéramos medir si el nivel de ingresos influyen sobre la felicidad: en tal caso, buscaríamos qué correlación hay entre ingresos individuos y nivel subjetivo de felicidad. Y, como sabemos (y el propio Manuel reconoce), existe una correlación positiva entre ambas variables. Pero ahora supongamos que tenemos una encuesta donde se pregunta a los individuos si consideran importante que sus ingresos fueran más elevados de lo que ahora mismo son. Muy probablemente, si efectuáramos un análisis probabilístico entre “demandas de mayores ingresos” y felicidad hallaríamos una correlación negativa entre ambas variables. ¿Significa ello que el nivel de ingresos no influye sobre la felicidad? No: significa que las personas que se hallan incómodas con su nivel de ingresos actuales —sea éste alto, bajo o mediano— se sienten frustradas e infelices. No deja de llamarme la atención que Manuel caiga en una confusión tan elemental y que él mismo nos presente su hallazgo como de honda profundidad analítica: “Cuando incluyo una medida de dispersión global de desigualdad, construida con los propios datos de la encuesta, sale una correlación positiva entre desigualdad, medida por esta dispersión agregada y felicidad, exactamente como a Kelly y Evans. Sin embargo, la relación entre percepción individual de desigualdad y felicidad se mantiene negativa. Esto me lleva a pensar que las contradicciones entre percepciones individuales y medidas generales de dispersión vienen motivadas porque necesariamente miden cosas diferentes”. ¡Pues claro que miden cosas diferentes: una cosa es la demanda de mayor igualdad de los sectores más igualitaristas de una sociedad y otra la medición de desigualdad en esa sociedad!
En definitiva, las críticas que efectúa Manuel al paper de Evans y Kelley no son en absoluto sólidas. Evidentemente, este paper no tiene por qué ser definitivo ni proporcionar certezas irrefutables: pero una lectura cuidadosa e imparcial del mismo sí nos lleva a concluir que, la mejor evidencia disponible hasta el momento, nos indica que la desigualdad es una variable no relevante sobre la felicidad. Mucho me temo que Manuel Hidalgo ha intentado acudir al rescate de una idea preconcebida muy extendida (la igualdad importa porque ejerce una poderosa influencia sobre la felicidad) por puro sesgo de confirmación (“cómo puedo retorcer los datos para que encajen en mis ideas preconcebidas”). Sólo así se explica que sus apreciaciones críticas estén repletas de imprecisiones, incorrectas valoraciones, mal entendimiento y, a veces, de mínima crítica para poner en duda aquello que se lee.

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