Miguel Anxo Bastos analiza otro valor básico del capitalismo, también en desuso, la Responsabilidad.
Artículo de Xoán de Lugo:
Pascal Salin, en un libro que no ha tenido la fortuna que a mi entender merece, su magnífico Liberalismo, nos explica que el correlato necesario de la libertad es la responsabilidad, es decir, que no podemos pretender vivir en una sociedad libre si no somos responsables de nuestras actuaciones. En la misma línea, Bertrand de Jouvenel en sus dos mejores libros, El poder y La soberanía, incide en las raíces aristocráticas de la libertad señalando que esta clase social dio origen al moderno concepto de libertad precisamente porque fue capaz de crear un tipo humano responsable de sus actos. El aristócrata de Jouvenel es un ser que aún equivocándose es responsable de sus errores y no pretende que otro pague por ellos, pues, como ser libre y consciente, no puede sino admitir que de él y sólo de él pueden derivar las consecuencias de sus actos. En la misma línea, autores como Erik von Kuehnelt-Leddihn en Libertad e Igualdad o Ángel López-Amo en su casi desconocida obra Insignis Nobilitas: Ensayo sobre el valor social de la aristocracia, nos ilustran también sobre los valores aristocráticos de deber y responsabilidad como origen del concepto actual de libertad política. Espectáculos como los que recientemente hemos podido observar entre nosotros, en los cuales altos miembros del gobierno, o incluso de la familia real, pretenden esquivar sus responsabilidades culpando a subordinados o a familiares y renegando de su propia responsabilidad, no serían admisibles en la vieja aristocracia y sólo servirían para probar la decadencia de ésta como clase y por ende del concepto de libertad tal y como era entendido hasta el día de hoy.
El lector se podría preguntar a estas alturas del texto qué tiene que ver la libertad, en especial la libertad económica, con los valores aristocráticos, aparentemente antagónicos de todo lo que entendemos por una sociedad libre. Aristocracia se identifica normalmente con regímenes feudales y estamentales en los que una clase de nobles de nacimiento detenta el poder de forma despótica oprimiendo a quienes no tuvieron la suerte de nacer nobles e impidiendo por la fuerza el desarrollo de sus capacidades. Todo esto es cierto, pero también lo es que sus códigos de clase constituyeron unos de los más eficaces frenos conocidos a la expansión del estado moderno. Sus códigos de deber y responsabilidad implicaban que un noble, por una parte, tenía que hacerse responsable de su vida y hacienda, cuidando incluso de los más desamparados de entre los suyos (nobleza obliga) y, por la otra, no podía culpar a otros de sus desgracias o infortunios, pues suya era la culpa en cualquier caso. Su código ético le impedía eludir su culpa de la misma forma que le permitía patrimonializar sus éxitos en forma de honores o recompensas, y por tanto no consideraba digno reclamar que otro le solucionase el problema. Él, y sólo él, tenía que hacerse responsable. Esto limita mucho el crecimiento potencial del estado pues evita que éste se presente como el encargado de resolver los problemas que el individuo pueda tener. Una persona responsable y con sentido del deber nunca llamará al gobierno en su ayuda en caso de tener problemas, es más, lo verá como algo indigno y rechazará su intervención.
Los gobernantes saben esto y procuran, deliberada o tácitamente, fomentar una cultura de irresponsabilidad que elimine los viejos valores y deje al individuo a merced del estado. El principio de responsabilidad implica que una persona tiene que hacerse responsable de su propia vida y poner los medios para garantizar su propio destino o el de los suyos en caso de necesitarlo. En cambio, los estados modernos buscan la irresponsabilidad de tal forma que la población pase a depender de ellos, desde la cuna a la tumba. Pasa con la educación obligatoria, con las pensiones o con la sanidad, por ejemplo. El moderno ciudadano ya no siente la necesidad de ser responsable de sus actuaciones y confía que, en caso de problemas, otro, el estado, cuidará de él y se los resolverá. El contrapunto de esto es que dependerá para todo de decisiones que otros tomen por él. Otros decidirán por él sobre el contenido de su propia vida o la de sus hijos perdiendo, por tanto, el fundamento último de su libertad.
Esto acontece aún en ámbitos donde supuestamente aún quedan resquicios de libertad, como es en el ámbito de las decisiones financieras que son las que deberían proteger la forma de vida que libremente deseemos llevar. Una persona responsable debe cuidar de sí mismo en todos los ámbitos y, muy en especial, en el ámbito de las finanzas. Recientes sentencias judiciales en este ámbito nos presentan a muchos ciudadanos como seres irresponsables que no saben tomar decisiones y que son fácilmente engañados por bancos e instituciones financieras y que, por tanto, necesitan de un tutor que los defienda y los ampare, y que repare los daños que su conducta irresponsable haya podido cometer. Las consecuencias son que este individuo tan protegido verá regulada en el futuro su conducta a nivel financiero. Es normal, él mismo reconoce que no es capaz de hacerse responsable de sus actos y que no es capaz de tomar sus propias decisiones sin ayuda. Una persona que toma decisiones económicas de calado, como una hipoteca o una inversión cuantiosa, debe precaverse siempre antes de tomarla y hacerlo con la misma diligencia con que, por ejemplo, escoge un contrato de suministro. Observamos, a veces, como personas que estudian al céntimo su tarifa de teléfono móvil firman despreocupadamente contratos por decenas de miles de euros sin revisarlos y luego culpan a agentes extraños de lo que les ha acontecido. La destrucción de la responsabilidad es también una constante en el mundo empresarial. El tópico de privatizar beneficios y socializar pérdidas, tan caro a los contrarios al liberalismo, es, por desgracia, cada vez más frecuente y su queja de que muchas empresarios no se hacen cargo de las pérdidas que ocasionan, externalizándolas al conjunto de la sociedad, es, por desgracia, cierta, dando por consiguiente una imagen del mundo empresarial que parece corroborar la visión del mundo de dichos críticos que identifican libre empresa con falta de responsabilidad. Pero aquí, una vez más, el estado es tan culpable como los empresarios pues establece una situación de riesgo moral que muchos actores desaprensivos aprovechan, sobre todo cuando la empresa es “demasiado grande para quebrar”, y el estado también, presentándose como protector de la sociedad frente a la irresponsabilidad empresarial. El empresario no es capaz de valerse por si mismo, pero menos mal que ahí está el estado para protegernos.
La pérdida de responsabilidad es una constante en cada vez más ámbitos de la vida. Una persona, por ejemplo, tiene aún la posibilidad de escoger el uso de su tiempo, los estudios o la profesión que quiere desempeñar o el tipo de gastos que quiere realizar. Sus decisiones aún son suyas y las consecuencias de las mismas deben seguir siéndolo también. Una persona puede asignar su tiempo como desee, en lo que quizás es una de las decisiones más relevantes de su vida. Diferentes asignaciones del mismo llevarán con probabilidad a resultados muy distintos en el futuro. Si el resultado de esta asignación le lleva a consecuencias satisfactorias o insatisfactorias en el futuro sólo a ella se le podrá achacar y no a extrañas fuerzas exteriores (la sociedad es un recurso muy socorrido) que parecen obligarla a hacer lo que ella aparentemente no deseaba hacer.
Toda está retórica contra la responsabilidad sólo puede ser contrarrestada con la recuperación de los valores morales y éticos que dieron origen a la sociedad capitalista, no a los valores que dicha sociedad capitalista parece favorecer. Daniel Bell escribió hace bastante tiempo un pequeño libro titulado Las contradicciones culturales del capitalismo en el que relata como el capitalismo puede morir de éxito, al generar tanta riqueza que las modernas generaciones olviden que proviene del sacrificio, trabajo y responsabilidad, al no tener experiencia directa del proceso de formación de la misma y dándola por sentada, de tal forma que es vista como algo consustancial a la sociedad y que, por tanto, nunca puede ser consumida. De ahí que muchas personas modernas pretendan disfrutar de los bienes y servicios que el sistema capitalista produce sin tener en cuenta los valores que a éste subyacen.
La responsabilidad es uno de los principales. No permitamos que caiga en el olvido.
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