Artículo de El Confidencial:
Fotografía facilitada por SoftBank Robotics, de una mujer conversando con un robot. (EFE)
“Antes de intentar una cura debemos averiguar en qué consiste la enfermedad.”
Isaac Asimov. Yo, Robot
Parece que en esta ocasión tampoco habrá debate. Desde todos los estamentos de la administración y de los partidos políticos se transmite, con la ayuda de la cámara de resonancia de los medios, la idea de que los robots deben pagar impuestos. El robot es un invento malo, que ha venido a robar el empleo al pobre trabajador; pero en vez de preocuparse por cómo mitigar la segura pérdida de miles, cientos de miles de empleos, nuestros políticos, tanto aquí como en Bruselas, se llevan las manos a la cabeza por algo fundamental para ellos: la pérdida de ingresos para las arcas públicas. “Si un humano deja de trabajar al ser sustituido por un robot, perdemos los impuestos que paga el trabajar y su cotización a la seguridad social (que no es sino un impuesto más, por cierto)”, repiten una y otra vez, cada vez con más insistencia.
Pérdida de ingresos. Esa es la preocupación del burócrata, cuyo magnífico salario depende de esos ingresos públicos que salen de nuestros bolsillos. Es la preocupación del débil, de quien sabe que necesita de esos ingresos para sobrevivir porque en un mercado competitivo tendría posiblemente menores ingresos. Es también la preocupación del populista, pues al fin y al cabo necesita trasladar al trabajador el pensamiento fácil de que solo él, solo ella, podrá salvar al pobre trabajador del terrible progreso tecnológico que, inexorable, le llevará por delante.
Las tres cosas son ciertas, pero la más importante de todas es la tercera. El progreso se lleva (uso el presente del indicativo) por delante miles de empleos. Ya nadie fabrica clavos, lo hacen las máquinas. Ya nadie conduce carros de caballos, ni nadie cría caballos de tiro para los carros. Casi no quedan costureras porque tiramos los calcetines rotos, no hace falta remedarlos como hacían nuestras abuelas. No hay botones en los bancos, ni ascensoristas, ni serenos en las noches de Madrid.
A cambio, hay centros comerciales que nos venden miles de clavos y todos los útiles necesarios para destrozar nosotros mismos esos muebles de nombre impronunciable. Centros comerciales muy especializados que crean miles de puestos de trabajo. Hay conductores de taxis, de VTC, de coches privados que nos llevan de un sitio a otro de forma eficiente y a costes cada vez menores; cerca de 10 millones de personas trabajan en todo el mundo en el sector de la automoción, que aporta alrededor del 10% del PIB de España y supone un 17% de nuestras exportaciones.
De acuerdo con el informe de Caixa Bank sobre “Las nuevas tecnologías y el mercado de trabajo”, todas las profesiones que supongan tareas repetitivas serán las primeras en desaparecer. Piensan Uds. que eso ha sucedido siempre, como ocurrió con la cadena de montaje de Ford, pero no piensan en auditores, contables, abogados, economistas. Un algoritmo los sustituirá a todos y cada uno de ellos, sobreviviendo solo quienes presentan dotes directivas o de creatividad muy superiores a los demás. ¿Qué sentido tiene para una Big Four tener a un economista junior revisando las cuentas en un mundo digital, cuando un algoritmo lee miles de informes por minuto, sin descanso, sin cometer errores, por una fracción del sueldo del primero? ¿Qué interés tiene para un despacho tener a recién licenciados revisando legislación europea cuando un sistema automático lee la información en origen, la destripa y la clasifica en virtud de prioridades que conoce mejor que nosotros mismos? ¿Es necesario que el perito se pase por los talleres para evaluar los daños de un golpe de chapa, cuando el mecánico tiene un Smartphone que trasmite las fotos a un sistema de proceso de imágenes que determina el daño, el valor económico, el tiempo de reparación y el coste?
El burócrata se frota las manos. “Empleo perdido, impuesto que paga el robot; y si son diez empleos, diez veces el impuesto.” Antes incluso de preocuparse de definir el robot, algo terriblemente complejo.
Cuando pensamos en robots, pensamos en R2D2, en C3PO; si acaso en HAL, el malvado computador que tomaba las riendas en 2001, una odisea del espacio. O en Handle, el de Boston Dynamics que mostramos debajo y que algunos ya llaman “Estibator”.
Pero a nadie se le ocurre pensar en el algoritmo de búsqueda de Google; o en el de recomendación de productos de Amazon o Bershka para aumentar las ventas por ticket; o en los sistemas de machine learning de BlackRock que analizan más de 4.000 informes diarios para buscar relaciones con las transcripciones de llamadas a los call center, imágenes por satélite y tweets y así tomar más de 1.000 decisiones de inversión diarias; como tampoco en el coche que nos llevará al trabajo, que se comunicará de camino con el nuestro restaurante favorito para encargarle la comida que pagaremos, sin preocuparnos, a través de la VISA vinculada al coche del mismo modo que la ligamos hoy al teléfono, y que seguirá trabajando para nosotros, día y noche, sin necesidad de conductor, mientras no lo necesitemos. Robots que nos harán la vida más fácil, y que generarán cientos de miles de puestos de trabajo directos e indirectos.
Pero no cabe duda que la transición será complicada. Miles de personas perderán su empleo. Por primera vez en la historia, no solo serán los blue collars los afectados, como siempre ha sido. Miles de trabajadores con alta cualificación profesional serán sustituidos por máquinas. La universidad será una de las principales afectadas, a pesar de su resistencia al cambio, o quizá precisamente por eso. Los Coursera, edX y Mooc en general están cambiando la forma en la que difundimos conocimiento. Mi hija de doce años, si decide seguir su formación más allá de la obligatoria, no conocerá la universidad en la que su hermana de 18 se matriculará el año que viene. Todo habrá cambiado
El cambio será traumático. La velocidad de transición, impresionante.El período de adaptación, casi nulo. Bill Gates coincide con el candidato socialista francés Hamon y pide que los robots paguen impuestos, desincentivando por tanto la inversión en nuevas tecnologías y desviando ese capital hacia aquellos estados que no graven a esos robots (piensen en Irlanda desde la perspectiva del impuesto de sociedades como analogía). Yo coincido más con Elon Musk, fundador de Tesla y de SpaceX, al considerar que un ingreso básico será la única salida. El sistema automático generará un ingreso adicional que sería distribuido para conseguir un mínimo vital a los afectados. Sí, claro que habrá gente que no trabajará, que se quedará en casa jugando a la play. Pero la mayor parte de la gente tendrá la seguridad de contar con unos ingresos mínimos, con los que afrontar el día a día de forma distinta. Y por supuesto existe una diferencia fundamental con la renta básica universal que han propuesto o actualmente proponen Yanis Varoufakisy formaciones políticas como Podemos: no se financia con los impuestos de los trabajadores en activo, no se financia con más impuestos a los trabajadores. Se financia con los ingresos extra que generan las máquinas.
Si tenemos en cuenta que un 45% de las tareas que hoy llevamos a cabo son susceptibles de ser ya realizadas por máquinas, y que, según el Banco Mundial, dos de cada tres puestos de trabajo en el mundo desarrollado pueden ya ser desarrollados por sistemas automatizados, parece claro que el problema no es cómo financiar la seguridad social, sino cómo evitar la ruptura social.
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