jueves, 16 de marzo de 2017

¿Va en serio lo que se dice sobre los robots?

Fernando Méndez analiza la nueva ola ludista que está surgiendo, empleada para justificar (cómo no) nuevos impuestos (las consecuencias qué importan). 

Artículo de El Economista:
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Qué dislates hay que soportar y, lo peor de todo, reiterados tras siglos de refutación teórica y evidencia empírica! Desde el propio Bill Gates, que ha propuesto establecer impuestos a los robots para compensar las pérdidas de puestos de trabajo que puedan acarrear y favorecer la formación de trabajadores con dichos tributos, pasando por variopintos analistas de opinión, hemos vuelto a ver resucitar en nuestros medios de comunicación (y otros foráneos) ni más ni menos que las tesis luditas.
El movimiento de los luditas o ludismo, ubicado entre finales del XVIII y principios del XIX y que toma nombre del legendario personaje Ned Ludd o capitán Ludd, se opuso al maquinismo y la tecnología mediante la destrucción de maquinaria, sobre todo textil o agrícola, porque identificaba el proceso de industrialización y mecanización como causa de los males de las clases trabajadoras, fundamentalmente pérdidas de puestos de trabajo.
De hecho se constata tal pérdida, como fue el caso de los tejedores manuales, que en Gran Bretaña pasaron de aproximadamente 240.000, en 1820, a unos 7.000 en 1860, o del empleo agropecuario; como también se constata la desaparición de ciertas actividades, tales como la producción de zarzaparrilla con la introducción de los refrescos de cola, así como de linotipistas y fresadores. Por no hablar de la banca.
El movimiento ludita tuvo su auge en 1811 y David Ricardo abordó y refutó sus elementos teóricos en la tercera edición (1821) de sus principios, señalando que, si bien a corto plazo el progreso técnico y la introducción de maquinaria podían eliminar ciertos puestos de trabajo específicos, que no serían reabsorbidos o compensados por aquellos puestos requeridos para la propia producción de máquinas o su manejo, sin embargo, a largo plazo dicho proceso impulsaba la productividad (Adam Smith había añadido la creatividad, poniendo incidencia en el capital humano), la actividad y crecimiento de la economía y, sin duda alguna, el empleo y la ocupación.
Por cierto, Stuart Mill utilizó estos mismos argumentos de Ricardo, mucho antes que Keynes, para proponer la intervención por parte de las autoridades en las decisiones de inversión en capital fijo o introducción de maquinaria en los negocios. Como afirma un colega y buen amigo, si la argumentación de que la tecnología destruye puestos de trabajo fuese cierta, dado el incesante progreso técnico producido por la humanidad, hoy habrían desaparecido prácticamente todos los empleos, siendo la realidad exactamente la opuesta: no sólo hay más cantidad absoluta y relativa de empleos, trabajos y ocupaciones, por cierto y además, para muchos más habitantes en el planeta, sino que el aumento de productividad derivado nos permite también disponer crecientemente de un bien muy valioso: el tiempo libre. La clave de todo ello, incluso de la superación de los límites de recursos, está en el capital humano: talento, inteligencia, habilidades, creatividad, etc.
Desde luego que hay reticencias y resistencia a la tecnología y automatización, sobre todo por parte de quienes se ven obligados a adaptarse (es esta la clave del capital humano y por qué con la desaparición del empleo no desaparecen las personas) y, en muchos casos, rehacer su vidas laborales e incluso personales. Pero de ningún modo puede afirmarse, por más que la nostalgia o la melancolía, no siempre bien orientadas, guíen nuestros criterios, que la humanidad, las sociedades, el progreso o la riqueza hayan empeorado por la reducción o práctica desaparición de determinadas profesiones que, en todo caso, no necesariamente han supuesto la desaparición de la actividad.
De igual modo que no pueden obviarse los innumerables oficios, tareas o empleos que han ido apareciendo y surgirán en el futuro y que, posiblemente, desaparezcan o se transformen. Es el progreso. Es la adaptación a grados de eficiencia mayores en beneficio de las personas y en favor de los consumidores.
A propósito, lo de la intromisión de los políticos y autoridades (o grupos adyacentes) en la formación de trabajadores y personas, que propone Mr. Gates, ya sabemos cómo y en qué termina por propia experiencia. Y lo de gravar con impuestos a los robots o las máquinas, pues en ningún caso se trata de seres humanos, es una doble imposición al capital. Nunca podrá contemplarse como imposición a rentas laborales o del trabajo, sino del capital, aunque ya existan, por cierto hace ya mucho tiempo, máquinas capaces de hacer lo que no hace una persona.
No es que no sepan qué inventar ya para sacarnos nuestras ganancias, es que aceptamos impasibles esquemas impositivos confiscatorios, más propios de estados arbitrarios o abusivos.

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