Artículo de El Debate de Hoy:
La votación sobre la reforma del sector de la estiba evidencia la fragilidad del pacto entre Partido Popular y Ciudadanos y pone en duda la recién estrenada definición como partido liberal de Rivera y los suyos.
Poco ha tardado el partido de Albert Rivera en traicionar el presunto ideario liberal que estrenó el pasado febrero, después de que en su IV Asamblea General decidiera redefinirse como una formación “liberal”, a secas, sin adjetivos de ningún tipo. Ciudadanos desaprovechó una oportunidad de oro el pasado jueves para demostrar la solidez de sus principios ideológicos, ya que en lugar de apoyar la necesaria y obligatoria liberalización de la estiba optó por la abstención en la votación del Congreso, priorizando así su particular estrategia de tiras y aflojas con el PP en vez de defender sus hipotéticos valores.
De hecho, la postura adoptada por Ciudadanos resulta aún más incomprensible que la del PSOE, Podemos o el resto de fuerzas que votaron en contra, al ser el único partido que prometía de forma expresa en su programa electoral “la derogación del régimen laboral asociado al servicio portuario de manipulación de mercancías que esté en contradicción con reglamentos y sentencias del Tribunal de Justicia Europeo”, que no es otro que el de la estiba, declarado ilegal por las autoridades comunitarias a finales de 2014. El problema de fondo, sin embargo, no es que sus actos contradigan sus palabras o compromisos, como en el caso de la presente votación, sino en la gran falacia sobre la que está intentando construir su armazón ideológico y discursivo. Y es que, por mucho que se esmere en pregonar a los cuatro vientos su supuesto liberalismo, Ciudadanos no es, ni ha sido ni será un partido liberal, al menos en el sentido europeo del término -en EEUU, el concepto “liberal” se emplea para referirse a socialdemócratas o progresistas-.
Prueba de ello es que la formación naranja nació con una seña de identidad clara y abiertamente socialdemócrata y, hasta hace bien poco, sus líderes insistían en autocalificarse como “liberal-progresistas”, por mucho que ello no signifique nada o resulte contradictorio, con el único fin de posicionarse en el centro político para ampliar al máximo su abanico potencial de votantes. Si a ello se añade, además, que buena parte de sus cuadros dirigentes, tanto a nivel nacional como regional, conforman una compleja y muy variada colección de rebotados de otros partidos, muchos de ellos socialistas, así como novatos y oportunistas con nula o escasa formación política, es muy difícil que sus representantes sepan o incluso quieran defender un discurso liberal, salvo honrosas y contadas excepciones. Con tales mimbres, es evidente que la fórmula no termina de cuajar.
Las bases del liberalismo
Ahora bien, ¿qué significa realmente el liberalismo? Esta corriente de pensamiento se sustenta sobre tres pilares fundamentales –propiedad privada, libertad individual y cumplimiento de los contratos –y una serie de valores básicos- tolerancia (vive y deja vivir), voluntariedad (interacciones sociales basadas en el consentimiento mutuo), respeto (libertad de acción), igualdad formal (ante la ley), paz (la única violencia legítima es la autodefensa), responsabilidad (el individuo es libre de perseguir sus planes vitales, pero debe responsabilizarse de las consecuencias de sus actos ante terceros) y libertad en un sentido amplio (la libertad de uno acaba donde empieza la del otro), que, si bien pueden ser más o menos compartidos por algunos partidos políticos, a excepción de Podemos y otros grupos de extrema izquierda en España, a la hora de la verdad se materializan en un mínimo y limitado intervencionismo estatal sobre la sociedad, en general, y la economía, en particular.
La mezcla de Estado paternalista y reducida libertad económica que, por desgracia, impera en España desde hace décadas no es, por tanto, ningún ejemplo de liberalismo, más bien al contrario. Un partido verdaderamente liberal defendería, pues, la extensión y el refuerzo de la autonomía personal frente al poder político mediante el recorte del aparato estatal y la hiperregulación para transformar el “Estado del Bienestar” en una “sociedad del bienestar”. Pero nada de esto aparece en el ideario de Ciudadanos. Rivera no aspira, en ningún caso, a reducir el gasto público, rebajar los impuestos, flexibilizar el mercado laboral, implantar la plena libertad educativa o avanzar hacia la capitalización de las pensiones, entre otros muchos ejemplos de reformas liberales, sino que su principal objetivo es reordenar y mejorar el intervencionismo político existente. Su modelo a imitar son las socialdemocracias nórdicas, países ricos gracias a su mayor libertad económica y cuya eficiencia administrativa es superior a la española, pero socialdemocracias, al fin y al cabo.
Ciudadanos no es un partido liberal ni aspira a serlo, por mucho que ahora diga lo contrario, ya que lo único que pretende es limar y modernizar el actual Estado paternalista, lo cual no deja de ser un fin muy loable, aunque profundamente engañoso si quiere venderse como una alternativa “liberal”. Y su calculada abstención en la reforma de la estiba, favoreciendo y avalando la irresponsable y perjudicial posición de la izquierda en este ámbito, constituye la última prueba al respecto.
Ciudadanos se está equivocando de estrategia política por tres razones: en primer lugar, porque no puedes vender lo que no eres desde el punto de vista discursivo e ideológico; en segundo término, porque cuestionar o arriesgar el acuerdo de investidura alcanzado con el PP podría, en última instancia, provocar un adelanto electoral que, en función de cómo se resuelva la incógnita del PSOE, no le beneficiaría políticamente; y, por último, porque parece olvidar que buena parte de su electorado son antiguos votantes populares que han buscado refugio provisional bajo sus siglas huyendo del marianismo que, hoy por hoy, dirige el PP, y estos y otros cambalaches tan propios de Ciudadanos no son de su agrado.
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