jueves, 9 de marzo de 2017

Jamón, gaseosa y contaminación

Carlos Rodríguez Braun analiza la creciente burocracia cada vez más hostil con la libertad del ciudadano, y que siempre encuentra justificación (especialmente donde sabe que menos resistencia va a encontrar por el miedo que le meten) para aumentar su poder y tamaño a costa del dinero y libertad del ciudadano. 

Artículo de su blog personal:
Dirá usted: ¿y qué tienen que ver? Pues, aunque no lo parezca, tienen que ver, como pudimos comprobar hace poco en España, y en concreto en Madrid. Tanto el jamón, como las gaseosas como la contaminación están relacionados con la Organización Mundial de la Salud.
Esa burocracia podrá ser de dudosa utilidad para los ciudadanos, o de abierta hostilidad, como veremos, pero le atañen las generales de la ley, en el sentido de que las burocracias tienden a perdurar, y a buscarse atajos para consolidar y extender su legitimidad, de manera de desactivar la resistencia de los ciudadanos. Por ejemplo, si ahora el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial se han convertido en adalides de la “lucha contra las desigualdades” es porque ello les sirve como combustible para seguir viviendo (divinamente, por cierto) del dinero de los contribuyentes de medio mundo.
Si hay un motivo para someter a los ciudadanos justificadamente es la salud, y la OMS tiene una larga historia en la que jamás ha encontrado argumentos para defender la libertad del pueblo, sino al contrario. Todos recordamos hace cosa de un año cuando asoció nuestro sabroso jamón al (venga ¿no lo adivina usted?) cáncer, claro que sí, porque la alarma es básica en estas burocracias. Por suerte, la protesta fue importante, y la cosa quedó ahí.
Y después siguió. La OMS propició el pánico porque padecemos una “epidemia de obesidad”. Nada menos. Sí, sí, ya sé que usted no ve millones de obesos por ahí, pero en las alarmas siempre habrá alguna estadística que, convenientemente manipulada, sirva para dar cobertura al mensaje de fondo, que siempre es igual: estamos haciendo las cosas mal porque somos libres, y por tanto ha de venir el Estado a recortar nuestra libertad por nuestro bien. Esta vez no tuvimos tanta suerte como con el jamón, y el Gobierno español, como otros de la Unión Europea, hizo caso a la OMS que había propuesto, siempre pensando en nuestra salud, que lo mejor que se podía hacer con las bebidas gaseosas era (venga ¿no lo adivina usted?) ponerles un impuesto, claro que sí. Y así se hizo.
Por fin, vino la contaminación en Madrid, como suele venir, y todos los políticos se pusieron a hacer cosas, entendiendo por “hacer cosas” fastidiar a los ciudadanos. Destacó el ayuntamiento de Podemos Recortar Libertades, que rápidamente prohibió conducir a la mitad de los conductores, salvo que fueran ricos y tuvieran un coche con matrícula par y otro con matrícula impar. Naturalmente, se fue el anticiclón y la cosa mejoró, como siempre. Pero en el ínterin, ¿a quién tuvimos por aquí, codo a codo con los políticos y los burócratas de la ciencia, asegurando que era urgente hostigar todavía más a los conductores hasta lograr que todos vayamos por ahí en bicicleta? Pues, sí, claro que sí: a los expertos de la OMS, que aseguraron, como todos, que nuestras ciudades son cada vez más irrespirables. Era falso, claro. Pero qué más da.

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