El político, y todo lo que rodea el clientelismo político y el sistema mercantilista imperante tiene siempre grandes incentivos y geniales justificaciones, y domina perfectamente las técnicas para expoliar de manera creciente los recursos de los ciudadanos, haciéndoles además creer que es por una buena causa y por su bien.
Artículo de Libertad Digital:
La Conferencia sobre el Cambio Climático que se ha inaugurado hoy en París bajo el rótulo COP21 es el mercadillo de Navidad de los artesanos de la redistribución. Las delegaciones de gobiernos y ONG encontrarán el marco perfecto en el que discutir sobre las múltiples oportunidades de intercambio de argumentos exóticos para obtener el máximo rendimiento en la negociación y el regateo de prebendas, subvenciones y ayudas de todo tipo.
¿Encontrarán, por fin, el aliado idóneo para llevar adelante la idea de aumentar los impuestos a las transacciones financieras o al transporte y gestionar lo así recaudado en nuevos fondos verdes de inversión? ¿Será posible atribuir a una zona selvática virgen una intención medioambiental y convertirla así en dinero?
Tomando todos los contextos posibles en cuenta, estamos hablando de grandes cantidades de dinero, justamente las necesarias para estimular la fantasía y los deseos de negociación de los burócratas reunidos en la capital francesa. Se trata de una cifra que varía entre los 500.000 millones y el billón de dólares flotando en la mente de los profesionales del medio ambiente, y en torno a la cual se discutirá acaloradamente en las sesiones de trabajo. Naturalmente, no asistiremos a una lucha abierta por el dinero, ya que el objetivo oficial de la Conferencia sobre el Cambio Climático es la búsqueda de métodos y formas de coordinar estos a nivel mundial para controlar las emisiones antropogénicas de gases de efecto invernadero y, en último término, combatir efectivamente el calentamiento global.
Pero, básicamente, muchos gobiernos, las ONG y otras partes interesadas no ven como meta principal la reducción de las cifras de gases de efecto invernadero, sino que usan éstas más bien como medio para lograr otros objetivos. En la conferencia de París, el CO2 no es más que la moneda de cambio si lo que se pretende es jugar al trueque de miles de millones de dólares. La cosa puede funcionar así: "Reduzco mis emisiones de CO2 en tantas toneladas si usted está haciendo por lo menos algo equivalente o si me da tantos miles de millones de dólares como compensación".
Y así es como se hacen las cuentas.
En la Cumbre de la Tierra de 1992, en Río de Janeiro, se cifró en 600.000 millones de dólares la cantidad compensatoria que debería trasvasarse del Norte al Sur para cumplir con los principios de justicia climática que ya en aquellos días se vislumbraban como base filosófico-politica del debate climático. La Conferencia de Río fue el primer intento real de desarrollar una política ambiental coordinada a escala planetaria a través de la imposición de límites de emisiones. Los resultados se utilizaron como base para el Protocolo de Kioto. Los 600.000 millones de dólares correspondían, en principio, a la cantidad estimada necesaria para que los países en vías de desarrollo y emergentes pudiesen desarrollar políticas de crecimiento sostenibles, limpias y amigables con el medio ambiente. Se trataba de una especie de compensación, dado que los países desarrollados ya habían alcanzado niveles de crecimiento considerados aceptables, pero cometiendo los pecados del capitalismo salvaje y la contaminación sin recato.
Se habló de unos 100.000 millones anuales.
Bueno, la formulación de la propuesta del grupo de países en desarrollo y emergentes, el G-77, entonces liderado por Paquistán, no fue tan directa. No, los representantes del Sur se limitaron a calcular cuánto costarían los projectos de sostenibilidad que Occidente reclamaba –recuperación y mantenimento de selvas tropicales, protección de costas, utilización de energías renovables...–.
Además, a las medidas de protección ambiental sumaron los costes derivados de la renuncia del uso de combustibles fósiles para su propio crecimiento. Todo perfectamente envuelto en otro neoparadigma moderno:
¿Encontrarán, por fin, el aliado idóneo para llevar adelante la idea de aumentar los impuestos a las transacciones financieras o al transporte y gestionar lo así recaudado en nuevos fondos verdes de inversión? ¿Será posible atribuir a una zona selvática virgen una intención medioambiental y convertirla así en dinero?
Tomando todos los contextos posibles en cuenta, estamos hablando de grandes cantidades de dinero, justamente las necesarias para estimular la fantasía y los deseos de negociación de los burócratas reunidos en la capital francesa. Se trata de una cifra que varía entre los 500.000 millones y el billón de dólares flotando en la mente de los profesionales del medio ambiente, y en torno a la cual se discutirá acaloradamente en las sesiones de trabajo. Naturalmente, no asistiremos a una lucha abierta por el dinero, ya que el objetivo oficial de la Conferencia sobre el Cambio Climático es la búsqueda de métodos y formas de coordinar estos a nivel mundial para controlar las emisiones antropogénicas de gases de efecto invernadero y, en último término, combatir efectivamente el calentamiento global.
Pero, básicamente, muchos gobiernos, las ONG y otras partes interesadas no ven como meta principal la reducción de las cifras de gases de efecto invernadero, sino que usan éstas más bien como medio para lograr otros objetivos. En la conferencia de París, el CO2 no es más que la moneda de cambio si lo que se pretende es jugar al trueque de miles de millones de dólares. La cosa puede funcionar así: "Reduzco mis emisiones de CO2 en tantas toneladas si usted está haciendo por lo menos algo equivalente o si me da tantos miles de millones de dólares como compensación".
Y así es como se hacen las cuentas.
En la Cumbre de la Tierra de 1992, en Río de Janeiro, se cifró en 600.000 millones de dólares la cantidad compensatoria que debería trasvasarse del Norte al Sur para cumplir con los principios de justicia climática que ya en aquellos días se vislumbraban como base filosófico-politica del debate climático. La Conferencia de Río fue el primer intento real de desarrollar una política ambiental coordinada a escala planetaria a través de la imposición de límites de emisiones. Los resultados se utilizaron como base para el Protocolo de Kioto. Los 600.000 millones de dólares correspondían, en principio, a la cantidad estimada necesaria para que los países en vías de desarrollo y emergentes pudiesen desarrollar políticas de crecimiento sostenibles, limpias y amigables con el medio ambiente. Se trataba de una especie de compensación, dado que los países desarrollados ya habían alcanzado niveles de crecimiento considerados aceptables, pero cometiendo los pecados del capitalismo salvaje y la contaminación sin recato.
Se habló de unos 100.000 millones anuales.
Bueno, la formulación de la propuesta del grupo de países en desarrollo y emergentes, el G-77, entonces liderado por Paquistán, no fue tan directa. No, los representantes del Sur se limitaron a calcular cuánto costarían los projectos de sostenibilidad que Occidente reclamaba –recuperación y mantenimento de selvas tropicales, protección de costas, utilización de energías renovables...–.
Además, a las medidas de protección ambiental sumaron los costes derivados de la renuncia del uso de combustibles fósiles para su propio crecimiento. Todo perfectamente envuelto en otro neoparadigma moderno:
Si el Norte quiere que el Sur se desarrolle de una forma predeterminada, entonces se debe asegurar que las ayudas al desarrollo aumenten considerablemente, para hacer posible la financiación de las propuestas sobre la mesa.Semejante impulso en los fondos de ayuda al desarrollo escapaba, por supuesto, de todo lo que tuviese que ver con la realidad, pero en la Conferencia de Cambio Climático de 2009, en Copenhague, el Sur obtuvo una gran victoria. Los países desarrollados prometieron pagar, a partir de 2020, 100.000 millones de dólares anuales a los países en desarrollo para aplicar las medidas de respuesta al cambio climático. La Conferencia de París tiene como primera misión la de consagrar la división del planeta entre países dadores y países receptores.
¿Y qué ocurre con los años que van desde 2012 a 2020? Los países en desarrollo llevan a París lo que ellos denominan "déficit de financiación 2012-2020". Ellos, dicen, han aplicado ya medidas de protección del clima tal y como propone Occidente, con los correspondientes costes, no previstos en Copenhague. Utilizan drásticos cambios en la terminología: el concepto ayuda al desarrollo da paso a ayuda climática. Y, de acuerdo con el aumento de las migraciones humanas desde África y Asia hacia Europa, oímos también hablar de "migración ambiental", lo que nos ha llevado a aceptar la expresión definitiva, justicia climática, como animal de compañía.
Otra de las novedades que nos trae la COP21 de París es el concepto Greenhouse Developments Rights, que no es otra cosa que el intento de, mediante el reparto y asignación de metas de emisión, correspondientes al grado de desarrollo de cada país, alcanzar algo así como la igualdad climática. La reclamación de algunos países de lo que denominan derecho de compensación histórico es probablemente la más absurda de las ideas que encontraremos en el mercadillo navideño de París. Se argumenta que los países desarrollados ya tenían una larga historia de emisiones de carbono y de contaminación del planeta, mientras que los países en desarrollo sólo han contribuído recientemente a la disrupción climática. Por tanto, los países viejos están en deuda histórica con los rezagados, que exigen por ello una mayor asignación en las ayudas climáticas.
Como ven, la COP21 no estará marcada por el cambio climátco, relegado al rol de coartada. Se espera que en París surjan nuevas vías de transferencia de tecnología desde los países industrializados a los países en desarrollo, sobre todo una nueva organización que se encargue de diseñar, controlar y financiar esas transferencias. Todo será revestido con el manto de la redistribución y la justicia (pongan ustedes aquí el adjetivo que más les guste) y al final todos seremos un poco más pobres y seguiremos preguntándonos cómo funciona realmente nuestro sistema climático. Cueste... lo que cueste.
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